Opinión

Opinión / Sociedad civil y democracia

Volvamos a las definiciones de lo que nos concierne: ¿qué es la sociedad civil? ¿Cuál debe ser su posición ante el Estado y ante las organizaciones políticas? No perdamos el rumbo, ni equivoquemos el foco

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En democracia a veces puede ser más difícil, pero siempre es mejor. En estos días de confinamiento, los jóvenes de Más Ciudadanos me invitaron a hablarles, por vía telemática del tema “Sociedad Civil y Democracia ¿Qué hacer?”, porque el país y sus preocupaciones no se detienen. Ni las coerciones impuestas por el poder nos impiden pensar.

La sociedad civil puede verse de dos maneras. Como vida civil, todas las expresiones de la convivencia humana que no son actividad estatal. Así, como leí una vez en Uslar, la sociedad civil es la sociedad. Otra acepción es la de sociedad civil organizada en cuerpos intermedios, ONG que expresan intereses, opiniones, afinidades y se agrupan libremente por ellas.

En uno y otro caso, sociedad civil es lo independiente del poder público, lo no estatal. No confundir con la diferencia entre lo civil y lo militar que pertenece a otro esquema de análisis, porque si bien la Fuerza Armada es por definición un ente estatal, cuando un militar es vecino, consumidor, representante de su hijo en el colegio, votante, agricultor o usuario de servicios públicos, su papel lo afilia a la sociedad civil. Porque las personas no somos unidimensionales.

De la democracia me sigue gustando la definición de Eugene McCarthy: “Una filosofía de la organización social y política que da a los individuos un máximo de libertad y un máximo de responsabilidad”. Es muy completa. La democracia es ante todo, una idea, no sólo es un mecanismo. Una idea de organización social y política, en ese orden, porque la sociedad humana es anterior al poder y lo creó para que le sirviera en su búsqueda de su orden, su progreso o, como prefiero llamarlo por su integralidad, su bien común. ¿Y en qué se basa? Pues en la libertad y la responsabilidad, esas hermanas gemelas e inseparables.

El positivismo nos dijo que no servíamos para eso, que éramos un pueblo inepto sólo gobernable con la fuerza. Picón Salas, en cambio, vio que ante las desgracias del país y la rutina bárbara, “la inteligencia nacional suele reaccionar conformista o pesimistamente”. Y Mijares, en dos libros notables, La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana y Lo afirmativo venezolano sostiene que la respuesta para una organización política y social posible está en los “usos de la sociedad civil” y nos habla de la tenacidad con que estos permanecen vivos en el ecosistema hostil de la violencia y muestra a los héroes civiles Fermín Toro y Cecilio Acosta.

En Venezuela el desarrollo de la sociedad civil ha tropezado con obstáculos enormes, ante los cuales las deformaciones del partidismo que también las ha habido, son pálidas. El siglo XIX fueron las guerras y la violencia, y en el XX, las dictaduras que consumieron buena parte de nuestro tiempo histórico. En las últimas décadas ha sido, malandrismo aparte, esta modalidad trasnochada de vocación totalitaria autodenominado “socialismo del siglo XXI”. Todos tienen en común que desarticulan a la sociedad.

La pluralidad es natural en la sociedad porque los intereses y opiniones son diversos. Esas manifestaciones, para influir libre y legítimamente, necesitan vertebrarse y eso sólo es posible en democracia. Para la sociedad civil, la democracia y la paz son vitales. Sin ellas, se asfixian. Igual que para la democracia y la paz es esencial una sociedad civil viva.

Por eso, el imperativo es claro. El pleito de la sociedad civil no es contra los partidos, es con ellos por la democracia y la paz. Si no las hay, luchar para conseguirlas. Si las hay, consolidarlas y desarrollarlas.

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