Sexo para leer

5 historias inéditas de sexo en Venezuela

Conversaciones en bares, restoranes y heladerías, correspondencia vía E-mail, chats y llamadas telefónicas interminables. Preguntas aleatorias, indiscretas, o simples insinuaciones que destapan secretos inconfesables. Con este método de investigación errático pero confiable, recopilamos historias de aventuras sexuales y confesiones morbosas de las personas más inesperadas que ves en la calle. Descubre el primer estudio sobre el comportamiento sexual alternativo que se hace en Venezuela de la mano del equipo de expertos de UB. Agarrate duro y aprieta las muelas

ARCHIVO UB: Fotografía referencial | Joselyn Rodríguez |
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¿Quién diría que la morenita con ortodoncia que cojea en la feria del centro comercial El Tolón se lesionó en una sesión sadomaso con un tipo que conoció por Twitter? ¿Y que los recién casados que celebraron su boda en la iglesia San Rafael se infectaron de herpes en una orgía de tres días en Chichiriviche? ¿Y el pavo del Club Ítalo que le gustan los transexuales de la avenida Libertador? Los testimonios que reproducimos a continuación parecen literatura, pero son cosas que hacen el tipo que te atiende en el banco, tu vecina chismosa, la hermanita galla o la jeva tímida que te gusta en la universidad. Y si te arrancamos aunque sea una sonrisa, alguna de estas cosas te han sucedido a ti también… Y si no, te mueres de ganas.

El libro negro de Helena

La pregunta “¿Cuántas parejas sexuales has tenido?” está rayadísima, pero salta frecuentemente en diálogos sobre sexo. Hay quienes empiezan a contar con los dedos de las manos y a murmurar nombres antes de contestar, mientras que otros lo tienen claro —“me he acostado con dieciséis personas”—; unos voltean los ojos y sueltan una risita nerviosa, o aseguran que “perdieron la cuenta”; hay quienes juran que “solo he tenido relaciones con los dos novios serios que he tenido”. Las respuestas suelen ser aburridas, realmente. La única que nos impresionó fue la de Helena: “No te voy a decir con cuántos me he acostado, ¿para qué?, pero tengo un black book donde registro todas mis intimidades”.

-¿Qué anotas en tu black book?

Persona, fecha y lugar; a veces incluyo un breve comentario sobre lo que hicimos.

-¿Desde cuando registra tus vida sexual?

Desde la adolescencia. Tengo la certeza de haber registrado todo lo que he hecho, con mucha disciplina.

¿No te alcanza la memoria?

No. Siempre he tenido un gran apetito sexual y no me privo de nada; he hecho tantas cosas que se me olvidan, o las confundo unas con las otras. Sin embargo, el objetivo principal del black book es una cuestión de salud. Vamos a estar claros: hay muchas enfermedades por ahí y uno no se cuida siempre. En caso de alguna infección, es bueno poder determinar de dónde proviene y a quién se la has podido contagiar. Aunque reconozco que me divierte leer sobre mis experiencias: El otro día, por ejemplo, me cagué de la risa con una entrada que decía “el tipo de la camisa Lacoste verde —nunca supe su nombre— del bar X; hicimos disparate Y”. Una vez marqué con un asterisco los DJs y músicos con los que he tenido aventuras y me sorprendí (risas).

-También te traerá malos recuerdos…

Por su puesto, no todo puede ser bueno. Una vez conocí a un marine gringo en Margarita; me pareció un tipo excepcionalmente guapo y me fui con él a su hotel. Allá empezó a contar las cosas terribles que vio en Afganistán —asesinatos, torturas, violaciones— y me asusté; me quedé porque me pareció cobarde y de mala educación echarme para atrás a esas alturas del juego. El sexo estuvo bien, pero cuando el tipo se durmió empezó a tener pesadillas y a balbucear I’m gonna kill you, motherfucker y a dar patadas de karateca. Pensé que me podía agarrar por el cuello y ahorcarme, o algo así. No pegué ojo. En cuanto amaneció, huí despavorida. Esto no se me olvidará jamás, por su puesto, pero lo anoté en el black book de todas maneras.

 

Las fiestas swingers de Vanessa

Las fiestas de intercambio de pareja o de sexo grupal no son tan comunes en nuestro país como en Europa y Estados Unidos. Suelen ser muy sectarias, encubiertas e inasequibles para la mayoría. Para participar, los organizadores evalúan tu apariencia, personalidad y liquidez. Pese a todos los requisitos cuasi burocráticos, estas rumbas se celebran en grande, a veces en horarios insólitos como los domingos a mediodía. Se hacen en uno que otro local, hoteles o casas particulares. Es complicado conseguir gente que comente nada al respecto porque una de las condiciones para asistir es ser muy discreto. Pero Vanessita se armó de valor y habló abiertamente con nosotros. “Fui asidua a las fiestas swingers hace un tiempo; me volví adicta”, explica. “La sensación es tan intensa que uno quiere volver a hacerlo, es como una droga”.

¿Cómo te enteraste de estas fiestas?

A través de mi trabajo conocí a un empresario que las organizaba. Nos hicimos panitas y una vez charlando me habló de ellas y me dijo que yo tenía un perfil adecuado. A la primera que me sugirió había que ir en pareja, pero al chamo con el que salía en aquel entonces no le interesaba. Después me informaron sobre una a la que uno podía ir sin acompañante. Me daba mucho miedo, pero lo superé y fui.

¿Cómo te decidiste?

Estaba en una tienda lencería y observé a una señora mayor ayudando a su nieta como de 14 años escoger un sostén. Pensé qué recordaría yo de mi vida cuando fuera mayor. Iba a comprar cualquier cosa, pero saqué la tarjeta de crédito y me compré el conjunto más atrevido de la tienda.

¿Quién va a estas fiestas?

Un montón gente que uno jamás se imaginaría en una orgía. Lo que más me impresionó es la cantidad de matrimonios jóvenes de alcurnia; también pillé ejecutivos de grandes compañías con sus esposas, médicos, abogados, gente del gobierno. Pero normalmente uno no revela su nombre y su ocupación verdadera, ni intercambia números de teléfono. Se trata de gente de un rango social superior al mío, así que rara vez me he encontrado a algún participante en la calle. No andan en metro y en carrito como yo.

¿Qué te envició de estas fiestas?

No hay nada como tener un orgasmo frente a otras personas.

-¿Por qué dejaste de ir?

Imagina perder la cuenta de cuántas felaciones has hecho, la cantidad de veces que te han penetrado, que no sepas quién te está acariciando o besando en UNA noche. Esto sucedió con mucha frecuencia durante un año. No me arrepiento de nada, pero me saturé.

 Los mordiscos de Pilín

Hay quienes no solamente se excitan provocando dolor físico en otros, sino observando los rastros de una velada salvaje después de unos días. Hay muchas maneras de dejar marcas en la piel: latigazos, correazos, quemadas, arañazos, chancletazos… María del Pilar —“Pilín”— goza un puyero observando las mordidas que deja en la piel de sus parejas. “Me gustan los hombres con piel muy, pero muy blanca; se le ven mejor las marcas que dejan mis dientes y cómo van cambiando de color a medida que pasan los días. A más de uno le he sacado sangre”. Muestra una sonrisa amplia y dulce.

-Te gustan tipo Gasparín…

Así mismo. Me vuelve loca morderlos con todas mis ganas y luego ver lo que hice.

-Eres una vampira…

¡…pero casi siempre me visto con colores alegres! No soy “emo” ni nada por el estilo.

-¿Y consigues a hombres que les guste que le hagan eso?

Más de lo que cualquiera se imagina. Hay más de un catirito con cara de ángel por ahí que se vuelve loco conmigo. Tuve una pareja un buen tiempo que le gustaba muchísimo y lo mordía con frecuencia. Tenía la piel transparente pero fuerte, los morados tardaban días en aparecer y eso me fascinaba.

¿Y te gusta que te muerdan a ti?

Me encanta, aunque pocos hombres se atreven a morderme con las mismas ganas con que los muerdo yo a ellos. ¿Algún valiente por ahí que me quiera clavar los dientes?

¿Tiene que tener la piel blanca?

Preferiblemente.

-¿Te puede morder una mujer?

Si se deja morder ella también, voy pendiente. Pero creo que a ninguna de mis amigas le interesa (señala a las chicas a su alrededor).

Joselyn-Rodriguez

 Cachetadas para Zulay

Y con la intensidad con que a Pilín le gustan las mordidas, a su amiga Zulay le gusta que la cacheteen lo más fuertemente posible. O más bien le gustaba, porque ahora tiene problemas en el cuello y se tiene que cuidar: “Me encantaba recibir cachetadas durante el sexo; lamentablemente tuve un accidente de tránsito en el que me golpeé la cabeza y me quedó afectada la cervical; no lo puedo hacer más”.

¿Y otro tipo de golpes no te gustan?

Sí vale, pero no es lo mismo.

¿Una nalgada no te vendría bien?

Ja, ja. Muy gracioso…

¿A alguien se le fue la mano (literalmente) alguna vez?

La verdad es que sí. De hecho, lo que me terminó de joder el cuello fue una cachetada demasiado brusca después del accidente. Ya me resigné a no hacerlo nunca más.

¿Dar cachetadas tiene su ciencia?

Claro que sí, como todo. Si te la dan mal puede hacerte un daño innecesario que no es placentero sino todo lo contrario: molesta muchísimo y hasta podría ser peligroso.

¿Los hombres se sorprenden —o se sorprendían— cuando descubrían tu gusto por las cachetadas?

Mucho. Pero al final se lo vacilan.

¿Cómo se da una buena cachetada?

No puedo dar una clase teórica sobre eso… te lo puedo demostrar (levanta la mano derecha y se ríe).

 Los retos de Sebastian

Falta mucho para erradicar esa perturbación corrosiva y absurda llamada homofobia. Si bien hoy en día a homosexualidad es aceptada como algo natural y respetable mucho más que hace un par de generaciones, todavía existen temas tabú que casi nadie quiere tocar por nada del mundo. Uno de ellos son las vivencias homoeróticas de varones heterosexuales. No nos referimos a hombres que no han “salido del clóset” y que hacen cualquier cosa por disimular su orientación sexual, o a bisexuales que se sienten igualmente atraídos por machos y hembras. Es mucho más común de lo que se admite que a un heterosexual le haya alborotado la libido otro hombre alguna vez y haya sucumbido la tentación de hacer algo diferente. Estos incidentes aislados no valen para etiquetar a alguien como gay o “bi”. Decidimos abordar el asunto con humor hablando con Sebastian, un personaje de la noche caraqueña, que no tiene pelos en la lengua —ni una pelusa en su conciencia— y nos puso morados de risa: “Soy un maricón experto y ningún hombre es imposible para mí; levantarme a tipos heterosexuales es para mí un hobby; además, identifico sin dificultad los síntomas de deseo por otro hombre entre los machos más machos”.

-¿Qué un varón tenga una aventura con otro lo hace homosexual?

Por supuesto que NO. En la búsqueda del placer en un momento concreto la orientación sexual se esfuma. En términos más vulgares, todo vale para matar el queso.

¿Qué te hace un hombre gay?

Una curiosidad y un deseo persistente por una persona del mismo sexo. Por tocarla, por besarla, por poseerla. Casos puntuales de QUESO en que un hetero encuentra satisfacción en otro hombre no cuenta. Así son muchas de las aventuras que he tenido. Además, modestia aparte, tengo mucha labia y mucho tacto para convencer a cualquiera de que haga y se deje hacer…

¿Cómo te das cuentas que un hombre que no es gay te desea?

Hay códigos que repiten todos los supuestos “machos” impolutos: hacen preguntas del tipo “¿cuándo te volviste gay?”, “¿te gusta dar o recibir?”, “¿podrías cogerte a una mujer?”, “¿tu hermana está buena?”; se ponen más atentos con uno que lo normal, ofreciéndote, tragos, droga o lo que tengan; te rozan sin querer queriendo. Pero salvo que uno tome cartas en el asunto, la cosa no pasa de ahí.

¿Cómo logras convencerlos?

Muchas veces, desafiándolos. Te echo un cuento: En una fiesta, Maximiliano, el novio de mi amiga Tatiana, estuvo toda la noche invitándome tragos. De pronto fuimos al baño y se notaba que no tenía ganas sino que quería que yo le viera el pene. Pero como yo soy un caballero, fingía que no me interesaba. Como a las 4 a.m., Tatiana entró en coma etílico. Pese a que era absolutamente innecesario, Max insistió hasta el cansancio en que lo acompañara a dejar a Tatiana a su casa para luego llevarme a la mía. Acostamos a la borracha en el puesto de atrás y yo me senté en el asiento del copiloto. Cuando arrancamos le apretujé el bulto a Max, lo miré a los ojos y le dije: “A que no eres capaz de dejarte sacar toda la leche con tu novia rascada ahí”. Inmediatamente Max se sacó el güebo y mientras manejaba me folló la faringe, la punta me llegó hasta la manzana de Adán. En cinco minutos quedó en punta de nieve y chocamos contra un puesto de perros calientes por la calle de los bingos de La Trinidad. La novia se despertó pegando gritos, Max se arregló el pantalón y yo tragué. Este tipo de cosas pasan a cada rato.

¿Maximiliano es gay?

-No. Max era un hombre desatendido por su mujer. Luego me dijo que resentía mucho que Tatiana se negaba a hacerle sexo oral, pero que por lo demás lo tenía todo en la cama. Le creo. Este fue un caso claro de queso, de un apetito específico reprimido. Cabe destacar que él nunca intentó darme un beso, apenas me acarició un poco la cabeza en el carro mientras se lo hacía. Este hombre no es homosexual, simplemente quería una buena mamada.

Buscó lo que le faltaba.

Así mismo. Si no le proporcionas a tu pareja algo que desea, buscará satisfacción en otro lado. ¡Esto que sirva de consejo para todo el mundo!

Los tríos de Wendy

Historias de tríos de dos mujeres y un hombre hay a granel y la gente suele contar este tipo de encuentros sin enrollarse mucho. Dos chicas dando rienda suelta a su instinto lésbico, un tipo extasiado porque no le alcanzan las manos para tanta carne, latas a tres lenguas; la penita y los complejos se disipan con facilidad y la cosa termina en una maraña feliz de piel y pelos. Por lo general, nada de esto es material de descalificaciones o reproches: El macho reafirma su virilidad y fuerza, las hembras destapan su lado más sensual.

Es más difícil encontrar a alguien que relate, sin tapujos y sin tartamudear, prácticas de tríos de dos hombres y una mujer. Después de mucho hurgar, conseguimos a Wendy, una flaca con cara de muñeca de porcelana, que con su voz ronquita soltó sin más: “Pues yo sí, ¿qué quieres que te cuente?”.

¿Cómo se comportan dos hombres heterosexuales en un trío?

En mi experiencia, son muy territoriales y quieren apoderarse de la chica, dejando al otro de lado. Procuran no tocarse. No se sienten cómodos y no quieren mirarse de la cintura para abajo. Supongo que les parece importante dejar claro entre ellos y para ellos mismos que no son gay. Esto es especialmente fuerte en Venezuela; creo que aquí la gente es más acomplejada. La mejor experiencia de esta clase la tuve en el extranjero, en Estados unidos, con dos hombres que se sentían perfectamente cómodos con su desnudez y sus movimientos; tenían tan clara su orientación sexual que sabían nada la perturbaría. Hicimos todo lo que se nos pasó por la cabeza (pica el ojo).

¿Y no te sientes usada, o denigrada en manos de dos hombres?

-Pues no. A mí eso no me hace sentir mal en lo absoluto.

¿Siempre has disfrutado estos tríos?

En general, sí. Hace poco tuve uno frustrado porque pensé que no había nadie en la casa; estábamos dos panas y yo “calentando motores” en la sala y salió mi hermano… ¡Eso sí me dio mucha pena! Nos fuimos y la cosa quedó de ese tamaño. Me quedé con las ganas, pero ni modo, ya se presentará otra ocasión.

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