Opinión

Orden o desorden II

"Quizás lo más relevante es la invitación a la revisión y adopción de modelos económicos y financieros que respeten la integridad humana y medioambiental" sugiere Oscar Doval

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orden o desorden
Imagen: Alejandro Cremades

Como les comentaba en la entrega pasada, Orden o desorden I, la gigante consultora KPMG refiere que la COVID-19 precipitará una serie de tendencias en negocios y consumo, que su gente de investigación estimaba pudieran avenirse hacia el año 2030. Ya les mencioné algo sobre la era de la cooperación, diversidad e inclusión, así como las finanzas verdes, maravillosas utopías que contrastan con las aplastantes evidencias de individualismo, racismo e inmediatez que priman en estos días, incluso en tiempos de pandemia, incluso ante la espada de Damocles que pende sobre la humanidad.

Nuevo blend económico

En materia económica, llama la atención la recomendación de KPMG de una acelerada migración a economías circulares, en las que los productos terminados puedan ser reusados como materia prima, así como a un consumo más restringido y responsable, aspectos muy ligados a las crecientes e inexorables tendencias ecológicas.

Lo anterior también se vincula con una mayor propensión a la regionalización, en detrimento de la globalización y la inevitable revisión y redefinición del capitalismo neoliberal, con ciertas inclinaciones a la reaparición de modelos económicos más parecidos al capitalismo de Estado. Imagino que los lectores pueden pensar sobre la “fumadera de lumpias” para soltar este particular blend de conceptos.

Después del liberalismo, potenciado tras la segunda guerra por los gringos, en una carrera frenética por hacer y acumular capital a toda costa, Reagan y la Tatcher, allende los 80, conciben un nuevo Bebé de Rosemary, el neoliberalismo, que crían siguiendo los preceptos de Friedman y von Hayeck, según los cuales el mercado debe autorregularse a través de una “mano invisible”, sin participación ni traba alguna de los Estados.

Esto, fomentaría el desarrollo de un aparato productivo imparable y la generación de riquezas, que por supuesto, pararían en muy pocos bolsillos. El neoliberalismo empuja al consumo indiscriminado de bienes y servicios, a través de mecanismos poco éticos de publicidad y mercadeo.

Lo importante, pues, para los neoliberales, es consumir, consumir, consumir y seguir consumiendo.

¿Lo necesito?, -¡No, pero no importa, lo quiero y lo compro! ¿Tengo plata?, -¡No, pero no importa, lo compro y me endeudo! ¿Y si para lograr su objetivo de producir y vender masivamente, el aparato productivo tiene que barrer con la ecología mundial?, -¡No importa, lo quiero! ¿Pero y si tienen que explotar a sus empleados, pagando sueldos de miseria, y por qué no, también explotar a menores de edad? -¡No importa, lo quiero? ¿Si la comida, la ropa, el calzado, los electrodomésticos, los aparatos electrónicos, son de calidad dudosa y tienen corta vida? -¡No importa, están de moda y los quiero!

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Globalización letal

El neoliberalismo también conduce a una globalización acelerada, porque allá, donde estás los precios más bajos de producción y los precios más altos de venta, se sitian las cadenas de producción y comercialización, transcontinentales, globales.

La materia prima sale de Latinoamérica y África, se procesa en Asia y termina vendiéndose en Estados Unidos y Europa. La COVID-19, también global, surge en Asia y aniquila asiáticos, llega a a Oceanía y mata australianos y neozelandeses, viaja a Europa y diezma europeos, llega a EE UU y mata a un chorro de estadounidenses, invade Latinoamérica y África, mata indios y negros. Así somos, globales pues, tan globales para producir bienes de consumo como para matar gente.

El neoliberalismo salvaje y la globalización salvaje -creo que este último término no existe, por lo que pido crédito de autoría-, en aras de la generación de riquezas, pueden arrasar con lo que sea, gente, ecosistemas e incluso las cadenas de suministro, producción logística y consumo, de las que dependen.

Pareciera que el neoliberalismo y la globalización sin límites, a la larga, traen consigo recesión, pobreza global y muerte. Recuerdo mucho las sonrisas triunfalistas y la actitud omnipotente de Reagan y de la Tatcher. Por cierto, hablando de recuerdos, los dos murieron desmemoriados, sería para no encontrarse en su cabeza con las barbaridades económicas y bélicas que empujaron como los emperadores del mundo en su tiempo.

Lo humano y la humanidad como el centro de la economía

Un nuevo orden económico, más humano y racional, nos invita ante todo a un consumo responsable y moderado, sujeto a nuestras necesidades y posibilidades, y no a necesidades creadas por los grandes grupos de poder económico, que manipulan a la gente para inventar modas, caducidades y “necesidades innecesarias”. Incluso, nos invitan a un turismo vivencial, en el cual el precio, el lujo y el consumo no sean el motor que movilice esa industria, sino que la experiencia humana y de integración a las comunidades visitadas sea el valor agregado para el turista y el sitio que visitan.

Imaginemos las grandes cadenas hoteleras, desplazadas por posadas y casas de familia que estén dispuestas y preparadas a recibir huéspedes y conducirlos de la mano a conocer su propia localidad. Esto sí dejaría recursos y generaría riquezas a las poblaciones y pobladores que reciben turistas. Un cambio de paradigma completo. No más Hilton, Marriott, InterContinental, Wyndham, Best Western. No más. Igualmente, creo que las grandes cadenas hoteleras se infiltrarían disfrazados de pequeñas posadas, pero bueno, si es de esa forma, bienvenidos, siempre y cuando estas iniciativas sean inclusivas de la población local.

Una economía humana acentuaría la regionalización más que la globalización, de modo que pueda transformarse y consumirse la materia prima, allá, geográficamente donde se produce. Esto promovería el desarrollo endógeno de las regiones sin una dependencia tan gran grande del resto del mundo, garantizaría mayor integridad y menor riesgos en las cadenas de suministro, producción y logística. También generaría más empleo local.

Asimismo, una economía orientada a las personas invitaría a la revisión del modelo liberal y el surgimiento de nuevos modelos un poco -solo un poco, por favor – más controlados por los Estados, que permitan una justa distribución de riquezas, a través de políticas fiscales más efectivas y transparentes, así como mayor exigencias de responsabilidad social empresarial para con las comunidades donde las industrias hacen vida.

Quizás lo más relevante es la invitación a la revisión y adopción de modelos económicos y financieros que respeten la integridad humana y medioambiental. En ese mismo orden de ideas, variables macroeconómicas como el PIB dejan de ser relevantes como medidas de desarrollo, si tienen carácter nominal o general, adquiere mucho más sentido un PIB segmentado por sectores, en el que una mayor producción, consumo y crecimiento de empresas sustentables den una ponderación mayor al PIB del país y la región.

Dejemos para otra oportunidad la tecnología liderada por tendencias que ya comienzan a arroparnos, como la comunicación 5G, la computación cuántica, la inteligencia artificial, la ciberseguridad y el manejo ético de la data, la movilidad y la urbótica. Además de adelantos tecnológicos y sociales de gran relevancia, son retos por incorporar en una nueva sociedad donde lo humano sea el centro, y el capital un instrumento para humanizar y sostener el planeta.

Todo lo dicho parece una oda al sarcasmo, cuando mientras transcurre una pandemia que cobra vidas a escala global, los grandes jerarcas del mundo invitan a no prestarle mucha atención a los aspectos sanitarios, sino a una rápida y incorporación a la producción, aunque esto nos cueste la vida. Basta escuchar a Trump, a Bolsonaro, Merkel, Boris Johnson (que casi pasa el páramo por el COVID-19) y al mismo falso comunista de Xi Jimping, invitando a la gente a incorporarse a sus trabajos y a la normalidad.

¡Carajo, qué normalidad, si tan siquiera sabemos cómo se cura el bicho que nos azota!

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