Opinión

Piedras Blancas, un taller de conversación

Ya olvidé cuándo empezamos a encontrarnos.  También,  cuándo comprendimos que si queríamos  conversar estábamos a guardar silencio, dejar de ser competidores, asumir la paciencia y palpar nuestros umbrales de ignorancia. Empezamos a aprender a conversar. Nos fuimos convirtiendo en hacedores del respeto. Colaboradores de las palabras y sus significados.  El vaciarnos de algo por decir, nos permite atender lo que las palabras nos han querido decir.  Oímos lo que aún está a salvo. Y algo nos queda de esa broza que no hemos perturbado. 

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Así nació Taller Piedras Blancas. Un espacio donde la persona opina, no decreta; donde lo expresado siempre es mejorable. Cada semana es un ejercicio afectivo e intelectual que nos permite comprobar que crear o recrear conocimientos consiste en entender  y visibilizar relaciones simples y complejas donde antes veíamos incomunicaciones.  Acatamos el poema, su gobierno antiguo en el cuerpo y el espíritu.

Así descubrimos que en los instantes de barbarie, algunos nos resguardamos y salvamos si construimos lugares y tiempos para comprender la estructura musical y semántica de la  oscuridad. Los poemas de  Eugenio Montejo, José Watanabe, Hanni Ossot, Silvia Plath, Seamus Heaney, W. C. Williams, Rafael Cadenas,  Joseph Brodsky… revelaron que no son las luces, si no las oscuridades los nichos que permiten a lo humano construir épocas delicadamente civilizadas. Ver los sentidos de lo oscuro, nos permite conversar para construir los sentidos verticales de la belleza y el espíritu. Nos dispone a oír y atender los ritmos sanguíneos de las miserias que hemos convertido en amables. Leer y oír a estos poetas nos ha invitado a los enemigos procreados, nutridos, educados y protegidos por nosotros. Enemigos que no habitan fuera sino en nosotros. Enemigos de un rostro único: el nuestro.

Piedras Blancas es el taller de las insuficiencias. Allí la realidad nos obliga a amar necesitar del otro para dotar nuestros pulmones de posibilidades de vivir responsablemente los días. Allí no hay tiranos. Nadie dicta paisajes interiores o exteriores. El vino y los alimentos son el contexto del poema. El espacio de resonancia del poema es custodiado por una planta de la quietud: La dama de noche; cuyas flores se cierran de día, pero se abren de noche. Cerradas a la luz, pero abiertas a la oscuridad.

Cuando elijamos ver, escuchar y comprender lo oscuro de nuestra cultura, contemplaremos asqueados cuánta basura alumbra nuestros días; cuánto desperdicio nos resistimos a arrojar. Por ello Venezuela, el país edificado con las falsas columnas de la abundancia

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