Venezuela

Para mamá, dos kilos de caraotas

“No daría alimentos de la cesta básica en el Día de las Madres, eso causa depresión, pero sin duda sería un buen regalo”, reconoció una de las visitantes de la feria de la plaza Alfredo Sadel, donde un bocado o una copa de vino podía costar tanto como una franelita de runners

Publicidad

El reparto de alimentos casa por casa que ha anunciado el presidente Nicolás Maduro aún no ha llegado a la mía. Encadeno ya una racha de seis lunes, mi día asignado de compra, sin conseguir productos de la cesta básica. Esta semana tuve que ir a uno de los puntos de Caracas donde opera el mercado negro y gasté poco menos de 5.000 bolívares para llevarle a mi mamá dos paquetes de Harina PAN y un aceite Vatel. Además le compré 3.000 bolívares de muslo de pollo, equivalente a menos de 1,5 kilos. Decidí no regalar más nada por el Día de las Madres. ¿Qué tan despreciable soy?

Me acerqué a una de las ferias del Día de las Madres que había en Caracas este sábado, la de la plaza Alfredo Sadel en Las Mercedes, para indagar sobre las decisiones financieras de otros hijos. Feria de madres peculiar, la de la Alfredo Sadel. Aproximadamente la mitad de los stands eran de comida, y no precisamente de tentempiés, lo que tiene cierto sentido: en una época en la que en general estamos comiendo muy mal, un bocado puede ser un regalo más que suficiente para mamá. Una hamburguesa CCS Burger (Bs 3.800), unos perrocalientes Japan Dogs (4.900), 200 gramos de higos turcos (3.000 bolívares) o dos copas de vino blanco (4.000 bolívares) costaban casi tanto como las blusitas o franelitas de runners más económicas de los puestos de ropa y accesorios, en los que abundaban atuendos más bien playeros y con poca tela.

“No he gastado para cada regalo más de 2.500 bolívares. Bisutería, velas, una crema de chocolate. Detallitos, cosas que se las regalarías a una amiga, no a tu mamá. La situación está grave. Ya uno no puede ni darle un gusto como se merece”, me dijo Sara, una de las compradoras. Un pequeño jabón artesanal saponificado (lo que quiera que eso signifique) de esencia de miel y avena se vendía desde 600 bolívares.

“Está complicado. No le voy a regalar nada, nos veremos en la casa y le voy a hacer una comida. El regalo será atención y servicio. Vine a la feria fue a curiosear, no a comprar. En otras ocasiones, la afluencia era mucho mayor. ¿Regalar productos regulados? Mira, te voy a decir algo: a mi suegra le encantan las caraotas negras y mi esposo, de jodedera, le va a llevar dos paquetes que conseguimos. Como está la situación, ellas salen ganando si les llevas comida”, me confesó Ana Gabriela, otra paseante.Un vestido hecho de una tela que parecía fieltro para manualidades de preescolar, y que llamaban algodón peruano, costaba 23.000 bolívares.

“A mi mamá le compré unos dulces, es lo que le gusta. Me gasté 6.000 o 7.000 bolívares. Ya de ahí para arriba, uno va tanteando. De 15.000 bolívares no pasaría. Todo está mermado. Tristemente, muchas mamás van a preferir un producto regulado a otra cuestión. Hemos llegado a ese punto en que regalar una Harina PAN se está viendo como algo normal”, opinó Mario. Las blusas semitransparentes del stand de Franco Indumentaria y Complementos, cuya encargada lucía bronceado, tatuajes y acondicionamiento fitness sin ese fastidio de la ropa interior superior, se conseguían entre 4.800 y 9.000 bolívares.

“Una cesta con una Harina PAN, un aceite, un jabón y una pasta sería muy buen regalo. El presupuesto está muy corto, la situación es terrible. Se compra lo que se puede, hasta donde alcance. No sé, por ser mamá, gastaríamos máximo 20.000 o 25.000. Uno puede hacer un sacrificio, pero ya no es como antes, cuando le regalabas a tu abuelita, a tu tía o a tu hermana que ya es mamá. Ahorita solo es la mamá y ya”, me indicó una pareja de amigas, Alejandra y Jessica. El artículo más caro que vi en la feria fue una cartera de piel de baba por 120.000 bolívares.

“Vine a curiosear, me gusta apoyar el talento nacional, ver las artesanías. El presupuesto está golpeao. Mi límite es 4.000 bolívares. Compré unos zarcillitos de origami demasiado cuchis. Están económicos. Pero solo es eso, un detallito. Prefiero regalar un zarcillo que comida. ¡Está demasiado cara!”, me contestó Andreína. “¿Regalar una Harina PAN¿ Yo lo haría. Dada la situación sería un buen regalo”, admitió Marcos. “Podríamos hablar de 15.000 o 20.000 para un regalo. Lo que yo nunca haría es dar productos regulados”, se desmarcó Emilio.

“El presupuesto para el Día de las Madres no baja de 20.000 bolívares, aquí en la feria quizás un poco menos. Si pudiera darme el gusto, llevaría a mi mamá a viajar por el mundo. No daría productos regulados, eso causa depresión, pero sin duda sería un buen regalo”, sopesó Milena antes de que un vigilante privado me pidiera abandonar la feria por hacer preguntas que perturbaban a los potenciales compradores.

Para terminar mi recorrido, me acerqué al centro comercial Tolón, que no es precisamente el más económico de Caracas. Entre los bestsellers de Tecniciencia, los libros más económicos son Se busca un país, de Leonardo Padrón (Bs 2.500) o Sin tacones, sin reservade Patricia Velásquez (Bs 2.900), mientras que los consejos imposibles de llevar a la práctica de la doctora Samar Yorde en Soy saludableo la autobiografía de Yordano pueden llegar  a 5.600 u 8.500 bolívares, respectivamente. Una tostadora de pan o un secador de pelo de la tienda de diseño Korotitos cuestan 58.000 y 42.000, respectivamente. Una gargantilla en Aprilis, 90.000. Un vestido tejido en Angely, 59.400. Una falda de lentejuelas en lo que alguna vez se llamó Zara, 23.000. Una maleta para viajar de manera imaginaria, 99.000 bolívares. Unas sandalias bajas en Nine West, 69.000.

El récord lo rompió un bolso en la vitrina de la tienda Coach. Pensé que el precio era 69.985 bolívares, pero solo se trata del IVA. En realidad cuesta 635.200 bolívares. El monedero que le hace juego, 217.750 bolívares.

La inflación en Venezuela se parece a una de las escenas culminantes de Lección de piano, en la que la protagonista, una maestra de piano sordomuda llamada Ada (la actriz Holly Hunter), al parecer de manera intencionada, se deja arrastrar junto con su instrumento de trabajo hasta el fondo del océano. Llega un momento en que te resignas y empieza a parecerte normal toda esa danza de ceros a la derecha en los precios: eso es lo que están costando las cosas, razonas mientras te encoges de hombros. Dicen que el instante justo antes de morir ahogado puede ser dulce, inclusive placentero. El punto que hace que me quede sin oxígeno y vuelva en mí es cuando recuerdo mis ingresos mensuales. Claro, siempre quedará el límite de la tarjeta de crédito. ¿Y cómo hago con el pago mínimo? Entonces, como Ada, salgo a flote a la superficie y regreso a mi realidad, no sin cierta sensación de liberación: ¡soy un pelabola!

A esta altura del domingo todavía no he decidido si le regalaré a mamá algún otro detalle, aparte de las dos Harinas PAN, el aceite Vatel y el kilo y medio de muslitos de pollo. Quizás le termine comprando aunque sea el libro de Leonardo Padrón, su columnista de opinión favorito. Una mamá es como un producto básico que se consigue a precio regulado y sin hacer cola.

Publicidad
Publicidad