Internacionales

Perú, xenofobia y el miedo de ser venezolano

Los venezolanos que escaparon de la crisis de su país de origen encontraron en territorio inca otro enorme problema: mientras intentan adaptarse a una nueva realidad, la violencia, en ocasiones, hace mella en la confianza de un grupo que apuntó a otras latitudes para dejar a un lado el caos.

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Fotografía: @mi_mo_to

Nací en Guatire, pero a los tres meses me mudaron a Caracas. Mi madre decidió llamarme Pierina Antonella. Me presentó en la jefatura como madre soltera, así que llevo un solo apellido: Sora.

Con el pasar de los años, muchas personas me decían “qué nombres tan bonitos tienes”, yo respondía con un simple “gracias”, a lo que sobrevenía la típica pregunta: “¿de dónde es ese apellido?”. Volvía a responder: “Mis abuelos eran italianos”.

Aunque algunos decían chistes de mal gusto que de italiana solo tenía los nombres, mi familia me hizo entender que todos somos migrantes y que todos venimos de un mestizaje.

Mi nonno materno, Antonio Sora, huyó de Italia para residenciarse en Venezuela, y entre los 100 barcos canarios ilegales que cruzaron el Atlántico, estaba mi otro abuelo (Julio Avila Acevedo, a quien también llamo nonno), desplazado por la dictadura de Francisco Franco. Tanto a Antonio como a Julio la crueldad de las guerras europeas los condenó al ostracismo.

Hasta hace poco mi configuración física y emocional se limitaba a ser nieta de emigrantes y sus anécdotas, pero ahora soy una de ellos.

Emigré, junto a mi pareja, en enero de 2018. Él tenía miedo porque ya había pasado tres meses en Barranquilla y no le fue bien. Así que yo, asqueada por la situación, presioné para salir. Mis abuelos tardaron semanas en llegar a Venezuela y yo seis días para arribar a Lima.

Xenofobia en Peru 2

Mi pareja y yo escogimos Perú por dos razones: la primera es que el país no tenía trabas migratorias para ingresar en ese entonces, cosa que cambió luego de que se estableciera el trámite de una visa humanitaria para poder entrar.

La segunda razón fue porque el presupuesto para los gastos de alquiler de vivienda y comida se ajustaba a nosotros. En Lima hay distritos que están ubicados en los extremos norte y sur y suelen llamarse conos, lugares populares y generalmente económicos. Una habitación con baño compartido puede costar entre 300 a 350 soles, aproximadamente $106. En nuestro caso llegamos al distrito de Santa Anita, uno de estos sitios donde abundan los venezolanos.

Perú es el segundo país de Latinoamérica, el primero que encabeza la lista es Colombia, donde han llegado más venezolanos. Hasta ahora somos 865.000, de acuerdo a Migraciones. La cifra no es cosa menor, pues estamos en todos lados. Y tanta ha sido esta mezcla que el perrocalentero que vende por la zona en la que vivo tiene su clientela peruana y en la otra esquina, el puesto de empanadas también es atraído por los locales. Para ellos, nuestra comida también es un exotismo. Ahora, cuando voy al mercado y le pido chancaca al señor que me vende la materia prima para la producción de mis golfeados, ya hasta me dice “aquí tienes tu papelón” y suelta una risa de complicidad. Y si me voy al frutero ya me dice: “lleve su cambur” en vez de decir plátano de seda, o “lleve su lechoza” en lugar de papaya. Él se siente orgulloso de haber aprendido esas palabras para venderle a sus clientes (caseritos) venezolanos.

Xenofobia en Peru 4

Pero el panorama ha cambiado. Desde hace dos semanas para acá, la situación no ha estado color de rosa-aunque suene cliché. Las noticias sobre actos criminales por parte de los migrantes venezolanos se han intensificado. La más estremecedora fue la del asesinato y descuartizamiento del venezolano Rubén Matamoros Delgado (22) y el peruano Jafet Torrico Jarasu (24).

En los últimos días, los casos de xenofobia en Perú han surgido de una manera muy llamativa, en especial en las redes sociales. Esta semana, varios familiares y amigos me han preguntado con alta preocupación por WhatsApp sobre el tema. Yo les he respondido que hasta ahora no me he topado con ningún episodio. Pero en esas respuestas también hay miedos y es cuando vienen las preguntas: ¿sufriré de algún ataque? ¿Me juzgarán solo por mis rasgos o por mi acento?

El miedo, como cualquier otro sentimiento, es natural. Y como todo ser humano, el miedo ha estado presente en mí desde el momento en el que comencé a planificar la salida de Venezuela. En especial tenía miedo a cómo iba yo a adaptarme a un nuevo país. Los temores, interrogantes y un cóctel de emociones llegaron a mí. ¿Lo bueno? Supe canalizar todo lo que sentí. Si algo he aprendido con las terapias es que todos somos muy diferentes a la hora de lidiar con nuestros demonios.

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Yo me considero una alta tuitera y no porque escriba todo el día, sino porque leo y hago scroll de lo mucho que pueda ver en esa red social. Vi muchos memes sobre el hecho del descuartizamiento. Los que más me impactaron fueron los que decían “buscamos carniceros, de preferencia venezolanos”, o “cuando salgo a botar la basura en las noches, llaman al serenazgo” (patrullaje de los vecindarios).

Admito que no puedo evitar sentir miedo e indignación cuando veo algún video por Twitter. Temo porque todo se descontrole y deba tomar una decisión drástica de salir del país como lo hizo un familiar quien vivió por más de un año en Panamá y no aguantó este tema de la xenofobia y se trasladó a Lima.

El Monitoreo de Flujo de Población Venezolana en Perú realizado por la Organización Internacional para las Migraciones y Unicef, indicó que en la frontera norte del Perú, “una de cada cuatro personas manifestó haberse sentido discriminada durante su ruta de viaje”, mientras que en Tacna, frontera entre Chile y Perú, cerca del 40% de personas indicó haber sufrido algún tipo de discriminación y que la razón principal fue la nacionalidad.

Sé que algunos medios locales no han tenido una cobertura responsable ante este tema de la migración venezolana y varios han publicado noticias amarillistas y sensacionalistas. El periodista peruano Diego Salazar, por ejemplo, cuenta con un registro de cómo los medios hacen uso de las notas negativas hacia los migrantes.

Pero no hay que generalizar, no hay que meter a todos en el mismo saco. No todos los peruano son malos, ni tampoco nosotros somos malos. Hasta ahora, para bien o para mal, me quedo con lo que me dijo mi caserito del mercado: “por uno pagamos todos”.

Fotos: @mi_mo_to

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