Venezuela finalista: ¡Preparados para alcanzar la gloria!
Estoy completamente seguro que ningún momento en la historia del tan maltrecho fútbol venezolano tuvo un episodio tan hermoso como el ocurrido en el amanecer de este jueves 8 de junio.
Estoy completamente seguro que ningún momento en la historia del tan maltrecho fútbol venezolano tuvo un episodio tan hermoso como el ocurrido en el amanecer de este jueves 8 de junio.
Venezuela entera, sin excluir a nadie, celebra con enormes sonrisas en el rosto la victoria con tintes de épica ante Uruguay para clasificar a la final del mundial de fútbol. Sí, créaselo, hay que convencerse que es verdad, que no es mentira, que no es un sueño: Venezuela está en la final de un mundial de fútbol y aún hay algo más que se puede lograr.
Bueno, hay que ser sensatos: no es justo comparar este hecho de clasificar a la máxima instancia mundialista con cualquier otro logro alcanzado en las gestas futboleras. No por decir que lo de hoy es superior, no.
Absolutamente no. Cada partido tiene su encanto, cada gol tiene una garganta seca, cada clasificación tiene sus lágrimas de emoción derramada. No seamos mezquinos con esto, pero hay que disfrutarlo como si fuera la primera y única vez. Este logro, para muchos impensado, hoy día da muestras que no es fruto de lo aleatorio. En el fútbol eso no existe, no hay lugar a la suerte. Esto es con trabajo, tiempo, ideas claras, capacidades y talento. No hay nada que haya quedado al azar.
La alegría que hoy nos regalan estos muchachos, indescriptible por demás, parte de un hecho que es mérito todo de ellos y de un cuerpo técnico que ha demostrado un nivel verdaderamente extraordinario: estaban preparados para alcanzar la gloria. Nada ha sido casual, absolutamente nada. Un gol en el último minuto, una perfecta actuación del arquero en el momento que más se le necesitó y carácter para reponerse por primera vez después de un marcador adverso son los elementos que se sobreponen a cualquier evaluación contraria a la presentación del elenco criollo en semifinales ante Uruguay. Por sí, es así: Venezuela enfrentó el duelo más complicado de todo el Mundial y pudo resolver con sus armas las complicaciones que pudieron surgir.
Rafael Dudamel tuvo que hacer dos variantes obligadas y las modificaciones resintieron el once. Mejía y Quero, los recambios naturales a Velázquez y José Hernández, pusieron el corazón pero se notaba que el tren de carrera no era el mismo que el del resto de sus compañeros. Y no es su culpa: el ritmo de la más alta competencia es vital para estos pagos. Ante un comienzo fulgurante Uruguay, con su fútbol de centellazos, comenzó a inquietar por primera vez en todo el certamen a Fariñez y el guardameta asumió el reto, como siempre, de impedir cualquier intento rival.
El gol uruguayo partió de la subjetividad del árbitro, sí, pero la interpretación del reglamento rigurosamente hace que no haya que encontrarse en eso alguna culpa de ir 0-1 abajo en el marcador. Lo que sí es criticable es la mismísima subjetividad con la que se recurre a la asistencia tecnológica. Temprano en el amanecer del segundo tiempo abajo en el marcador, había que cambiar la tónica y Dudamel tiró temprano a la cancha a Soteldo para que el de Huachipato buscara el desequilibro.
Venezuela con su pequeñito 10 ganó en generación y fue más punzante, pero Uruguay, sin atrincherarse, sacaba chapa con juego de todo su peso en nombres que tenía en cancha. El hasta hoy máximo favorito para ser campeón del mundo en Corea del Sur buscaba el momento indicado para dar el zarpazo final y no terminaba de alcanzarlo, mientras Venezuela con mucha voluntad (aunque con ansiedad y nervios) buscaba de todas las maneras igualar el marcador.
Y lo hizo sobre la hora con una magistral ejecución de un chico de 17 años a quien el seleccionador le dio la responsabilidad de, primero, acudir a un mundial en una categoría superior y, segundo, ser quien destrabara el partido. Y así fue. En el momento que atacarlos por el medio era estrellarse contra una maraña uruguaya de piernas y tirar centros hacía lucir el gran juego aéreo de sus cazas Bueno y Rogel, solo buscar una jugada a balón parado parecía ser la solución y así llegó el añorado empate. El país entero estalló y el grito seguramente lo escucharon los muchachos en Corea.
En la prórroga, Venezuela volvió, como en los dos anteriores partidos, a dar muestras de una excepcional adecuación física a estos varapalos de tiempo en cancha. Terminó con una velocidad por encima de los charrúas, pero no le bastó para marcar el tanto de la diferencia y hubo que esperar a la impredecible ejecución desde el punto penal para dirimir todo. Aunque no era tan impredecible.
Rondaba la sensación que sí se podía. Porque quien ha seguido la trayectoria de Fariñez sabe de lo que es capaz. Porque el grupo había demostrado en todo el mundial que tenían el temple suficiente como para superar situaciones de presión. Es por eso que ni en la definición en el manchón penal tuvo atisbos de improvisación. Frialdad en los ejecutores y reflejos en el guardavallas. Fue coser y cantar. Venezuela está en la gran final de un mundial de fútbol.
Emociones a flor de piel, es preciso sí evitar la nube de avispas que quieran afectar con su ponzoña oportunista este gran momento que vive la Venezuela futbolística. Que nadie se quiera apropiar de algún mérito de lo que se está logrando que no sea Rafael Dudamel, su cuerpo técnico y los jugadores, así como la mismísima confianza que los federativos pusieron en que este grupo estaba para algo trascendental. No es momento de posiciones revanchistas, pero es bueno que se aíslen de esa esfera aprovechada de quitarles aunque sea una parte de lo que con tanto mérito han sabido ganarse.
Viene lo mejor. Viene el sueño de ser campeones del mundo. Es posible que esta emoción que hoy a todos nos embarga pueda ser mayor. Sí, ¡puede haber algo más bonito que esto que hoy usted y yo sentimos! Solo queda agradecerles a los muchachos y cuerpo técnico por esto. ¡Viva el fútbol, Viva Venezuela”]]>