Salud

Refugiados de la salud: Salir del país para burlar la muerte

Se trata de discriminación económica. Solo los que tienen pueden salir del país para tratarse lo que no se pueden curar en Venezuela. Igual, nadie se atreve a soltar una cifra, ni un dato sólido, ni siquiera una aproximación de cuántos venezolanos que padecen enfermedades crónicas han agarrado un avión lejos, en búsqueda de un mejor sistema de salud. Lo que sí ceden son cuentos. Cuentos de los que se van, de los que hoy les hacen falta. El 15 de mayo, el presidente de la Asamblea Nacional aseguró en su programa de televisión "Con el mazo dando", Diosdado Cabello, que los colombianos vienen en hordas a Venezuela para tratarse en nuestro sistema de salud gratuito. Sin embargo, muchos -médicos, pacientes con enfermedades crónicas y sus madres- aseguran que ahora, los que componen esas hordas, son venezolanos. Refugiados de la salud que se van para afuera si tienen los reales. Por primera vez en mucho tiempo, la cola no se desborda por las puertas del Farmatodo pequeño de la Urbina, pero una muchedumbre se pelea por las lengüitas de papel, blancas y enumeradas que salen del rollo rojo y brillante. Ese número es un puesto fijo para comprar el medicamento que no consiguieron en las otras cinco farmacias que visitaron esa mañana. Es mediodía. Existen plagas más temidas que las colas para comprar medicamentos, asegura Pablo -un joven de 29 que prefirió el anonimato. “El cartelito blanco escrito con marcador desteñido” es lo que más miedo le da. Esa es la señal de que tu traslado, tu tiempo y el tamaño de tu cuenta en el banco no sirven de nada. “Aunque tengas el dinero, la distribución está a manos del Estado y no puedes hacer nada”, explica Alejandro -pseudónimo-, de 40 años; le diagnosticaron Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) en 2006 y ahora vive en Canadá.

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Fotografía por Andrea Hernández

En Caracas, el Instituto Oncológico Luis Razetti se encontraba en cierre técnico -para el 11 de agosto. No contaba con medicamentos para tratamiento contra el cáncer, en especial los utilizados para niños.

Gabriel Romero, médico del Instituto Oncológico Dr. Luis Razetti, denunció para esa fecha que los productos para realizar quimioterapias no llegan con regularidad y hay problemas para cumplir los tratamientos con drogas como Carboplatino o Topotecan. También aseguró que la infraestructura del hospital no está apta para asistir a los pacientes oncológicos. Y además dijo que el recinto no cuenta con máquinas de radioterapia, tomografía y es incapaz de procesar biopsias.

Estante vacío mata chequera

Dito Fadel no se imaginó que unas escaleras serían el punto de partida de cientos de exámenes médicos y una anemia que pronto se convirtió en diagnóstico de síndrome de mielodisplacia (leucemia, un tipo de cáncer en la sangre): “A finales de noviembre comencé a sentirme agotado cuando subía las escaleras. Después de muchos exámenes, la doctora que me diagnosticó me recomendó irme del país para tratarme afuera con un oncólogo venezolano que se llama Sergio Giralt”, jefe del servicio de trasplantes de médula para adultos de uno de los mejores centros para tratamiento de cáncer del mundo, el Memorial Sloan Kettering Cancer Center. Otro doctor que encontró algo mejor en otro lugar.

El día que le iban a punzar la médula de Fadel no había una aguja en la clínica. Se acercó al Banco de Drogas Antineoplásicas de Caracas (Badan): “Ver a la gente comprando la medicina fue triste. En muchos casos, sus seguros no cubrían el monto y se iban con las manos vacías”.

Chico, qué casualidad

El presidente de la Asociación Venezolana de Distribuidores de Equipos Médicos, Odontológicos, de Laboratorios y Afines (Avedem), Antonio Orlando, acompañaba a su hermano en Nueva York cuando accedió a la entrevista. Aclaró que “tiene leucemia y se está tratando con Sergio Giralt” también.

Orlando etiqueta de “agraciados” a los que pueden pagar tratamiento afuera: “Los que no pueden salir quedan con el problema o fallecen”. En enero, el Hospital Universitario de Caracas apagó la luz de 13 personas que murieron la espera de sus cirugías. Faltaban sangre, anestesia, prótesis, compresas y mucho más. Una sola mujer, cansada, despeinada, atiende la caja de la farmacia, otra maneja el inventario. “¡Nueve dos!”, una señora mayor con pantalones leggins marrones y una cajita manoseada se abre paso entre la gente apretada. “¿Eutirox?”, pregunta sin más y saca su muestra. “¡Ja! Nooo mija. Eso no llega desde hace dos semanas y se acabó así”, chasquea los dedos y se burla, la cajera. Otras sardinas enlatadas también lanzan alaridos sarcásticos y resoplan. La de los leggins apretuja su cajita más y se aleja del counter. Un cartelito blanco escondido tras otros leggins rojos dice “No hay: Acetaminofén y Eutirox”.

Se buscan

Eutirox es uno de los medicamentos más perseguidos del país; sirve para tratar a los que padecen problemas con la olvidada y oculta glándula tiroides -regula el metabolismo del cuerpo, la sensibilidad a otras hormonas y produce proteínas, y se aloja bajo la manzana de Adán-. El presidente de Avedem coloca a estas personas frente a una caja separada. Los que sufren de hiper o hipotiroidismo se tienen que hacer estudios con radioisótopos -reactivos que sirven para diagnosticar y tratar enfermedades, esterilización de productos de uso frecuente-, pero todas las unidades de medicina nuclear en el país están paralizadas. Los pacientes se van en busca de tratamientos en Colombia, contrario a lo que declara Diosdado Cabello.

Algunos casos, como el de Alejandro, rondan la orilla de lo absurdo. Pasó tres años sin saber de su carga viral -cómo va avanzando el virus en pacientes sero positivo. “Cada vez que me tocaba la cita, me decían que no había reactivos”. Para completar el panorama, muchas veces no veía ni el rastro de fármacos antirretrovirales [necesarios para tratar el VIH] y suspenderlo significa la posible resistencia al medicamento y un paso más lejos de la salud», dijo.

La Coordinación Regional de VIH del estado Zulia queda en Maracaibo. Antes le decían “La Sanidad” y se llama Ambulatorio Urbano III Dr. Francisco Gómez Padrón; esa es la que visitaba el paciente sero positivo. Ahora, se acuartelan en el Hospital Universitario de Maracaibo y las colas crecen y crecen. Cuenta que luego de hacer una cola que comenzaba a las 5 de la mañana, corría a su casa y se bañaba para no llegar lamido por el calor de Maracaibo al trabajo. Entre 8 y 9 mil personas hacen el mismo trámite. Si llegan unos días tarde, deben suspender su tratamiento o rendir las pastillas, que da igual. 

“Vivir en Venezuela con VIH es un infierno”, sentencia.

Alejandro se fue en calidad de refugiado a Canadá. “Tenía visa canadiense y soy profesional. A pesar de eso, solicité una medida humanitaria” y se considera muy afortunado por haberlo logrado. “Si yo estuviera en Venezuela, ya estuviese muerto”, estima. No ha cortado el cordón umbilical con su país. Todavía habla con sus compañeros de cola del Ambulatorio. “Igual me duele la gente allá”, comenta. “Mis amigos solo piensan en irse”, pero no es tan fácil, concluye.

Curricula vs. escasez

Antonia Luque trabaja desde hace más de 20 años en la Asociación Venezolana para la Hemofilia. Es la coordinadora general de la organización y conoce muchos casos, pero hay uno en particular que la preocupa. Un periodista joven -y hemofílico- cubrió las protestas que comenzaron en febrero de 2014. Se tropezó y cayó, se complicó tanto la situación con los medicamentos, que su familia no aguantó dos pedidas y lo mandó a otro país a pesar del equipo de médicos A número uno que lo atiende en Venezuela.

“Pero él no suelta sus médicos de aquí”, aclara y asegura que el conjunto interdisciplinario para hemofilia que hay en el país es inigualable. “Tenemos un laboratorio especializado con los más altos niveles de seguridad y médicos premiados”. Incluso se arriesga a decir que muchos se han regresado de sus supuestos destinos finales por esa razón.

Ese retorno tiene un costo. Los pacientes hospitalizados por hemorragia deben esperar a que haya suficientes personas en el mismo estado de emergencia para que les hagan una prueba grupal, por lo que no se monitorean constantemente como se debe. “Todo se está poniendo cuesta arriba”, remata Luque.

Por más que el Centro Nacional de hemofilia ostente nombres como los de Arlette Ruíz de Sáez, Aspara Boadas, Mercedes Mijares, Manuel Cedeño y Toribio Gómez, médicos premiados, la curricula no tiene chance contra la escasez. Sentada en las escaleritas del mismo Farmatodo pequeño de La Urbina la señora y su cajita esperan. Una Bera cargada de kilos de Harina Pan y papel tualé, aguantados por bolsas transparentes, se le planta al frente y la señora de leggins marrones y su cajita gastada se encaraman entre el casco y el bulto. Son las 12:10 del mediodía: a la próxima Farmacia. Ruega no toparse con el cartelito blanco.

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