Opinión

Tuti quiere ir a la #TomaDeCaracas

El mayor deseo de un padre es ver a su hijo feliz y Tuti es la más feliz de mis hijas.

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Tuti es mi hija mayor. Tiene treinta años, pero su edad mental está alrededor de los diez. Y puedo decir que es una niña especial, porque su comportamiento es especial en verdad. Ella cree que todo el mundo es bueno. Se siente aceptada y querida en todas partes y la verdad es ha sido siempre así, no es sólo una percepción.

A pesar de sus limitaciones -tiene trastornos de movimiento que le hacen difíciles las tareas más fáciles como abrocharse un botón o subirse un cierre- se siente feliz y se esfuerza en hacer bien todo lo que hace. Tampoco habla, ni camina bien y uno puede ver cómo se afana en controlar sus movimientos involuntarios y hacerse entender.

Tuti no siente odio, ni rabia.  No siente envidia, lo que la hace aún más especial.  Monta caballo como terapia y también compite en paraecuestre. Cuando no gana se pone auténticamente contenta por sus amigos que ganaron. En un mundo dominado por la envidia, que ella sea así es una bendición. Yo estoy convencida de que tengo un ángel en mi casa.

El mayor deseo de un padre es ver a su hijo feliz y Tuti es la más feliz de mis hijas. Sin embargo, esa felicidad se ha visto empañada en los últimos tiempos, tal vez porque como las personas discapacitadas de un órgano desarrollan otros, lo que le falta a Tuti por un lado lo compensa con sensibilidad. Y esa sensibilidad se da cuenta del sufrimiento de los demás. A Tuti no había cosa que le gustara más que ir al supermercado. Ahora lo piensa antes de ir. “Me da lástima tanta gente haciendo cola”, me dice.

A Tuti la desencajó ver a un niño con su padre registrando la basura en la puerta de nuestra casa. “¿Por qué van a comer basura? ¡La basura no se come, se van a enfermar!”. ¿Cómo explicarle sin dañar su inocencia que el mundo es una porquería y que la basura de unos se convierte en la comida de otros? ¿Cómo le explico -si yo misma no lo entiendo- cómo carajo llegamos en Venezuela a estar como estamos? ¿Acaso tengo que decirle a mi hija que aquí con la excusa de que reivindicarían a los más pobres los empobrecieron más, mientras los reivindicadores se enriquecieron groseramente? Cuando me pregunta por qué no hay remedios, porque ve fotos de la gente muriendo de mengua en el piso de los hospitales, ¿me entenderá su corazón puro que hubo personas que decidieron –por cubrir no sé qué apariencias, si el mundo entero sabe lo que está pasando aquí- que mueren porque quienes tienen el poder  de decidir decidieron que aquí no hay crisis humanitaria? ¿Qué le digo cuando quiere saber por qué si Maduro no sirve tiene que quedarse ahí?… Como en el cuento de “El traje nuevo del emperador”, ella se da cuenta de que nuestro emperador está desnudo. Cuando nos toca una cadena en el carro, va comentando “¡Ay, Dios mío!… ¡Adiós perole!… ¡Qué desesperante!”. Y entonces me pide que lo apague.

Tuti está muy pendiente del revocatorio. Fue a firmar y a validar su firma. Cuando firmó quienes estaban alrededor de ella la aplaudieron. “¿Y por qué Maduro no quiere el referendo revocatorio?”, inquiere. “Porque quiere seguir mandando”, le respondo. “¿Y por qué quiere seguir mandando si no sirve para nada?”… Sí, mi hija Tuti, una niña con un bajo cociente intelectual se da cuenta de que Maduro ni sirve, ni puede.

Ayer vino muy decidida a decirme que ella quería ir a la toma de Caracas. Divertida por su certeza le pregunté que por qué quería ir: “porque me dan ganas de llorar los niños y los viejitos que están en las colas”…

A mí también me dan ganas de llorar. Y me da rabia. Y siento impotencia. Pero no me doy por vencida. Iré a la toma de Caracas por los niñitos, los viejitos y por todos los demás. Y por Tuti. También por mis otras dos hijas, para que regresen y por los nietos que aún no tengo. Para exigir un derecho que tengo como venezolana como lo es de revocar al presidente. Para protestar en contra de un poder arrodillado frente al Ejecutivo como lo es el CNE. Por el derecho de tener un país mejor.

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