Opinión

El blues del autobús

Para quien lo ve por televisión, tiene algo de tristeza, como un blues, pero nada de la armonía de este género musical que se canta con el alma y el estómago.

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Tiene también mucho de alegría, en la expresión de decenas de esperanzados seguidores, apostados a la orilla de avenidas. Son el núcleo duro del chavismo, que le toman fotos, le lanzan por la ventana abierta pelotas de papeles arrugados, frutas y deseos al viento.

Es una campaña electoral adelantada en una caravana con un autobús chino a la cabeza, conducido por un ex “operador de transporte superficial” de la compañía anónima Metro de Caracas.

Ha pasado mucho tiempo desde los arbores de los lejanos años 90, cuando conducía un Metrobús en los ratos libres que le dejaba la militancia sindical.

Devenido en presidente de la República por obra y gracia de los designios sucesionistas de un militar hoy difunto, el primer timonel recorre el país de cara al plebiscito de finales de año, a bordo de resplandecientes autobuses chinos, para inaugurar urbanismos de la Misión Vivienda.

Los Yutong y esas casas tal vez sean las únicas herencias notables de la mayor bonanza petrolera de la historia venezolana.

La escena se repite en cada transmisión oficial: planos abiertos con una cámara frontal, que toman el cortejo de guardias militares en uniforme verde, o en franela roja. Son la línea de defensa que frena a docenas de persistentes que piden. Piden en mensajes escritos en papelitos, en cartulinas, latas de sardina, banderas y en naranjas y mangos de estación que golpean el rostro de la dignidad presidencial. Reclaman la dádiva que esperan de este autobús que en vez de cobrar promete sobre promesas.

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Cada quien quiere su barril de petróleo, no importa si la economía está en tal crisis que no aguanta más populismo.

Una morosa revisión del reglamento de Tránsito Terrestre, puede revelar que el conductor de ese autobús de ocasión se pasa a la torera buena parte de las normas obligatorias para cualquier sensato conductor anónimo.

Maneja sin usar cinturón de seguridad, saca medio cuerpo por la ventana, conversa, con o sin micrófono, suelta las dos manos -como aquellos ciclistas en sus primeras conquistas del equilibrio, o como los motorizados que bailan tambor en cabriolas suicidas por las rutas de Caracas.

Los seguidores pensarán que las reglas son lo de menos, para un presidente que sigue la escuela de manejar los recursos públicos como si éstos fueran el tesoro del reino.

Por lo menos anda a baja velocidad, mientras lo toma otra cámara lateral, en su gesticular permanente. Agita una mano u otra, o las dos al mismo tiempo, sonríe, suda, adopta la expresión de un niño grande jugando con un juguete grande, o la de un galán de esquina, que quiere cautivar a todos.

Cosas de la fama, del carisma, del estilo, que como decía Charles Bukowski, se tiene o no se tiene.

La imaginación del espectador de VTV quiere que los pedidos sean una casa nueva, una operación urgente, un trabajito, un cargo, unos dólares, una tarjeta de crédito para viajar, una denuncia contra algún cacique local. Es parte del guión.

Es como si encabezara la caravana del santo milagrero, que recibe pedidos y encomiendas con la promesa de otorgar una gracia a cambio de votos, para prolongar esto más allá del fin de los tiempos.

En la pantalla electrónica, sobre el parabrisas, no se lee ninguna ruta. Sólo la frase de esta arrancada de campaña: “Obama deroga el decreto ya”. Para recordarle a todos los que piden algo que no será culpa del gobierno si no tienen lo que sueñan. La culpa es de un lejano presidente de una potencia mundial, no de las impotencias políticas del propio chavismo.

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