Opinión

Destructores anónimos, C.A.

El anuncio del cierre inminente del Colegio Santa Gema, en Caracas, es para Carolina Jaimes Branger otra muestra de la invertida escala de valores de gran parte de la sociedad venezolana

Publicidad
santa gema

Me entero por Twitter de que el colegio Santa Gema de Santa Eduvigis, Caracas, cerrará sus puertas después de 56 años, cuando terminen las clases en julio. ¿Por qué? Al parecer un grupo de padres se ocupó de denunciarlos por querer aumentar las matrículas. “Les hicieron la vida imposible. La destrucción es inconmensurable”, dice el tuit en cuestión.

Lamento muchísimo que cierre el Santa Gema, como lamento el cierre de cualquier otra institución educativa, porque cuando eso sucede muere una parte importante del país bueno. Pero con el Santa Gema, además, me da sentimiento, porque mi mamá nos llevaba a misa en la Iglesia de Santa Eduvigis, regida por los padres pasionistas y fuimos testigos de la construcción y puesta en marcha del colegio. En la Venezuela de hoy cierran las escuelas y abren casinos y bodegones. Mal presagio para el futuro cercano.

Tengo que confesar que la banalidad del venezolano -en general- siempre me ha sacado de mis casillas. Aquí la educación no representa una prioridad. En una lista de diez asuntos relevantes, no aparecería ni en el décimo lugar.

Las prioridades son aparentar vía redes sociales lo que no se es y alardear de lo que no se tiene. Para un sinfín de mujeres lo más importante es hacerse las tetas y ponerse toxina botulínica en todas partes, aunque tengan que dejar de pagar los colegios privados donde tienen a sus hijos. Para muchos hombres, lo relevante es invitar al “segundo frente” y gastarse sumas superiores a lo que ganan, también a costa de las matrículas escolares. Y cuando les cobran, demandan al colegio, o peor aún, lo denuncian ante el Minpopo de Educación, el mayor enemigo de la educación en Venezuela.

Al escoger un colegio no lo hacen necesariamente por su oferta académica, sino “por las relaciones sociales” que puedan llegar a entablar sus hijos. Y sin demeritar el valor de las relaciones sociales, tiene que haber una consideración más importante que esa. Aun quienes tienen cómo pagar con comodidad las mensualidades de los colegios, entran en cólera cuando les llega la notificación de un aumento. Nunca van a las reuniones de las sociedades de padres y representantes, a menos que sea para votar en contra del aumento de la matrícula. Y salen de la reunión a cenar a un restaurante donde la cena les cuesta más de lo que les costaría pagar tres meses de colegio.

Por los maestros no sienten respeto. Es más, yo diría que sienten un profundo desprecio. Quienes están supuestos a acompañar a sus hijos en un camino de aprendizaje y formación, en el mejor de los casos, son ignorados. Pero para exigirles lo que consideran sus derechos, son lapidarios. En Venezuela, contrario a lo que profesó Simón Rodríguez, el maestro es el último ciudadano del país. Incluso por detrás del personal de salud, otro sector ninguneado y vapuleado.

Esa sociedad baladí vive de acuerdo a un lema que reza “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Y eso determina la educación que le brindan a sus hijos. ¿Cómo puede pensarse que lo mejor es enemigo de lo bueno? Lo mejor es lo mejor, y punto. Algo mejor, es mejor que algo bueno. Si a usted le ofrecen un salario bueno o uno mejor… ¿con cuál se queda? Le van a regalar una casa, ¿cuál escoge, la buena, o la mejor?… Entonces, ¿cuál es la filosofía de optar por lo bueno, en vez de optar por lo mejor? La tendencia de los seres humanos es a estar mejor. Va de la mano con el instinto de supervivencia.

Cierra el colegio Santa Gema. ¡Cuánto lo siento! Una vez más, los destructores anónimos de nuestra sociedad se han salido con la suya…

Publicidad
Publicidad