Venezuela

¿Qué hace un chavista en la madre de todas las marchas?

Comer, bailar y repetir consignas desgastadas es la dinámica del que marcha vestido de rojo. Este 19 de abril, el mito del odio entre el chavismo y la oposición se sigue reduciendo a un “No volverán”.

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Fotos: AFP

Todo se organiza en una lista con nombre, apellido y cédula de identidad. ¿De qué ministerio es?, ¿y cuál es el departamento?, ¿a qué institución pública o misión pertenece? Esa planilla firmada no será utilizada en su contra.

Bien lo dijo Diosdado Cabello días atrás: el empleado público que no marche no tendrá cargo.Y a todos hay que mantenerlos en el grupo que les corresponde. “Disciplina”, repiten los líderes una y otra vez por los parlantes. Deben caminar ordenados.

En la avenida que baja desde el terminal de autobuses La Bandera hacia la calle Roosevelt, las gorras con el bigote de Nicolás Maduro se vendían a mil bolívares.

Este miércoles 19 de abril, fecha que marcó el inicio de la lucha por la independencia venezolana en 1810, se convirtió (207 años más tarde) en el día para medir fuerzas en la calle. La oposición y el chavismo protagonizarían sendas marchas por la capital del país.

VENEZUELA-MADURO-SUPPORTERS-DEMO

La de los simpatizantes a la revolución bolivariana, que también salió del 23 de Enero y desde Petare (esa rodó en moto), tenía las mujeres más hermosas. Así lo afirmó uno de los cuatro animadores que cantaron y brincaron en la tarima dispuesta para reunir en La Bandera a quienes venían de Falcón, Lara, Carabobo, Aragua, Yaracuy, Amazonas, Portuguesa, Guárico, Cojedes y Barinas. Muchos estados para la escasa presencia de personas: la gente se reunía en un rango de 200 pasos contados.

Desde antes de las 10:00 de la mañana, la zona era una fiesta. Todo era “una bulla”, todo un “sube las manos”. Porque «no volverán». Porque «águila no caza moscas». Porque «Almagro se va pal carajo». Porque «si se prende un peo, con Maduro me resteo”, decían y así hasta el infinito; porque nunca es demasiado.

“Vine porque ese fue el legado que nos dejó nuestro presidente Hugo Chávez. Y como lo dice Jesucristo, que era revolucionario, no podemos dejarlo. Por eso seguimos rodilla en tierra, con la ley que es la revolución”, asegura Ana Fernández, del Zulia y con atuendo guajiro.

Junto a ella, un camión del Ministerio para el Servicio Penitenciario. De allí un grupo de hombres con boina roja reparten kit de comida: una gorra con bigote, un jugo Palmiandina, un agua Pozo Azul y un cachito. De un toldo cercano reparten agua y lo hacen con lista en mano.

Detrás de la tarima, siete efectivos de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) conversan, toman agua, se esconden del sol al recostarse contra la santamaría de un local y mandan mensajes de texto. Ninguno usa equipo antimotín, ninguno parece una amenaza. Su única arma aparente: un walkie talkie. Calles abajo, otros 15 oficiales en reposo.

“Yo quiero paz para Venezuela, por eso me metí en la Milicia Bolivariana. Y soy chavista porque desde que nací mi gente lo ha sido”, cuenta Saraí, con su maquillaje expuesto al sol. Tiene 18 años de edad. De fondo, el grupo Dame pa’ matala suena con su “Fucking reggaetón”.

Durante la espera, un hombre canoso le dice a otro debajo de un árbol: “Una vez, en una reunión, Fidel me regaló esta gorra (se la retira de la cabeza y se la acerca). Mira, está nuevecita”. El otro asiente. Mientras tanto, pasa un autobús vía El Cementerio con el aumento del pasaje escrito en la ventana: “150 desde hoy”.

Son las 11:00 am. La marcha sale. Sobre el puente que cruza la Roosevelt pasan manifestantes de la oposición. Ambos bandos se miran y agitan sus banderas. Desde abajo gritan: “Arrastrados”, “Manjunches”, “Vende patria” y el clásico “No volverán”. Son esas las frases del enfrentamiento, que no pasa de groserías. Es una situación que se repite más tarde cuando los oficialistas transitan la Avenida Fuerzas Armadas en dirección a la Avenida Bolívar.

“Suban pa’ que vean rostro, cagaos. Traidores coños de su madre”. Entonces una mujer le advierte: “No les grites, recuerda que ellos graban”. Y otra comenta: “Si fuera lo contrario, ya nos hubieran caído a piedra”.

En su trayectoria, la manifestación recibió muy poco apoyo de los transeúntes. Ni siquiera cuando pasó por una Misión Vivienda obtuvo respuesta a sus consignas. “Yo soy pueblo -dice el miliciano J. Moreno- y como tal tengo derecho a hacerle entender a la oposición que a nosotros también nos deben respetar los derechos. Porque si ellos se montan en el poder lo que harán es darle el oro y el petróleo al imperio”.

Pasos adelante, unos jóvenes avisan que hay una panadería abierta y está vendiendo pan. Varios se despegan de la ruta; es más importante ir a buscar su porción.

Entonces, un helicóptero de la policía sobrevuela la marcha, que ahora pasa cerca del Helicoide. Nada cae al suelo. Una linda morena dirige una coreografía desde un camión en la mitad el tráfico, que nunca se detuvo. Los manifestantes tuvieron que sortear carros, motos y autobuses, muchos estacionados, muchos de ellos mismos.

“Vamos a acomodarnos detrás de la pancarta”, ordena otra mujer a otro grupo de personas. “Acuérdense de que la oposición está golpeando la bandera. Y es nuestro estandarte”, sentencia.

Al llegar a la Avenida Bolívar el caos se intensifica. Más motos, más carros, más semáforos que cruza de forma indiscriminada la gente. “Quédate ahí todo el día, ¿oíste, mamagüevo?”, le grita un taxista a un chofer de autobús. “Provoca quemarlos a toditos”, reclama un mototaxista.

Todos se acumulan en el punto final y en las calles que lo alimentan. Mientras llegan los líderes, varias tarimas entretienen con música en vivo y canciones de Alí Primera.

Algunos aprovecharon para escaparse, otros respondieron con groserías a cacerolas que sonaron desde la Avenida Universidad. Algunos reposaron del sol hacia las orillas de la calle y otros hicieron cola en las areperas socialistas.

Un niño, que había caminado con su papá vendiendo cigarros, le dijo lento y cansado: “El suelo está caliente. Me duelen los pies”, mientras arrastraba un paquete de afeitadoras desechables.

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