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Sobrevivientes de Gran Bahama sufren el golpe final del huracán: un derrame petrolero

El aire huele a combustible, los pastos están anegados de una pasta negra y los pobladores del este de la isla de Gran Bahama tienen miedo. El huracán Dorian se fue dando un macabro golpe final: un derrame petrolero de la noruega Equinor que no ha sido contenido.

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Entre los escombros de lo que fueron sus casas, una decena de residentes del pequeño pueblo de High Rock consiguieron montar una tienda de campaña donde acogen y reparten las pocas donaciones que reciben.

Con ellas van sobreviviendo. Pero al cataclismo que padecen, se suma otra preocupación: no pueden confiar en el aire que respiran y los filtros de agua que les regalan son agradecidos, pero no les sirven.

«Eso es un petróleo mortal, mortal», dice Marco Roberts, de 38 años de edad. Lleva una máscara en la mano y dice que la capa freática, o mesa de agua, está contaminada.

«El petróleo se está filtrando al agua y no nos podemos bañar, no podemos tomar agua. La única agua con la que podemos bañarnos es la que nos traen ustedes», afirmó Roberts.

A seis kilómetros de allí, la tierra está saturada de una pasta negra y viscosa.

«Tienen que evacuar toda la punta oriental o hacer algo. Nosotros sabemos que esa cosa es venenosa», pide Roberts.

A su lado, una mujer llevaba una mascarilla puesta. El olor en High Rock es perceptible y dificulta la respiración a medida que uno se aproxima al lugar del derrame.

Allí, varios de los enormes tanques de petróleo sobre la costa sur están teñidos de negro por el crudo que rebosó de estos recipientes y se extendió por un área que aún se desconoce. Tampoco se ha confirmado si el crudo alcanzó el mar, en cuya costa se asientan las instalaciones.

Es South Riding Point, un terminal de 309 hectáreas donde la petrolera noruega Equinor contiene, mezcla y distribuye crudo. Tiene una capacidad de 6,75 millones de barriles.

El huracán Dorian se estacionó tres días sobre dos islas en el norte del archipiélago de las Bahamas, Ábaco y Gran Bahama, de donde salió finalmente el martes de la semana pasada.

Sus vientos de 300 kilómetros por hora convirtieron las casas en escombros y partió los árboles a la mitad, dejó estacas sobre un pasto cobrizo y muerto por el salitre. Incluso sacó las urnas de sus tumbas en un pequeño cementerio.

El huracán destruyó las tapas de cinco de contenedores, cada uno de los cuales tiene capacidad de hasta 700.000 barriles de petróleo.

«Al momento del huracán nueve de nuestros diez tanques en el terminal tenían techos abovedados de aluminio. Cinco de esos techos desaparecieron», detalla Eric Haaland, portavoz de Equinor.

En ese momento había 1,8 millones de barriles en tres tanques, dos de los cuales se rompieron.

La empresa informó en un comunicado que la situación es desafiante debido al daño a la infraestructura, y aseguró que hay dos embarcaciones en camino desde Luisiana, sur de Estados Unidos, con expertos en limpieza de desastres petroleros.

El activista medioambiental Joseph Darville dijo que ha batallado durante años, con la ONG Waterkeepers Bahamas, contra este terminal al lado de una costa que depende del turismo y la pesca y cuya capa freática está solo a un metro de profundidad.

Darville examina si el derrame contaminó la playa. El mar está tranquilo y es de un turquesa intenso, pero la vegetación destruida y las ramas arremolinadas por el huracán entristecen la escena.

«De estos «magníficos corales viene toda nuestra marisquería», dice Darville. También se pesca pargo, mero, langosta y macabí, que según Darville es una industria de 7.000 millones de dólares.

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