Opinión

Por qué son importantes estas elecciones y qué puede pasar luego de ellas (III)

La tensión que le ha planteado el chavismo al país, que se expresa en su rudo pulso en contra de los partidos democráticos, está produciendo un enorme agotamiento en torno a la idea nacional y está deteriorando seriamente los resortes de la gobernabilidad.

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La circunstancia que aludimos no plantea en modo alguno la idea de un agravio: la plataforma natural del pensamiento revolucionario que se expresa en el chavismo es la conflictividad, y la renuencia a pactar con sus adversarios, o acordar un protocolo para cohabitar, puesto que se suponer que con eso se traiciona “la esperanza popular”, es una especie de dogma, similar a los que puede cultivar el Vaticano con el sexo o el Islam con el licor.

A partir de 2016, de lo que se trata es de aislar y minimizar la nefasta influencia incivil y conflictiva que el chavismo ha tenido entre los venezolanos, evidenciando la impostura y el fracaso de esta hora. En Venezuela fracasó, por mucho que duela, el centralismo, el estatismo, la gestión comunal. Le llegará su momento a la cultura del acuerdo y la tolerancia.

Al estar el Alto Gobierno, expresado en Nicolás Maduro, sometido a cotas inéditas de desprestigio, en medio de una suma de precariedades económicas y sociales que pueden hacer combustión, la tensión y las expectativas que condensará la cita del 6 de diciembre podría desembocar en eventos indeseables si los conductores de las dos tendencias políticas que concurren a la cita no obran con responsabilidad y criterio de estado. La reflexión por supuesto que incluye a las Fuerzas Armadas.

No se trata únicamente de no jugar con la paciencia de la gente en un momento tan difícil de sus vidas. Ningún burócrata chavista debería engañarse: lo que estamos viviendo es una catástrofe. Todos, también la comunidad internacional, han esperado que se acerque la cita electoral, y que a través de ella podamos dirimir tensiones y hacer justicia. Los resortes del estado venezolano tienen que hacer respetar la voluntad de las mayorías y sobre esto tiene que haber una gestión que le ofrezca a la población un margen de transparencia y honradez mínimo.

Los gestos de buena voluntad del CNE no están abundando y los casos de corrupción del chavismo en estos meses son un secreto mal guardado, represado a medias por la censura impuesta. Están despidiendo parte de su substancia, puesto que ya sus historias comienzan a ser conocidas, pero está claro que no han terminado de supurar todos los expedientes fraudulentos en contra del bienestar general. Venezuela no ha visto completa la película de la sordidez chavista.

Nadie puede descartar, entonces, que, acorralados ante una muy probable derrota electoral, que les hará perder una cuota objetiva de poder, no se estén urdiendo ardides para vulnerar la voluntad general.

Con todo, tiendo a pensar que, finalmente, el chavismo presentará su pelea el año que entra, intentando neutralizar al Legislativo y buscando conflictividad callejera, como le gustaba hacer al sandinismo. Coincido, sin embargo, en que una conjura en torno a un fraude es un escenario dentro de la torta estadística de probabilidades. El fraude y la violencia son pasajeros de la vida venezolana todos los días. No tendría nada de raro que pasen a visitarnos el 6-D.

La gestación de un fraude masivo sería inédita, sería notoria, y debería ser interpretada, a mi manera de ver, como uno de los tableros que desprendería la misma cita de las elecciones. Podría ser una inevitable pared con la cual se tope el país en este tejido institucional tan discutido. Si el gobierno quiere un fraude, el país nacional tiene que obligarlo a cometerlo saliendo a votar en masa. A quitarse la careta y mostrarle su verdadero rostro a los venezolanos y al mundo. Esta circunstancia, en momentos de crisis, puede precipitarse, y originar otras, completamente impensadas, completamente inesperadas. Los hados siempre terminan por conjurarse en contra de los escenarios en los momentos de máxima tensión política.

Si el gobierno precipita un escenario de desconocimiento o ruptura, en medio de esta crisis económica, podría salirse con la suya, pero también se expone a dinamitarse para siempre como alternativa popular de poder. Su careo con los Estados Unidos sería definitivo; y de aquel lado hay expedientes guardados que comprometen la honorabilidad de muchos.

Todo esto deben estarlo calculando en el comando político revolucionario. Si el gobierno acepta su derrota, que incluso puede que no sea tan rotunda, conserva espacios de poder. Con ellos puede negociar, capitular o radicalizar. El idioma natural del chavismo ha sido el de las elecciones, la consulta y le persuasión. Tendremos que ver si enero de 2016 necesitaremos de traducción simultánea. Hacia allá vamos, inevitablemente, nos guste o no nos guste.

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