Literatura

"Trucha en almendras", un ensayo entre la ficción y la realidad

Olga Tokarczuk, Nobel polaca en Literatura 2018, ofrece en Trucha en almendras, una pieza literaria que se pasea entre su experiencia real y una historia inventada. Ocurre en el remoto Bardo, un pueblo al sur de Polonia, con un mítico pesebre que no existía hasta que un cuento lo volvió real. La traducción y el prólogo es de Michal Góral

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La distinción entre ficción y realidad, es aparentemente cada vez más difusa, de lo que deberíamos esperar del mundo moderno. Una de las incertidumbres provocadas consiste en la responsabilidad del autor contemporáneo hacia el concepto tiempo y sus posibles alteraciones. Aquí proponemos al lector hispanohablante una traducción del ensayo Trucha en almendras de la Nobel polaca en literatura 2018, Olga Tokarczuk.

En dicho ensayo, la autora relata su propia experiencia en un pueblo llamado Bardo en el sur de Polonia, donde fue invitada a un Festival de Pesebres Navideños Tradicionales, a raíz de su publicación del relato de ficción Bardo. Pesebre, en el cual narra la historia ficticia de un mítico pesebre construido durante generaciones de los habitantes de Bardo, finalmente destruido durante una inundación.

En Trucha en almendras, la autora polaca y psicóloga de profesión, nos invita a revivir una especie de experimento cognitivo que le sucedió a ella misma durante la visita a Bardo, un experimento acerca de los límites “entre” la realidad y la ficción literaria y en consecuencia su relación con la responsabilidad del “creador”.

El lector, acostumbrado a la distinción fija entre ficción y realidad, podrá sentirse aquí precisamente “entre” las dos a la vez, donde el límite se diluye y el mundo real y el de ficción se funden. Ocurre durante la apertura del festival, donde la autora se da cuenta de que su relato de ficción, en el que “inventó” la historia del pesebre y la historia de la gente que lo hizo, ya forma parte integrante de la historia, de la identidad y de la realidad de este pueblo.

Trucha en almendras

La ficción una vez incorporada en la realidad, altera el flujo del tiempo en ella, lo que sorprendió a Olga Tokarczuk y que podrá percibir el lector. Lo que creó la escritora polaca no es solamente un objeto estático, un cuento o un ensayo, sino una dinámica social, tan creativa como compleja.

La misma autora confiesa que escribir sobre lugares como Bardo es una especie de intercambio entre el autor y la gente: el autor permite que sus palabras, sus ficciones sean incorporadas de forma literal en la narración de la realidad a cambio de recibir el privilegio de la “creación”. Pero la alteración del pasado trae consecuencias en el futuro, lo que se ve representado en el supuesto plato típico del pueblo polaco Bardo, que da origen al nombre del ensayo aquí traducido: Trucha en almendras.

Trucha en almendras

Un texto de Olga Tokarczuk y Michal Góral.

1.

Unos meses después de la publicación del volumen de mis relatos Gra na wielu bębenkach, recibí una invitación para un festival de pesebres navideños organizado por el pueblo de Bardo, ubicado en la cordillera de los Sudetes.

Me enviaron un pequeño folleto con una foto borrosa del viejo Bardo antes de la guerra, y reconocí el texto que le acompañaba como mío por unas pocas palabras. Era un fragmento del relato Bardo. Pesebre. El fragmento se refería a un mítico pesebre construido durante generaciones con las manos de muchos artistas, un objeto sagrado y folclórico que fue completado por sucesivas generaciones en un diálogo nervioso con el tiempo, el desvanecimiento y la historia.

Me gusta este relato. Lo pensé cuidadosamente, paso a paso, apoyándome por si acaso en algunos trabajos científicos sobre los pesebres populares en la Baja Silesia y alimentándome de lo que noté mientras deambulaba por la zona. También me basé en mis presentimientos, las impresiones poco claras de mi infancia, cuando los mundos en miniatura llenos de figuras de madera me parecían unos universos cerrados alternativos que vivían en su propio tiempo y ritmo. Un pesebre es una folkloristica, lúdica especie de panóptico. Si hay un Dios, nos mira como nosotros miramos el pesebre.

Inventé este relato; inventé el pesebre y las historias de la gente que lo hizo. Al escribirlo, no pensé ni de forma histórica ni incluso especialmente concreta. Los hechos no eran necesarios, eran una inspiración. Los barajaba, como quería, según las necesidades del texto. Pensaba metafóricamente.

Elegí Bardo por el nombre. Me pareció exótico y significativo. En el budismo, «bardo» es una palabra para un estado intermedio, un estado entre dos procesos. Se utiliza más a menudo para describir el tiempo entre la muerte y la reencarnación del alma en un nuevo cuerpo. También lo elegí por su inusual y pintoresca ubicación.  Realmente parece como si estuviera «en medio», no solo en el sentido geográfico como un paso, un puerto de montaña que va desde el Valle Kłodzko a las estribaciones de los Sudetes, sino como una frontera de cuento de hadas entre dos realidades. Es ciertamente un lugar único y, además, tiene su propio pesebre histórico, pero seguramente muy diferente del que yo creé en el relato.

Mi intención era escribir un relato sobre la eterna necesidad humana de comunicarse con algún orden superior, más grande que el humano, que se realiza mejor a través del arte, el arte básico, más cercano a la vida (si es que se puede separar la vida del arte en absoluto), ingenuo, involucrado en el mundo.

En mi relato, el pesebre es una carta humana a Dios, un comentario sobre su trabajo, un intento de decirle metafóricamente quiénes somos — esas figuras que repiten mecánicamente el milagro de la vida, cómo desde abajo ven el mundo que Él construyó para nosotros. Estos remitentes de la carta siguen esperando una respuesta, incluso mediante un telégrafo, o incluso con un más corto mensaje de texto, cualquiera. El pesebre se pierde finalmente en la inundación local. Queda un recuerdo de ello. Y no hay respuesta.

Pero a veces el propio autor no sabe lo que está escribiendo.

Llegué a Bardo en una tarde de invierno, cuando la ceremonia oficial de apertura de este pequeño festival ya había comenzado. El salón estaba lleno. Escuchando los discursos individuales, empecé a darme cuenta de un terrible error: mi inocente cuento empezó a surgir como una historia real, ante mis ojos se convirtió en un montón de hechos reales. Mi imaginado, compuesto de muchos otros, metaforizado pesebre fue tomado como un hecho y su existencia como real.

Así que protesté. Lo hice suavemente, señalando el papel de la ficción literaria, de la licencia poética. Por un momento cayó un corto silencio, como un punto que separa las diferentes frases. Y entonces un joven se levantó y dijo algo con orgullo sobre la ciudad y el pesebre, en que igualó ambos, el pequeño, el existente, y el enorme, que había inventado sin cautela yo, y de repente resultó que sí, que su abuela realmente recuerda el pesebre y que es seguramente este pesebre. Alguien más añadió que el pesebre pequeño, que se encuentra en el museo local, es un remanente de aquello, y de esta manera se combinaron dos órdenes, el real y el literario, imaginativo.

Mi voz de repente parecía débil y fuera de lugar, ya que no aportaba nada de valor a las ceremonias en curso. No sirvió para nada, distraía innecesariamente. Alguien estaba gruñendo desconcertado. El festival se consideró inaugurado.

En el cuento Bardo. Pesebre describí la ciudad de forma general, pero me importaban los detalles pequeños y convincentes. Así es como llegó la especialidad culinaria de Bardo: trucha en almendras. Traje este plato de la expedición a la cercana Bohemia (en República Checa), donde se llama pstruha w mandelach.

trucha en almendras

Después de la ceremonia fuimos a cenar juntos al único restaurante de la ciudad en ese momento. Se sirvió trucha en almendras. Cuando el pescado llegó a la mesa, tuve la impresión de que los participantes de la cena me miraban de forma comunicativa y alegre, como conspiradores adolescentes. Divertidos.

El menú decorativo estaba claramente listado, en primer lugar: «La especialidad de la casa: trucha en almendras», exactamente como en mi cuento. Tuve la sensación extraña y poco realista de que me encontraba dentro de mi propio texto y que me convertí en una figurita, una de esas muchas que describía yo tan meticulosamente. O no, al contrario — como si fuera el contenido de la historia que rompió el frágil marco de lo real e inundó nuestra realidad.

2.

He estado preocupada por esta palabra durante mucho tiempo: la realidad. ¿Qué es la realidad? ¿Es algo que sucede a nuestro lado, independiente de nosotros, y nosotros simplemente «participamos en ello»? ¿O recuerda al canto del coro; donde de muchas gargantas salen voces solitarias, que en algún lugar bajo el techo se fusionan y se generalizan en un solo acorde? ¿O tal vez es un trabajo duro y consciente de los medios de comunicación, periodistas, historiadores, artistas y políticos, cuyos efectos nunca son tangibles «aquí y ahora», sino sólo «allí y entonces», un momento más allá en el tiempo como una interpretación, nunca un hecho?

No hay esta palabra tan poderosa en mi enciclopedia de filosofía de dos volúmenes. No hay «realidad» entre «cosa en sí» y «cosas». Aparentemente es un concepto demasiado obvio para explicarlo. La realidad que es, cada uno la ve.

Nada mejor que este festival, nada mejor que esa trucha en almendras puede pasarle a una escritora. Ninguna reseña, ningún prestigio entre los bastidores de los grandes salones, donde se dan los premios, ninguna gran tirada, ningunas traducciones a idiomas extranjeros.

Después de todo, no se escribe para un espacio vacío, para algunos «todos», no se lanzan los propios libros al viento. Se escribe para los compatriotas mentales. Y sobre aquella trucha en almendras, en la mirada comunicativa de mis compañeros, comprendí de repente que este tipo de poder de creación puede ser embriagador. Como cualquier poder. Porque también es una especie de poder sobre el mundo crear constantemente el mundo, llamarlo desde la nada, inventar nombres y, finalmente, involucrar a otros en este juego de creación, hacerlos partícipes y así legitimar el resultado del trabajo de la imaginación, para que lo creado se convierta en una experiencia común y unificadora. Esto es lo que pasó con nosotros. Comimos esta trucha en almendras, sabiendo que crea una nueva realidad local.

3.

El postulado de «describir la realidad» siempre me desarma por su ingenuidad, porque resuena con la actitud solipsista de quien lo postula. ¿Qué realidad? ¿Cuál de ellas? De hecho, este postulado debe ser leído como una llamada a describir la realidad de quien lo postula. Pero no es posible, después de todo, es imposible describir el mundo de otra persona. Basta con leer los diarios de la gente que vive en un mismo lugar al mismo tiempo. Las personas son dramáticamente diferentes entre sí. Si alguna vez surgiera una nueva religión con su libro sagrado, su primera frase debería sonar: «la gente es diferente».

Últimamente estoy leyendo los recuerdos del final de la guerra de los habitantes de un pueblo pequeño. Uno escribe sobre la creciente escasez de alimentos y los precios increíblemente altos. El otro analiza las emisiones de radio de la BBC y lamenta que los Tres Grandes no se pongan de acuerdo en nada seguro. El tercero toma nota de los datos meteorológicos; aprendemos de él que el 4 de mayo de 1945 cayó la nieve, y ya el 9 de mayo la temperatura alcanzó los 36 grados. El cuarto — que le gustaba cierta mujer. El quinto registra una oración a Dios por la supervivencia en estos tiempos caóticos. El sexto transfiere el sueño catastrófico al papel.

Y esta es la realidad. Repetida, infinita, acordada y compartida solo hasta cierto punto. Los psicólogos pudieron decirlo brevemente: la realidad es solo psicológica. Es toda la experiencia humana, todo lo que aparece en la psíquica humana, no importa cuán extraño pueda parecer a los demás y cuán «irreal» sea.

4.

Hay lugares en Polonia que están mal contados, lugares que son inexpresables, lugares con una continuidad narrativa rota, lugares que están ausentes en el mapa mental, lugares periféricos, desprovistos de historia significativa, no adoptados hasta el final y, por último, «no polacos», es decir, apenas incorporados a la memoria y la tradición comunes. Lugares bastardos. Esta es la provincia más lejana geográfica e históricamente, el equivalente polaco de Babadag, centro-europeo de Stasiuk.

En tales lugares no se puede escribir así como así. Cada cuentito inocente, cada humilde historia, será inmediatamente interceptada y como un corte de una planta rara puesta en el agua para dejar salir las raíces.

Estos son lugares raros donde los habitantes-lectores toman la literatura mortalmente en serio. Esto ya no es un juego de palabras, ni «ismo», ni «ción». En tales lugares, la literatura todavía tiene una función que la Oficina Central ha olvidado: conecta a las personas para que se pongan de acuerdo sobre alguna realidad. Crea el tiempo, el futuro, establece los límites de la identidad, cava los cimientos de una comunidad cultural, construye caminos hacia el resto del mundo.

Si un autor inconsciente, un bribón y un despreocupado, pone un pie aquí, es muy probable que sea interceptado, atrapado en la red geográfica. Sus palabras serán cuidadosamente escuchadas, y luego usadas como algo de bien común. A cambio recibirá el privilegio de la creación. Un intercambio peligrosamente atractivo. Esto nos devuelve a las raíces originales de la literatura, o al menos creo que así es como se veía. Se trataba de nombrar y por lo tanto, de domesticar. Un viejo juego del que nació el lenguaje.

¿O tal vez deberíamos otorgar a los escritores un lugar para contar sus historias? Serían entonces la perfecta encarnación del mítico Anteus, que sacaba su fuerza del toque de madre tierra. Podrían tomar infinitamente mucho de ella, pero también dar mucho: historias que construyen sentido y significado, domando lo ajeno e incomprensible; convirtiendo una tierra estéril en una casa lista para vivir.

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