Opinión

¡Que vengan más nietos!

Con un nieto, el más puro sentimiento atraviesa el ser y repara, sin reservas, ese rincón del alma donde solo el silencio habla. Ricaardo Adrianza comparte su visión sobre esta etapa de la vida

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¡Que vengan más nietos!

El nacimiento de un niño es una bendición celestial escrita con todas sus letras y en mayúscula. Es el triunfo del amor y de la esperanza por el anhelo de un mejor futuro, pero principalmente nos reconcilia con la vida y sus vaivenes.

El proceso de gestación es un hermoso acto de compromiso y de la grandeza inquebrantable de la mujer. No me canso en repetir la profunda admiración que siento por las mujeres, por ello, –quizás– Dios me ha recompensado con tres hijas.

No tuve la fortuna de presenciar el nacimiento de mis hijas, pero si la bendición de presenciar el de mi primer nieto, Matías. Relatarles el proceso no define en modo alguno el torrente de emociones que sentí al verlo, anunciando su llegada al mundo. Puedo asegurarles que el más puro sentimiento atraviesa el Ser y repara –sin reservas– ese rincón del alma donde solo el silencio habla.

Esta hermosa experiencia y el caudal de emociones posteriores nos hace reflexionar acerca de si con cada experiencia podremos sentir lo mismo; o si, por el contrario, ya lo hemos entregado todo. Este cuestionamiento, muy particular, nos incita a dudar del tamaño del amor y cariño por los nietos venideros.

Pero llegó el día 7 de agosto y las dudas terminaron. El nacimiento de mi segundo nieto, Ignacio, dio al traste con la teoría de muchos que vaticinaban que después del primero nada es igual. Y si, no estuve para recibirlo – la pandemia me negó ese privilegio – sin embargo, viví el proceso como si así hubiera sido.

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Fue un día largo que viví en solitario, que culminó con éxito a las 3:57 pm de Puerto Rico. Recibir la llamada de mi yerno minutos después, fue el activador de una danza de lágrimas que solo cesaron al momento de entregarme a los brazos de Morfeo. Un anuncio que refrenda aquel dicho de que el “amor es ciego”, pues nació en el mismo instante del anuncio de su llegada.

La llegada al mundo de nuestros hijos son un hermoso regalo, pero la bendición de graduarte como abuelo le da un condimento muy especial a tu vida, rebosante de nostalgias y de canas.

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Foto: Jake Ryan / Pexels

Para certificar esto, una vez leí un texto muy conmovedor recibido en forma de mensaje –de autor desconocido– que decía: «Los nietos son como una herencia que recibes sin merecer. De repente caen del cielo. Sin tener que pasar por las penas del amor o los dolores de parto. Un nieto es realmente sangre de tu sangre. Es uno de tus hijos que te devuelven y en el que todos reconocen el derecho a amarlo con extravagancia. Tengo la seguridad de que la vida nos da nietos para compensarnos de todas las pérdidas que acompañan a la vejez. Son amores nuevos, profundos, inocentes y felices que vienen a ocupar aquel lugar vacío, nostálgico, dejado por los arrebatos juveniles. Y cuando tú abrazas al niño y él, aún dormido, abre un ojo y te dice: ¡Abu! –en mi caso Yayo–, tu corazón estalla de felicidad como pan en el horno”.

El amor por los nietos renueva tu existencia, en esa época de tu vida en que la felicidad se expresa en un simple abrazo.

Esta pequeña reflexión no solo la hago como homenaje al nacimiento de Ignacio Andrés, sino también para asegurarles a los abuelos primerizos –con la certeza de un abuelo emocionado– que en nuestra alma envejecida caben todos los amores que representarán cada uno de los nietos venideros. El nacimiento de Ignacio es un ejemplo de lo que digo.

He sido un afortunado por experimentar el amor en cada una de sus facetas. El primero, del cual aprendemos y nos prepara para abrazar el amor verdadero: el amor a mi esposa e hijas, que me ha moldeado para convertirme en la mejor versión que puedo ser. Y, por último, el amor de abuelo, ese que dice presente con la madurez de los años vividos y que suma años y ganas a tu existencia.

Foto: Public Domain Pictures / Pexels

Tal vez no tengas la edad o ese destino aun lo mires desde lejos, pero vale la pena la espera. ¡Será tu mejor recompensa!, en esa etapa de la vida en la que vivimos sin remordimientos.

Entretanto, vive un día a la vez y evita preocuparte por el fracaso. Preocuparte no te conduce por nada bueno. Siempre habrá una oportunidad para albergar alegría en tus días. Abraza con euforia cada emoción que llegue a tu vida. No desmayes en tu afán por procurarte una mejor existencia y superar los baches que se nos presentan en el camino. Disfruta cada instante con la pasión de tus años mozos y la sindéresis que te brinda la adultez.

Serias investigaciones aseguran que el último tramo de nuestra vida –a partir de los 65 años– somos más felices. Estoy seguro de que parte importante de esa estadística lo aporta graduarnos de abuelos y disfrutar ese milagro que te entrega la existencia con la llegada de un nieto.

En definitiva, como resultado de mi experiencia les digo –principalmente a los abuelos primerizos– que no hay nada de qué preocuparse. Así que, develada la incógnita del cariño a los nietos, disfruten honrosamente de esa etapa de la vida que podrá transitar en su momento.

En mi caso, seguiré disfrutando cada nacimiento y reclamando ¡que vengan más nietos!

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