Venezuela

San Antonio del Táchira pasa de puerto comercial a hotel comunal

De ser llamado el primer puerto comercial de América Latina y de población industrial tres décadas atrás, la capital del municipio Bolívar pasó no solo a ser el puente de escape de miles de venezolanos que migran hacia otras latitudes movidos por la crisis. Ahora es el dormitorio común de cientos de personas que buscan medios para sobrevivir. 

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FOTOGRAFÍA: ROSALINDA HERNÁNDEZ | EL ESTÍMULO

En el día las calles y avenidas de la población fronteriza se abarrotan de vendedores de cualquier cosa y autobuses que no paran de llegar desde San Cristóbal trasladando a miles de personas que arrastran maletas o productos para la venta. Muchos buscan la salida hacia la frontera colombiana.
Al cerrase el paso peatonal (5:00 AM a 8:00 PM), acordado entre los gobiernos de Venezuela y Colombia desde agosto de 2016, la capital del municipio Bolívar se convierte en un gran hotel colectivo. A la intemperie, más de 400 personas (según estimaciones del concejo municipal local) descansan del trajín diario en pleno pavimento sobre colchonetas. Otros aprovechan postes o árboles para colgar hamacas.
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Son hombres, mujeres y niños que se exponen a diario a la inseguridad, las enfermedades y los caprichos del tiempo.
La populosa avenida Venezuela, corredor vial de un kilómetro de extensión que finaliza en el puente internacional Simón Bolívar -zona limítrofe con el Norte de Santander de Colombia-, no se engalanó en estas fechas con luces de colores o con adornos alusivos a lo que fuera una de las fiestas más celebradas por los venezolanos: la Navidad.
En su defecto, chinchorros, cartones, telas extendidas y colchones se observan a lo largo del pavimento. De esta manera, la avenida y sus calles aledañas se convierten en un gran hotel que cobra vida en las noches.
Ni el cementerio local se ha salvado de la crisis de alojamiento. Antonio Pérez, trabajador del camposanto, asegura que los damnificados de la crisis “duermen, se bañan, hacen sus necesidades y (hasta) tienen sexo encima de las tumbas”.
No hay respeto para el lugar, agrega el sepulturero, quien cuenta cómo semanas atrás una comisión de la Guardia Nacional llegó y sacó del mausoleo militar colchonetas, ropa y otros utensilios dejados por estas personas.
“Se han robado toda las tuberías de baños y de los tanques de agua. En tres ocasiones también se han llevado más de mil metros de cable Nº 5, el de cobre. Se lo llevan para venderlo en Colombia”, agrega este hombre, con más de 30 años de labores en el cementerio.
Duermen donde sea

En los bohíos o chozas ornamentales que están a lo largo de la avenida Venezuela se agrupan los nuevos «huéspedes». En la parte central de la vía se ubican los que provienen del estado Lara. En su mayoría son familia, amigos o conocidos de quienes aseguran que en la frontera «se ve la plata».
Los larenses llegan por montones.  Traen artesanías: materos, floreros y otros utensilios fabricados con arcilla y los venden en las localidades La Parada, Villa del Rosario y Cúcuta.
Al comienzo de la misma calle, justo al lado del cementerio municipal se reúnen quienes vienen de Caracas, Valencia y Maracay. Ellos se desempeñan como carrucheros o carretilleros que cobran entre 2.000 y 5.000 pesos (entre 34.000 y 84.000 bolívares al cambio) por cargar mercancías de un lado al otro del puente internacional.
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La plaza Bolívar de San Antonio, el estadio municipal, y las calles adyacentes a la aduana principal de San Antonio, se ven colmadas de personas de todas las edades, durmiendo en el piso. Ni la oscuridad ni la basura o los malos olores, les impiden conciliar el sueño.
La capacidad hotelera de San Antonio (800 camas) fue copada a mediados de año cuando las protestas de calle y las elecciones a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) fueron el punto de partida para que miles de venezolanos buscaran la frontera tachirense como la vía más factible (económicamente) para migrar.
Movidos por el hambre

La mayoría de los venezolanos contactados por El Estímulo que duermen en las calles de San Antonio, coinciden en que la “mala situación económica” se ha convertido en el principal detonante para salir de los hogares a buscar dinero y lograr acceder a la compra de alimentos.
Víctor Hugo Verguz, de 31 años, viajó desde Valencia hacia la frontera movido por la grave crisis que atraviesa él y su familia. Se dedica a captar pasajeros que llegan por vía terrestre hasta San Antonio y que buscan boletos en autobús para Colombia, Perú, Ecuador, Chile y Argentina.
“Ganó una comisión por cada pasaje que compran a la compañía. Con eso sobrevivo y les mando plata a mis tres hijos de 8, 4 y 2 años. En Valencia me ganaba 500.000 bolívares a la semana como mecánico pero eso no me alcanzaba porque todo había que repagarlo a los bachaqueros”.
Víctor Hugo, duerme en el piso, bajo el techo del atrio de la iglesia del pueblo, frente a la plaza Bolívar. Pero no está solo, lo acompañan un grupo de unas 30 personas, incluyendo mujeres y niños.
Rafael Morales, también habita en las calles fronterizas. Se encuentra frente a un reconocido hotel de la localidad donde duermen unas 50 personas. Este antiguo albañil, proveniente de Maracay, cuenta con tristeza lo que es vivir en la calle.
Explica que la escasa oferta de empleo en su ciudad lo obligó a trasladarse hace tres meses hasta la zona limítrofe. Rafael llegó solo y luego se le unió el grupo familiar.
“Allá toda la gente dice que la plata está en la frontera y nosotros, pasando tantas necesidades y sin trabajo, tomé la decisión de venirme hasta aquí. Ahora vendo aguacates en Cúcuta y me ha ido bien. El único problema es que no encuentro casa para alquilar y nos toca dormir en la calle”, apunta.
El dinero que reporta de ganancia diaria por la venta de los frutos ronda los 10.000 pesos (180.000 bolívares al cambio actual). Dinero que se ganaba en una semana de trabajo duro, frisando o pegando bloques.
La mamá de Rafael sigue en Maracay. Cada semana dice que le envía “algo para comprar comida. «Allá la broma está muy brava, no hay medicinas, ni comida y lo poco que se consigue es a precios muy altos. Un kilo de harina de maíz la venden en 90.000 bolívares y el kilo de carne pasa los 100.000. Cuando me estabilice me la traigo a vivir aquí”, dice.
Rafael no tiene entre sus planes irse del país con la familia. “Amo a mi país, no me quiero ir. Ha tenido altos y bajos (…) en los tiempos altos nadie hablaba mal de Venezuela, éramos reyes y bien recibidos en cualquier país porque llevaban dinero a donde iban, ahora somos unos pobres inmigrantes”.
Para Rafael, tanto el gobierno como la oposición, son responsables de lo que está sucediendo en el país. “Entre peleas de un lado y del otro le trancan las cosas al pueblo. El gobierno expropió todo y no produce nada, la oposición no se pone de acuerdo nunca y por eso seguimos en las mismas”, manifiesta.
No pagan hotel pero sí a los guardias

Al despuntar el día, los venezolanos que duermen en las calles de San Antonio cruzan la frontera para llevar a Colombia las mercancías que ofrecen: cigarros, agua, refrescos, artesanías y cualquier cosa que les genere ganancias en pesos colombianos.
El paso se cumple de manera raída y sin mayores contratiempos si “colaboramos con la guardia”, afirman. Los entrevistados denunciaron que algunos guardias nacionales apostados en los puestos de control fronterizo, les quitan la mercancía o cobran dinero, a cambio de dejarlos pasar al otro lado de la línea limítrofe.
“Los guardias nos quitan lo que vendemos. En vez de ayudar nos joden. La policía colombiana si respeta porque entienden que uno va a trabajar que tenemos hijos que mantener”, relata Manuel, artesano que duerme sobre una hamaca cerca de la aduana de San Antonio.
Pedro Requena, vendedor de materos, asegura que ha perdido 20 kilos de peso porque no se alimenta bien. Hay noches que se duerme sin haber cenado. Confiesa que lleva al estómago apenas una comida al día. A Pedro le preocupa más a su familia, por eso manda dinero a su familia en en Barquisimeto. “Allá sí pasan hambre”, comenta.
“En cadena nacional, Maduro dice que todo está bien. Que hay empleos, trabajo y que aquí nadie está pasando hambre, ni muriendo por falta de medicinas. Eso es mentira porque si fuera así no estuviéramos ahora durmiendo en la calle para luego pasar a Colombia a trabajar pagando para pasar la mercancía al que es y al que no es. O sino la Dian (la agencia tributaria de Colombia) nos devuelve”, explica.
Abundan los negocios

La oferta y demanda de servicios van en aumento en la frontera. La mano de obra crece a medida que llegan más personas a refugiarse en la zona. Los negocios creados en torno al éxodo aumentan: alquiler de sanitarios, duchas, guarda equipaje, estacionamientos donde albergan personas para dormir en el piso, entre otros actividades económicas empiezan a abundar en la frontera.
Por 5.000 bolívares diarios se alquila un espacio para guardar en una residencia de la zona las hamacas, colchones, cobijas y almohadas que extienden en el pavimento o cuelgan dentro de las chozas por las noches. Con 10.000 bolívares se puede pasar la noche a puerta cerrada, pero con derecho a baño dentro de un estacionamiento de carros.
“Duermo en el estacionamiento, pago 10.000 bolívares por la noche, estoy en el piso y sin techo como todos los demás pero a puertas cerradas”, precisa Jorge.
Este vendedor de agua mineral nunca se imaginó dormir en la calle. “Daría lo que sea por estar en casa, en el pueblo, pero allá no consigo lo que hay aquí. El único responsable es el gobierno, desde que ellos están mandando, nosotros estamos en quiebra. Ellos creen que con una caja de comida le van a resolver los problemas”.
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