Cultura

Veinticinco años de "Seven" de David Fincher: la película que creó el método del asesino en serie

El 22 de septiembre de 1995 se estrenó "Seven", de David Fincher, un thriller, protagonizado por Brad Pitt y Morgan Freeman. Desde sus créditos, se entiende que era un producto que redefiniría el subgénero de los asesinos en serie

Publicidad

La tipografía de los títulos de crédito de «Seven» (1995), fue una idea de David Fincher, quien después insistiría en que era una manera de dejar claro que lo que vendría después en el film, tendría el toque sangriento y aterrador, difícil de definir a primera vista. Admitió en que pensó en las ya célebres cartas de Jack El destripador a Scotland Yard, por lo que imaginó una historia que empezara desde el punto de vista del asesino. Así comenzó un recorrido por una película que veinticinco años después, se sigue considerando de culto y en especial, una revisión inquietante a los horrores que se esconden detrás de la idea del asesinato como la más profunda muestra de vanidad.

Desde que el mítico Caín levantó una piedra para asesinar a su hermano Abel, el asesinato ha aterrorizado, cautivado y obsesionado a la humanidad. No sólo porque se trata de un acto de puro instinto — tan cercano a lo primitivo que resulta casi indiferenciable — sino también, quizás el único que tiene tanto poder como el que se le atribuye cualquier deidad amada o temida. Y es que matar — como acto de justicia, odio, miedo e incluso vanidad — parece brindar al hombre un tipo de control sobre la incertidumbre de su propia naturaleza que resulta desconcertante. De la misma manera que la capacidad para concebir, el hecho del asesinato parece rozar esa tentación por la Divinidad — y su poder absoluto — que todo ser humano ha experimentado alguna vez, de sombras de la mente del hombre, que parece tanto seducir como escandalizar.

La década de los ochenta fue prolífica en la producción del subgénero — si así puede llamarse — de asesinos en serie. La precedió algunos de los clásicos cinematográficos que crearon todo un nuevo lenguaje visual con respecto a lo que a la violencia se refiere (la célebre “Matanza en Texas de Tobe Hooper se estrenó en 1973 y La noche de Halloween de John Carpenter en 1978) y gracias a eso, comenzó a experimentarse con toda una nueva propuesta argumental sobre el tema.

Del asesino con el hacha, exagerado y dramatizado, se comenzó a explorar esa otra visión del mal: mucho más sencilla y menos efectista, confundida en lo cotidiano, envuelta en el anonimato del hombre común. La transición entre el asesino evidente, el monstruo sangriento temible a ese otro rostro entre sombras, creó toda una nueva interpretación sobre el origen de la maldad, más allá del tema moral y ético. La violencia en estado puro. La crueldad por la crueldad, sin cortapisas espirituales, más allá de lo que la razón puede interpretar como comprensible. No obstante, pasarían algunos años más hasta que ese asesino de rostro normal, escondido entre los pliegues de lo corriente, formara parte del imaginario más popular del cine.

“Seven” (1995) de Fincher llegó para crear un nuevo tipo de percepción sobre esa noción sobre la agresión, el crimen y la violencia, en medio de tintes dramáticos y una sólida comprensión sobre los pequeños horrores de la naturaleza humana. Pero, además, el director analizó la naturaleza criminal — el asesino a la sombra — desde una mirada novedosa que cambió los códigos visuales y semánticos que hasta entonces se había manejado sobre el tema.

Dura, estéticamente innovadora a mitad de camino entre un thriller de suspenso y algo más ambiguo, “Seven” analiza la naturaleza del mal emparentando por primera vez con la mirada del asesino como método y percepción de una idea más transgresora y macabra. Fincher prueba todo tipo de códigos visuales y se permite múltiples concesiones argumentales, logrando que esa insistencia en la autodestrucción y la desesperación sean un elemento visual más dentro de su propuesta.

En “Seven” todo se encuentra más o menos descolocado, desenfocado, mal herido por un pesimismo craso y existencialista que se extiende como una visión de lo maligno que atañe a cada elemento de la película. La capacidad de Fincher para crear atmósferas malsanas, consigue que aún en sus momentos crueles y duros, “Seven” sea una minuciosa mirada al temor, a lo que consideramos humano, irracional. La raíz del miedo. Un enfrentamiento directo, sin concesiones y con absoluta audacia, contra lo establecido, lo emocional de la noción del asesinato. El asesino de “Seven” mata porque lo desea, lo disfruta y sin motivos aparentes, más allá del asesinato en sí. Un sacudón argumental contra lo establecido y esa línea desdibujada que consideramos normalidad.

El antecedente más inmediato al tono y a la forma de “Seven” es “Henry, el retrato de un asesino”, del director John McNaughton, considerada una de las precursoras del género. Inquietante, cruda y sangrienta como pocas, no sólo recreó todo ese temor sustancial del asesino silente y sin nombre, sino que además definió lo que sería una constante en el cine sobre asesinos en serie: la ferocidad impersonal, la frialdad del asesinato como expresión de una identidad concisa y desconcertante. Como propuesta, reconstruyó un lenguaje concreto sobre el horror de lo cotidiano y le brindó una nueva percepción a la violencia: la historia ya no se cuenta desde la perspectiva de la víctima, sino desde la visión del asesino, sin disimulo alguno. La violencia como expresión de la identidad, la crueldad como una de las múltiples dimensiones del hombre.

La película recorrió un largo camino para llegar a las salas de proyección. Producida en 1986, “Henry, el retrato de un asesino” no llegó a comercializarse en EEUU hasta el año 1990 e incluso, unos años después la polémica sobre su contenido continuó retrasando su visionado en varios Estados norteamericanos. ¿La razón? La censura consideró que su argumento, descarnado y durísimo, no formaba parte de lo moralmente aceptable. Y es que John McNaughton no tuvo empacho en construir un discurso visual que mostraba la violencia, el dolor y el asesinato de una manera que hasta entonces había sido desconocida en el lenguaje cinematográfico: sucia e hiperrealista, la propuesta del director roza en muchas ocasiones un limite entre lo tolerable y lo inquietante.

Desde escenas de asesinatos filmadas con un sentido de la estética grotesco hasta giros de guión directamente insoportables, la película parece tocar todos los puntos álgidos de una visión del hombre y la violencia descarnada. Víctima de la censura, la película fue replanteada en docenas de versiones, de las cuales solo muy pocas incluyen una de las secuencias más desconcertantes del cine de género: la del asesinato de una familia — con una abrumadora escena de violación necrófila incluida -grabada con una cámara de video por los protagonistas. Y no obstante, no es la directa crudeza de las escenas ni tampoco la manera como el argumento plantea la violencia y el terror como parte de lo cotidiano, sino su simplicidad, su presentación sin juicios lo que produce una inmediata incomodidad.

Por supuesto, McNaughton debió influenciar de manera definitiva al Fincher que dirigió esa obra maestra subvalorada, como lo es ‘Zodiac’ (2007), que sigue paso a paso la investigación a lo largo de dos décadas, del asesino que aterrorizó a San Francisco a finales de la década de los ’60 y principios de los años ’70. David Fincher elabora una meditada comprensión de las entrañas del monstruo del mal y fusiona, con un pulso firme y de enorme poder narrativo, la forma y el fondo de su magnífica adaptación de la historia. El Guión de James Vanderbilt — basado en el libro de Robert Graysmith — no sólo desborda interés, detalles y buen hacer narrativo sino que además, crea una atmósfera específica que sostiene la percepción del asesinato no sólo como un hecho humano, sino como parte de un método específico de enorme valor argumental. La película es una mirada hacia el interior del crimen. Hacia la perspicaz necesidad de Fincher de demostrar el horror a profundidad y delinear su rostro oculto como una huella de lo más hórrido de la naturaleza humana. De ritmo perfecto e impecable combinación entre la narración objetiva y al reflexión subjetiva, crea un mosaico sobre la naturaleza humana que asombra por su efectividad.

Tal vez por esa mirada introspectiva, procedimental y pausada de Fincher, sorprendió su decisión de crear una serie como Mindhunter, que depende por completo de su ritmo interno y esa elaborada concepción sobre el crimen — el mal interior — como un suceso medible y cuantificable. Eso en una época en la que las series de televisión muestran una actividad muy poco convincente y comprensible sobre lo que es en realidad, la búsqueda y captura de un asesino, “Mindhunter” destaca justo por combinar lo mejor de “Seven” y lo más intrincado y perspicaz de “Zodiac” para crear un híbrido curioso y desconcertante en formato televisivo. Desde la noción de la recolección de datos hasta la construcción del perfil criminal, pero sobre todo esa perspectiva íntima de lo que el crimen puede ser como hecho de violencia, “Mindhunter” logra un equilibrio ideal entre la idea y la concepción del crimen como hecho humano. Fincher va mucho más allá de la obsesión por la captura del criminal de tantas series modernas y alcanza una propuesta sólida, muy parecida a propuestas corales y extrañamente ambiguas como ‘Todos los Hombres del Presidente’ ( Alan J. Pakula — 1976) ‘J.F.K.’ (Oliver Stone — 1991) y filma prácticamente toda la serie, buscando que el espectador comprenda el hecho básico de toda cacería criminal: la comprensión de los entresijos de la naturaleza humana y sobre todo, los dolores y terrores que se esconden en ella.

Pero Seven, fue el principio de la obsesión de Fincher por el deseo y el miedo: Fincher maneja con todo su dureza visual y pulso narrativo extraordinario, la tensión dramática de la serie: al final, la primera temporada tiene algo de absorbente y en ocasiones abrumadora. El origen del mal se hace más complejo, incisivo e inteligente: una mezcla demoledora que convierte la serie en una propuesta más que sólida. Quizás, lo más inquietante de “Seven” sea justamente que la película no pretende asustar o crear suspenso sobre las intenciones de sus personajes. La tensión se crea justamente en esa naturalidad de la violencia abiertamente cruel, sin ningún tipo de premisa, limitación o una idea moral que parezca contenerla. La atmósfera creada por el director, observa la cotidianidad enfermiza de sus personajes, desmenuzando el ambiente malsano y desconcertante, más allá de la clásica visión del metraje meditado que busca construir una visión del asesinato visualmente soportable.

Con un ritmo pausado, seco e indiferente, la interpretación del director sobre el asesinato y el horror parece reflejar esa necesidad del asesino de deshumanizar a la víctima, de reducirla a una mera visión descarnada y desprovista de identidad de la naturaleza humana. El temor construido a base de sombras y relieves familiares. Una vuelta de tuerca al miedo y sobre todo, a nuestra percepción sobre lo esencial de la violencia y la barbarie, esa que puede tener cualquier rostro, escondido entre las sombras de lo que consideramos normal.

Publicidad
Publicidad