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En el Cementerio General del Sur nadie descansa en paz

Es la necrópolis más importante Caracas y su administración se encuentra actualmente en manos de la alcaldesa del municipio Libertador, Erika Farías. Su antecesor, Jorge Rodríguez, hombre duro del chavismo, había prometido la recuperación del cementerio y hasta crear una ruta turística, pero en realidad ambos dejaron completamente desasistido el espacio, que ha sido tomado por las bandas delictivas y los profanadores de tumbas

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El Cementerio General del Sur, se ubica en la parroquia Santa Rosalía, en Caracas, fue inaugurado el año 1876, tiene una extensión de 246 hectáreas y su administración se encuentra bajo la responsabilidad de la dirección de Cementerios Municipales, ente adscrito a la alcaldía del Municipio Libertador, encabezada por Erika Farías.

Desde hace varios años los familiares de los difuntos allí enterrados han venido denunciando el completo estado de abandono en el cual se encuentra este camposanto, plagado de distintos problemas. Uno de los más graves es la profanación de las tumbas por parte de bandas delictivas que se roban los cadáveres para vender los huesos o buscar entre los restos algo de valor que puedan comercializar.

También se quejan de los atracos a mano armada, la falta de limpieza, de labores de desmalezamiento, operativos de fumigación y servicio de transporte dentro de las instalaciones.

Dicen que más que un lugar el descanso eterno, parece el purgatorio.

Atendiendo la solicitud de los familiares de los fieles difuntos, El Estímulo, realizó una visita al camposanto y estas son algunas de las historias que nos encontramos.

¿Esos son tiros?

A las 11 de la mañana entraban por la puerta principal del Cementerio General del Sur dos carrozas fúnebres, las acompañaban pocos vehículos, pues por los tiempos de pandemia también se pide reducir el número de acompañantes a los entierros, para evitar las aglomeraciones y posibles contagios.

Los familiares de ambos difuntos se detienen frente a las oficinas administrativas para entregar la documentación y buscar a los enterradores.

Además de los enterradores, entre los dos grupos de dolientes también se suman los vendedores de helados, cargando sus cavas: dos refrescantes “chupi chupi” por un dólar, para combatir el calor.

También aparecen vendedores de cervezas: a un dólar, “bien fría”, para aplacar la sed. La oferta es aprovechada por hombres y mujeres que, sentados encima de las sepulturas, se refrescan el cuerpo y el alma antes de despedir al difunto.

“Todos los días aprovechamos los entierros para vender cervezas y helados, porque a los entierros siempre vienen muchas personas a pesar de la covid-19. En estos días cuando se conmemora el Día de los Difuntos, esperamos aumentar las ventas con la visita de los familiares”, señaló uno de los vendedores, que contaba tanto los dólares como los bolívares ganados en la mañana de trabajo.

Llegaba el momento final de la despedida, en uno de los servicios, varias personas rompieron en llanto cuando sacaban la urna de la carroza y la ubicaban arriba de la fosa en donde comenzaría su descanso eterno el difunto, y de repente se comenzaron a escuchar ráfagas de disparos.

Los balazos provenían de los barrios que rodean al cementerio. El muerto dejó de ser protagonista del momento y los familiares intentaban descubrir, entre las casas aglomeradas más allá, el lugar preciso dónde se producían los disparos.

“Ay, Dios mío qué es eso, agarren a los niños y tengan cuidado con las balas perdidas”, gritó una de las mujeres presentes.

En la calle, otros visitantes que estaban en la parte de alta comenzaron a bajar, casi a la carrera, por temor al tiroteo, que a ratos se calmaba, para empezar luego con mayor fuerza y durar más tiempo.

“Los malandros comenzaron la fiesta temprano, seguro hay enfrentamiento, vamos apurar el paso, antes de que la cosa se ponga más fea”, alertó uno de los trabajadores del camposanto, propuesta que fue aprobada por la mayoría.

Bendiciones dolarizadas

Ya estaba todo listo para el sepelio y uno de los familiares fue hasta la iglesia que se ubica en la entrada del cementerio a buscar al cura.

Hace más de veinte años que el padre Atilio González presta sus servicios en este cementerio. Trajeado con una sotana blanca, desgastada por tanto uso y con sus zapatos llenos de polvo, el religioso sostenía en sus manos sus implementos de trabajo: una biblia y un frasco con agua bendita.

El padre González informó que las misas especiales que se celebraban para conmemorar el Día de los Difuntos estaban suspendidas por los protocolos sanitarios de la covid-19, y que solo se estaba prestando el servicio de bendición a las tumbas y exequias al momento de los entierros.

“Si desea un responso en la tumba de su familiar, usted viene, se anota aquí en la oficina administrativa de la iglesia y le acompaño hasta el lugar donde se encuentra enterrado su familiar”, explicó: “Por eso pedimos una colaboración de 1 dólar y si se trata de un entierro la colaboración son es de 3 dólares”.

Nos habló sobre su preocupación por la profanación de las tumbas y la delincuencia: “Vaya con Dios, pero manténgase alerta si va a caminar por el cementerio”.

Profanar, lo normal

Al caminar por la parte alta del cementerio, de lado y lado se observan las tumbas profanadas, destrozadas por los delincuentes. Los monumentos y obras de arte que se encontraban en varios mausoleos, ya no existen. La memoria artística y cultural del lugar ha desaparecido.

Pedazos de urnas oxidadas sobresalen de algunas tumbas saqueadas. También osamentas, huesos, cráneos de difuntos que se suponía estarían descansando.

Muchas imágenes religiosas consideradas como verdaderas obras de arte fueron destruidas. Están partidas en pedazos sobre las tumbas que una vez custodiaban. Igual suerte corrieron los mausoleos históricos del lugar y la mayoría de las placas de mármol.

“Esos destrozos los causan los delincuentes que profanan las tumbas, especialmente las más antiguas, con la creencia de que esos difuntos fueron enterrados con cadenas de oro que les fueron entregadas en sus bautizos, con dientes del mismo material o cualquier otra joya que puedan vender”, señaló uno de los obreros que encontramos en el camino.

También contó que aquí continúan las prácticas de hechicería por parte de los llamados paleros: “Estas personas atienden a sus clientes en este cementerio, leen el tabaco, hacen amarres, montan trabajos de brujería, para lo cual utilizan osamentas humanas. Las autoridades saben de estas prácticas, conocen a los responsables, pero no hacen nada, quizás por miedo a que le recuesten un muerto o le hagan un hechizo, uno no sabe”, dijo otro trabajador.

Continuando el recorrido, en cada esquina, saliendo de improvisto de algún matorral o simplemente durmiendo sobre alguna tumba, están los obreros que ofrecen sus servicios para eliminar la basura y el monte de los sepulcros.

También dicen que reparan panteones profanados, recogen los huesos regados de los difuntos que dejan los delincuentes y hasta acompañan a los rezos. Lo que se les pida.

Ninguno de estos trabajadores viste uniforme, tampoco portan un carnet que los identifique como empleados del cementerio. La mayoría son personas que trabajan por su cuenta, muchos son vecinos de los sectores populares que rodean al camposanto.

Los visitantes sienten temor cuando se les cruzan en el camino.

“Son tantas las advertencias que nos han hecho sobre la inseguridad en este cementerio que cuando vas caminando y se te aparece un individuo mal vestido, con un tapabocas y un machete en la mano, lo mínimo que piensas es que te van a atracar”, indicó una visitante.

Un par de estos obreros se acercan a ofrecer sus servicios: “Señora si quiere le limpiamos su parcela, le cortamos el monte, le botamos la basura, le cargamos el agua para las flores y si quiere le esperamos hasta que termine de rezar, todo por 4 dólares”, dijo uno de los hombres.

Aura y Guillermo Llovera, son hermanos, fueron a visitar el panteón familiar, ubicado en el sector Las tres Vigas, cerca del Mausoleo de Joaquín Crespo. Allí estaban enterrados 10 de sus parientes, pero la tumba fue profanada y se llevaron 8 de los cadáveres.

“No solo nuestro panteón, también fueron profanadas las tumbas en todo el alrededor, conseguimos los huesos y el cráneo de nuestro padre regados, las urnas estaban destruidas”, dijo Guillermo Llovera.

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Bajaron a la oficina administrativa a presentar la denuncia, pero no obtuvieron respuesta. Solo les informaron que para la reparación de la tumba debían comprar el material: arena, cemento y lozas nuevas: “Un par de obreros nos contaron que las profanaciones de tumbas ya eran comunes en este cementerio, que de nada valía poner la denuncia en las oficinas porque las autoridades no hacen nada”.

Explicó también que por la reparación limpieza de la tumba, con el retiro de los pedazos de urna que habían dejado los profanadores, además de recoger las osamentas regadas y meterlas en bolsas negras, unos hombres le cobraban 40 dólares, pero que debían llevar el material necesario hasta el lugar.

“Luego nos abordaron otros obreros quienes realizaron otra oferta por 50 dólares y se encargarían de todos los trabajos, poniendo ellos el material. Nos enteramos de que estas personas reciclan los restos de las tumbas que ya han sido profanadas y reparan otras. Nos vamos a reunir en familia para ver qué decisión tomamos con este problema, creo que nos vamos a organizar para realizar las reparaciones nosotros mismos”, dijo Llovera.

Yrama Bracho tenía enterrado a su hijo en una fosa ubicada en la calle 27 del cementerio. Como todos los años fue a llevarle flores y a orar por el descanso de su alma.
“Cuando llegué me llevé la gran sorpresa: la tumba de mi hijo había sido profanada, se robaron su cuerpo. Pero además abrieron huecos en las paredes laterales de la fosa y por allí sacaron los cuerpos de los difuntos que estaban enterrados a los lados”.

Asegura que quiere ordenar los documentos para vender la parcela, pero primero debe reparar la fosa, trabajo que deberá esperar por falta de dinero.

Tantos los obreros, como el padre Atilio González, recomiendan a los familiares que han encontrado las tumbas destruidas que las reparen, que recojan los restos, que realicen una oración y luego pongan un letrero informando que la tumba ya fue profanada.

Pocos compran flores

José Rodríguez ha vendido flores a las afueras del cementerio durante más de 40 años. Explicó que la venta de flores no fue considerada dentro de las áreas prioritarias en el esquema de cuarentena y que su negocio se ha mantenido cerrado gran parte del año por la pandemia.

Dijo que en los buenos tiempos había sido el dueño de cuatro puestos de ventas de flores, que tenía una nómina de 20 empleados, que compraba camiones de flores de distintas clases para ofrecer, no solo el Día de los Difuntos, sino durante todo el año.

Ahora solo ofrece pocos ramos repartidos en cuatro tobos en un puesto en la calle.

cementerio muerte

“El negocio de las flores ha tenido una caída tremenda”, se lamentó: “En mi caso, de cuatro negocios ahora trato de vender ramos populares en 250 mil bolívares. Estoy aquí desde las cuatro de la mañana, ya son las doce del mediodía y nadie me ha comprado nada”.

La gente ya no visita a sus difuntos, dice, por miedo a la inseguridad, por la crisis económica: “Visitar a los muertos y comprar flores ya no es la prioridad de nadie, aquí todo el mundo lo que está pendiente es de comprar comida, de ganarle a la crisis, de ver cómo se sobrevive”.

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