Opinión

Los venezolanos sabemos y queremos

Estamos claros: no se arregló, pero sí hay en Venezuela mucha gente trabajando de verdad. Hacen falta, sin embargo, condiciones que faciliten esta labor

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Los venezolanos sabemos que el país no se ha arreglado, pero queremos que se arregle. Es una aspiración tan natural como lícita. Frases como esa tan escuchada de que este país no tiene remedio o esto se lo llevó quien lo trajo, son contrarias a la manera de ser nuestra, siempre abierta a ensanchar las fronteras de lo posible, como la llanura en la palabra galleguiana: “Toda horizontes como la esperanza, toda caminos como la voluntad”.

Habría que vivir en otro planeta para pensar que en Venezuela la crisis es cosa del pasado, lo cual no puede interpretarse como que el país está detenido, que no pasa nada y que todo empeora, porque esa tampoco es la verdad. La dolarización transaccional y la liberalización de facto de una serie de controles, han permitido un cierto crecimiento en algunas áreas y en algunas regiones que se aprecian mucho más grandes de lo que son en realidad en una economía reducida a un quinto de lo que era en 2013.

En Venezuela hay mucha gente trabajando para producir. Sabemos de los emprendimientos multiplicados y desarrollados a raíz de la pandemia ¿Cómo ignorarlos? También de lo que hacen empresarios pequeños, medianos y grandes, de la ciudad y el campo para en condiciones adversas seguir abiertos, produciendo bienes y servicios y conservando empleos. Y trabajadores que cumplen y se fajan, por sobre las dificultades. Eso vale mucho, muchísimo en tiempos como éste y no se puede ignorar.

Para que las excepciones de crecimiento se multipliquen y generalicen y para que el trabajo de los empresarios rinda en productividad y dividendos que posibiliten crecer en resultados y en puestos de trabajo, hacen falta condiciones que la faciliten. Ser heroico o temerario al asumir riesgos desproporcionados no puede ser un requisito. Un ecosistema más amistoso para el capital nacional y para atraer las necesarias inversiones extranjeras que no sean capitales tóxicos, indeseables en otras economías.

¿De qué hablamos? De reglas claras y estables garantizadas por una institucionalidad confiable. De servicios públicos que funcionen. De respeto a los compromisos internacionales de la República que nos devuelvan a la comunidad de las naciones como un participante reconocido plenamente. Ese resumen sencillo significa democracia en un Estado de Derecho, libertades y derechos garantizados con deberes bien cumplidos, economía libre en el marco de leyes sensatas y solidaridad como ejercicio de libertad y conciencia del destino común. De capacidades para asumir retos tan atractivos como gigantescos. Materiales para un debate nacional constructivo hay, como “Camino al Futuro: Venezuela 2035” propuesto por Fedecámaras.

También es cierto que las desigualdades se han agravado y esa es una muy mala noticia, sobre todo a futuro. Desigualdades acentuadas en educación, alimentación y salud dejan una estela larga y profunda. Educación pública empobrecida, nutrición deficiente en niños y jóvenes de la mayoría social y servicios de salud pública muy deteriorados a lo que ha de sumarse la devaluación de la cobertura de seguro privadas y el encarecimiento de las pólizas que valgan la pena. Una brecha que tomará años y esfuerzos inteligentes y sostenidos en cerrar. Esfuerzos en cuanto a ideas convertidas en proyectos, trabajo y recursos cuantiosos. Un esfuerzo nacional, verdaderamente nacional y con cooperación internacional

Así que no se trata de ignorar los problemas reales. La gente los sabe, los siente porque los vive, pero no se conforma con que le hablen de eso, aspira a ideas para solucionarlos y primero que todo que le muestren y demuestren que es posible una vida mejor, de oportunidades, de posibilidades. Ni lúgubre negro ni rosa que es rojo desteñido, multicolor como la vida. Esa es la esperanza que los venezolanos queremos.

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