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Oswaldo Cisneros, trasciende 

Oswaldo Cisneros estaba obsesionado con la eficiencia, con la limpieza en la cadena de producción. Sus esfuerzos diarios estaban dirigidos siempre a lograr el menor margen de error, evitar el desperdicio de recursos y optimizar el tiempo

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oswaldo cisneros

Son días de oscuridad para todos a quienes Oswaldo Cisneros iluminó. Tenía muchos dones, la inteligencia, el paraguas de todos. Fue un absoluto privilegio contar con él como consejero en momentos claves. Privilegio poco exclusivo porque, como gran maestro que fue, no escatimó en alumnado ni en favorecidos.

Mientras lamento su partida, admiro su vida y abrazo en la distancia a su familia —especialmente a dos queridas amigas— pienso que Oswaldo no predicaba frases para ser citado. Él sin duda escuchaba, y daba consejos prácticos en función del éxito y la felicidad del interlocutor.

Trataré de no remar para mi vera, pero no puedo escapar, en mi incipiente luto, de recordar los puntos que tras conversaciones con él, desviaron un plan concebido; desvíos que en definitiva no cambiaron nunca el qué, sólo el cómo. Oswaldo estaba obsesionado con la eficiencia, con la limpieza en la cadena de producción. Nunca trabajé con él codo a codo, pero puedo deducir que sus esfuerzos diarios estaban dirigidos siempre a lograr el menor margen de error, evitar el desperdicio de recursos y optimizar el tiempo.

En el año 2001, en Madrid, luego de una agradable cena familiar, él se mostró preocupado porque me veía un poco perdida. Aclaro que yo recién había defendido mi tesis de grado con la mejor nota posible, cursaba ya una especialización y trabajaba en uno de los grupos editoriales más grandes de Europa. Vamos a ver, que a pesar de alguna duda existencial propia de los veinte años, perdida, perdida, no estaba. Pero allí estaba su mirada calculadora: no había tiempo que perder. Tenía que saber, definir qué quería, y buscar la forma más eficaz de ser la mejor.

Algo fascinante en Oswaldo era su sencillez, quizá su mayor extravagancia. Y no me refiero a que manejara él mismo su carro en Caracas, o cualquier imagen, o lugar común que pudiera llevar a la conclusión que vivía por debajo de sus posibles lujos. No. Su sencillez radicaba en simplificar su propio camino: el desglose de la fórmula de su éxito para ser un espejo accesible a su entorno.

En aquel 2001, creo que era invierno, creo que por estas fechas, me dijo: “Ubica el negocio que quieras hacer e inmediatamente ubica —en cualquier país— quién lo hace mejor y viaja a visitar sus instalaciones. Aprende el proceso, aprende de quien ya aprendió. Pregunta en qué momento se equivocaron y por qué.  Evita perder el tiempo donde otro ya tropezó”. Y a esto añadió: “Creo que ni tú ni yo vamos a ganar el Nobel de Física. Dicho esto, vamos a no diluirnos en el deseo de inventar algo nuevo”.

Tenía muy claro que ser el primero no se traducía necesariamente en ser el mejor.

Y luego era admirable su fascinación por el proceso de búsqueda. La cacería del mejor, del genio, del game changer. Buscaba, por ejemplo, un tal equipo italiano de jóvenes que estaba desarrollando la tecnología más vanguardista en telecomunicaciones, o los que estaban diseñando el chip del futuro. Lo mismo hizo en el mundo del azúcar y en el de «las colas». Había un claro placer en esos trofeos —que aún no se sabían premios— que luego servirían de catalizadores para sus propios éxitos.

Creer en los sueños de los demás es el primer paso para hacerlos posibles. He visto cómo junto a personas también maravillosas ha cambiado, durante décadas, las posibilidades de jóvenes artistas y también de emprendedores sociales. Tuvo la visión de reproducir su sabiduría en proyectos que no eran en un comienzo su vocación, y que luego fueron su vida.

Hay tres cosas que sé con la exactitud del Nobel de física que nunca quise ser: que Oswaldo amó con verdad y fuerza, que amaba a sus hijos con devoción, ternura y orgullo, y que su legado está blindado. Pasar el testigo de su brillantez será tarea fácil. Primero porque su semilla inteligente está implantada en su familia, y porque él ya hizo el trabajo de encapsularse de manera impecable, en un mecanismo perfecto, portátil e indestructible. Él es un chip del futuro.

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