Venezuela

Si las Olimpiadas hubieran sido en Caracas…

Les habían hablado de la inseguridad en Caracas, pero jamás se imaginaron que los robarían en un autobús de turismo en una autopista.

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Viendo la maravillosa ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Río 2016, no pude evitar pensar cómo hubiera sido con Caracas como sede.  Para ser honesta, le di gracias a Dios de que no hubiera sido así y casi que me pongo a llorar imaginándolo. Y es que este régimen militarista, gorilista y cursi nos hubiera convertido en el hazmerreír del mundo.

La llegada:

Los atletas y los huéspedes hubieran encontrado un contrasentido que en Maiquetía les hubieran hecho llenar una planilla de “salud” cuando en sus países les advirtieron –y vinieron preparados- para protegerse del zika, el dengue, la chikungunya, la malaria, la tuberculosis y otras menudencias de ésas que dan por aquí. Para lo que no vinieron preparados fue para que los robaran en la autopista que sube de La Guaira a Caracas.

Les habían hablado de la inseguridad en Caracas, pero jamás se imaginaron que los robarían en un autobús de turismo en una autopista. Se sorprendieron de los choros armados hasta los dientes, quienes lucían felices besando los medicamentos y las chucherías, no así los dólares, los euros y los zapatos deportivos, como cualquiera hubiera pensado.

La inauguración:

El Estadio Universitario lucía sus mejores galas, pero no se veía nada, pues la luz se había ido y la planta eléctrica de emergencia que le habían comprado a un bolichico por mil veces su valor, no servía… Los coleados estaban cayéndose a piñas en la entrada con la gente que tenía tickets, hasta que se oyó por megáfonos que Nicolás Maduro invitaba al proletariado a entrar y a quitarle las sillas a los oligarcas. Esto retrasó el desfile inaugural más de una hora. Las televisoras internacionales estaban desesperadas, pero el director general de Conatel les dijo que así se hacían las cosas en revolución y que al que no le gustara podía irse por donde vino.

Finalmente volvió la luz y comenzó el acto. Era la historia “importante”, la de la revolución bolivariana, donde Bolívar no era hijo de Concepción Palacios sino de la Negra Hipólita. Por eso odiaba a los mantuanos. Roque Valero personificó una vez más al Libertador y cantó “Patria querida”. A Miranda lo personificó un cubano que lo único que repetía era “aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí”. Páez no apareció por ninguna parte, de manera que Negro Primero no tuvo a quién decirle “Mi General, vengo a decirle adiós porque estoy muerto” y en vez bailó una conga cantada por Omar Acedo. Ezequiel Zamora y Maisanta también estuvieron presentes: llegaron en unos caballos raquíticos que se desmayaron en el medio del estadio y hubo que sacarlos en carretas. El coro cantaba “mueran los ricos y los que sepan leer y escribir”.

El traductor oficial era el de TVES, quien sólo hablaba de selfies y selfies. De Zamora saltaron la historia hasta el golpe de estado de 1992 y de ahí a las elecciones de 1998. Entró al estadio el General García Carneiro con más condecoraciones y medallas que un altar de Corpus Christi, precediendo un desfile militar donde adelante iban mujeres desnudas con sus cuerpos pintados de banderas nacionales y uniformes de la época de la Independencia. Más atrás, los monigotes que trajeron de Vargas, esos gigantes horrendos que el gobernador colocó por todas partes.

Los colectivos en moto daban vueltas por toda la pista de atletismo. En el micrófono, la voz de Chávez hablaba de la libertad recuperada. Por último en ese lote entró la milicia, coreando al unísono “con hambre y desempleo con Chávez me resteo”. Los atletas que esperaban adentro preguntaban “¿Y Chávez no está muerto?”, cuando una voz aterradora gritó por el micrófono: “¡Chávez vive!”.

En ese momento entró Daniela Cabello, la estrella del espectáculo y cantó “Gotas de lluvia”: “sigo tus pasos, gigante, y miro adelante, comandante”, coreado por los soldados y la milicia, mientras Migbelis Castellanos e Ivian Sarcos desfilaban.

Finalmente, cuando entraron los atletas, se volvió a ir la luz. La gente decidió encender sus celulares para no seguir retrasando el acto. Se escuchó la voz de Winston Vallenilla a través de un megáfono, anunciando la llegada de la antorcha olímpica, en un autobús conducido por Nicolás Maduro, el presidente obrero. Entró el autobús y de él salió Alejandra Benítez portando la antorcha.

Unos metros más adelante la esperaba Rubén Limardo, quien subió hasta el pebetero, pero la llama no prendió… ¡se habían robado el kerosén! Maduro ordenó a grito herido que pusieran presos a los bachaqueros y los atletas se dispersaron pensando que eran bachacos venenosos. Lograron calmarlos y volvieron a sus lugares para la declaración oficial de apertura. Maduro declaró “en nombre de la patria, la revolución y el Comandante Chávez” y declaró abiertos los Juegos Olímpicos de Caracas, bajo la tremenda pita de todo el estadio…

Y es que sólo en la pita al presidente se hubiera parecido nuestra ceremonia a la de Río…

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