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Por más que se hagan planes, en la Antártida nunca se sabe qué pasará

El Polo Sur es la última frontera turística terrestre que los naturistas, los turistas de aventura y los exploradores se apresuran por visitar. Se calcula que esta temporada turística, que arranca en noviembre y termina en marzo, más de 37.000 personas caminarán por el continente más frío de la Tierra, un 10% más que la temporada pasada.

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Fotografías de AP

Recorrieron a pie montañas nevadas. Se maravillaron con las focas a lo largo de la costa y con los pingüinos que caminaban sobre el hielo. Disfrutaron, incluso, el espectáculo de una ballena que arqueaba su lomo y que dejaba al aire su cola en medio de un mar de icebergs que se derretían.

También tuvieron que armarse de paciencia cuando su crucero quedó varado literalmente en el fin del mundo y lo único que podían hacer era mirar al cielo estrellado y esperar varios días hasta que la densa niebla se fuese y pudiesen volver a casa. Un dicho local asegura que:

«En la Antártida puedes planificar todo lo que quieras, pero en realidad nunca sabes lo que va a pasar».

antartida

Es la última frontera turística terrestre que los naturistas, los turistas de aventura y los exploradores se apresuran por visitar. Se calcula que esta temporada turística, que arranca en noviembre y termina en marzo, más de 37.000 personas caminarán por el continente más frío de la Tierra, un 10% más que la temporada pasada.

Mientras que algunos turistas trepan el Monte Vinson, el pico más alto de la Antártida, de 4.982 metros (16.050 pies), otros quieren ver paisajes que no parecen de este mundo o tomar fotos de pingüinos cuando entran y salen del agua. No faltan quienes practican deportes extremos y bucean en las aguas heladas de la Antártida o participan en recreaciones de las expediciones que llegaron a estas islas a principios del siglo XX.

¿Qué dicen los visitantes?

En años recientes a las islas fueron personalidades como Bill Gates, y el príncipe Enrique. La banda de heavy metal Metallica tocó para un pequeño grupo en la base científica argentina Carlini en 2013.

Sea lo que lo atraiga a uno aquí, es mejor traer una buena dosis de humor, de paciencia y humildad, cualidades claves para disfrutar unas vacaciones en la Antártida. Sin falta cada año, algunos turistas se van sin ver el sol, o sufren tratando de conectarse a internet o penan al momento de tratar de desenterrar sus botas de la nieve.

«¿Qué si valió la pena? ¡Claro que la valió!», dice la turista inglesa Christine Brannan, de 65 años, y quien recientemente hizo un crucero por las islas. «Pero a cualquiera que desee hacer el viaje le recomendaría que esté preparado para lo imprevisible».

«Fue algo fantástico», sostuvo su esposo John mientras la pareja caminaba con un grupo de turistas hacia la pista del aeropuerto. «Es algo que jamás olvidaré».

El continente

La Antártida tiene una superficie equivalente a las de Estados Unidos y México juntos, pero los turistas y los aproximadamente 4.000 científicos que viven aquí se concentran, parte del año, en las zonas que no están congeladas permanentemente y donde hay vida silvestre. Eso equivale, aproximadamente, al 2% del continente.

La mayoría de los visitantes llegan a la Península Antártica a través del sur de Argentina o de Chile, por avión o en barco. El otro destino antártico más popular es el Mar de Ross, al otro extremo del continente, al que se llega tras navegar diez días desde Nueva Zelanda o Australia.

Las condiciones inhóspitas hacen que el visitante tenga que venir bien pertrechado: con botas a prueba de agua, varias capas de ropa de invierno, incluidos calzoncillos largos y una chaqueta gruesa e impermeable; protector solar y anteojos para el sol.

Ir a la Antártida no es barato, y no hay límite a lo que se puede gastar en una visita. Los ricos pueden contratar yates de 35 metros (114 pies) por 53.000 dólares a la semana y hay barcos de 140 metros (460 pies) que cuestan más de un millón de dólares a la semana, según estimados de SuperYachts.com, de Londres.

Tim Johnson, el fundador de TBJ SuperYachts, una agencia de yates también basada en Londres, dijo que la demanda aumenta cada año porque hay mucha gente que quiere visitar «territorios inexplorados».

«Esta es la última frontera del planeta».

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