Opinión

Réquiem por Américo Martín

Américo Martín llevaba a Venezuela en su sangre. Todo lo que hizo, incluso de las acciones de las que después se deslindó y renegó, estaban enfocadas en el país

Américo Martín
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Cuando vivíamos el primer año de la pandemia, en 2020, leí el primer tomo de las memorias de Américo Martín. De forma retadora las tituló “Ahora es cuando”. El primer tomó que me leí abarcó de 1945 a 1960. Entre las cosas que tenía apuntadas para hacer en la post-pandemia era acercarme a este referente político e intelectual. Ya no podrá ser.

Fallecido este 16 de febrero de 2022, Américo Martín estaba inmerso en dejar el legado de sus memorias. Esto es algo loable en un país, como Venezuela, de memoria corta. Los políticos o figuras públicas venezolanas por lo general evitan contar su vida y menos aún mirarla en forma autocrítica.

En el libro que abarcan los primeros años de la vida de Américo Martín hay un honesto relato de su infancia, adolescencia, su incursión en la vida política a partir de su condición de estudiante, y la dura experiencia de ser preso político durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

La descripción que hizo Américo de cómo vivió el 23 de enero de 1958 es sencillamente memorable, ese aire de libertad que se recobró entre los venezolanos en esa fecha emblemática.

La imagen del joven que confuso, sin saber a ciencia cierta qué ocurría, sale de una cárcel que fue abandonada por los guardias y va caminando de regreso a su casa. En el camino se detiene a escuchar un mensaje televisado de Renny Ottolina, en la ventana de una casa cualquiera, el animador explicaba lo que sería para Venezuela vivir en democracia. En ese momento comprende cabalmente que la dictadura había llegado a su fin.

A Américo Martín le vi personalmente en muy contadas ocasiones. En dos momentos muy disímiles tuve la oportunidad de compartir y conocerle.

La primera estampa corresponde a 1983, un año electoral. Sin ser propiamente militante del partido, estaba en aquel momento muy cercano a unos amigos que eran parte del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en Barquisimeto. Era mi último año de bachillerato y formaba parte del centro de estudiantes en el Liceo Lisandro Alvarado.

Américo Martín visitó Barquisimeto en algún momento, a mediados de 1983. Dado que los militantes del MIR se contaban con los dedos de una mano, terminé siendo invitado para ser parte del comité que atendería al visitante, lo cual me permitió acompañarle en una visita a una zona de extrema pobreza, estar en un par de ocasiones en la mesa para tomarse un café y escucharle una intervención dirigida a los escasos militantes de su partido.

La segunda ocasión en la que estuve con Américo Martín fue ya en este siglo XXI, posiblemente en la etapa inicial de Nicolás Maduro en el poder. Ya en ese momento le solicité una entrevista, en su rol de analista y agudo observador de la realidad nacional, y me citó en un café que frecuentaba cerca del Colegio San Ignacio en Caracas.

El Américo Martín, ya maduro, estaba agobiado, como tantos de su generación, por la falta de una unidad genuina y una estrategia certera para desencadenar una transición democrática en Venezuela. Era la misma preocupación que desvelaba a Teodoro Petkoff.

Cuando uno las dos vivencias con el ahora ausente intelectual, político, ex guerrillero y autocrítico de su rol, me quedo con esta imagen síntesis: Américo Martín llevaba a Venezuela en su sangre. Todo lo que hizo, incluso de las acciones de las que después se deslindó y renegó, estaban enfocadas en el país.

Me quedo con la imagen del hombre maduro que aprendió de sus errores, de trato amable y hablar calmado, demócrata y que, además, era capaz de escribir sobre sí mismo en tono cuestionador.

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