La premisa de la más reciente película del director M. Night Shyamalan, Fragmentado (Split, 2016), es que el desorden de identidades disociadas (o de identidades múltiples) quizás es un estadio superior de la condición humana. Desdoblarse en varias personalidades pudiera interpretarse como la maximización de las potencialidades ocultas de nuestro cerebro. Si te imaginas un país completo tomado de rehén por la dialéctica de la fragmentación, la metáfora puede ser aterradora.
Nacido en la India más o menos en la misma época en que el entrenador de fútbol César Farías estaba naciendo en Cumaná, Manoj Night Shyamalan lanzó su primera gran bomba con El sexto sentido (1999), un niño prodigio que creció y se volvió feo y una frase para la posteridad: I see dead people. Su trayectoria posterior ha sido irregular (quizás eso sea preferible al exceso de consistencia). Se ha especializado en numerosos acontecimientos inexplicables, entre ellos fracasos tan poco comprensibles como The Last Airbender (2010). Con Fragmentado, se podría decir que Manoj está vibrando como tenía tiempo sin hacerlo.
Es difícil contar mucho de Fragmentado sin arruinar sorpresas. Hay una caracterización de James McAvoy que es como para decir: “Marico, tienes que ver a James McAvoy aunque sea por la escena del breakdance”. Hay un caso de desorden de personalidades disociadas, obviamente. ¿Cuántas? Si recapitulamos lo que tuvimos como presidente entre 1999 y 2013, no debería asombrarnos ya nada.
Hay tres adolescentes secuestradas, una de ellas una chica rara que se mantiene al margen de las redes sociales: la interpreta Anya Taylor-Joy, de raíces escocesas-argentinas, ya un hallazgo de los circuitos alternativos de Sundance que aquí Shyamalan termina de amplificar como un favor para el resto de la humanidad en un arquetipo que es familiar en el cine del director indio: el visionario incomprendido. Por cierto, en una de sus películas anteriores, La dama del agua (2006), había un personaje que conseguía la síntesis ideal de capitalismo y socialismo. Cuánta melancolía.
Como en todos los filmes de Shyamalan, en Fragmentado se produce el giro Shyamalan. La película empieza seriecita, pareciendo de un género cinematográfico, y termina siendo de otro género que maneja códigos diferentes, incluido un pícaro guiño autorreferencial. Según la perspectiva, puede ser interpretado como un signo de inmadurez o una marca de fábrica. ¿Es lo mejor desde Sexto sentido? Queda a criterio del espectador. En todo caso es un noveno trabajo desde 2000 que promete que habrá al menos un décimo, que es decir bastante.
En Shayamalan es de resaltar que se las ha arreglado para hacer cine en Hollywood sin dejar de hacer referencias a sus raíces personales: en Fragmentado, por ejemplo, uno de los desdoblamientos de personalidad convierte a un sádico de carajitas en un experto en historia épica de la India del período clásico (¡!). Cabría soñar que algún día un cineasta exiliado de Venezuela alcance esas alturas y veamos algún día la biografía de Carlos Julio Molina, el artista plástico y rapero que se ha desdoblado en los múltiples heterónimos de DJ Trece, Johnny Flecha, Tony Mierda, Sonny Miranda, Tony Armas o Dirty Estefan. “Una palabra clave en todo esto es Internet. Allí empieza el desdoblamiento total, no se sabe qué es masculino o femenino, se inauguran nuevas modalidades de sexo. Esta sociedad te obliga a que seas un número, un nombre y un miembro de una familia. Yo sé que tengo altos problemas de múltiples personalidades: problemas serios, de médico”, decía Molina en una entrevista que me concedió en 2003. Podemos presumir de unos cuantos fragmentados, más allá de que no sean tan buenos actores.