Viciosidades

7 razones que hacen de “La Quemona” una grabación de culto

¿Qué es “La Quemona”? Significa algo así como la ninfómana y es el título de un reguetón de letra extremadamente explícita grabado en la pasada década por un champetero colombiano detenido años después, cuando todavía comía de las glorias del pasado, por ingresar con divisas falsas a Argentina

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Fue el año de la primera derrota electoral de Hugo Chávez, del matrimonio de Lilian Tintori y Leopoldo López, del concierto de despedida de Soda Stereo, del retiro de Omar Vizquel, de la muerte de la Vinotinto de Richard Páez y probablemente de la última Navidad feliz. 2007, un año del que se cumplirá un décimo aniversario en 2017, también pasó a la historia como el año de “La Quemona”, o al menos de su difusión en Venezuela: seis minutos de musiquita incidental, siete orgasmos, cuatro conjugaciones imperativas clave (“coja, toque, jale, chupe”) y aproximadamente 1.000 palabras compactadas en un archivo de MP3.

Por motivos obvios, “La Quemona” no sonó en la radio, ni tampoco había todavía demasiado movimiento de redes sociales (recién se estaba popularizando el Blackberry), aunque “La Quemona” tuvo una amplia distribución, vaya paradoja, por la obsoleta vía del CD quemao: recuerdo la imagen indeleble de un trabajador del transporte público escuchándola a todo volumen un domingo en una buseta en servicio, con su mujer y un niño pequeño en brazos en el asiento del colector, los tres muertos de la risa como si se tratara de “La Pulga y el Piojo” de Serenata Guayanesa.

También evoco cuando yo y otro periodista nerd, cómplices en el placer pecaminoso y arrabalero, la poníamos en volumen bajito y la analizábamos como curiosidad antropológica a escondidas de nuestros compañeros de redacción. Desde entonces, y ha sido una impresión que he reforzado durante estos 10 años, sostengo que “La Quemona” no es un reguetón sexual más del montón (en realidad ningún reguetón sexual es del montón), sino una grabación de culto que mereció haber formado parte del disco de oro en las entrañas de la sonda espacial Voyager. Estos son los argumentos:

1. Porque “La Quemona” es arte que no necesitó de un artista.

La información que se pueda recabar en Internet sobre la canción o sus autores en Google es prácticamente nula. Se sabe que el pliego lascivo lo perpetró no un puertorriqueño, sino un colombiano llamado Mishelle Javier Quintero Landazuri que el año pasado apareció en páginas de sucesos en Argentina, que antes cumplió servicio militar en la marina, que tiene una página en Facebook no demasiado activa (buscar por MISHELLE MASTER BOYS), que hace poco anduvo de gira en Ecuador y que ha pegado otros hits como “Keloké” (¿Qué es lo que es?), “Perreo intenso”, “Bumper”, “Pum Pum”, “Ella quiere Hum Ah Hum” y, aunque parezca insólito, un tema titulado “Plegaria por la paz”.

2. Porque “La Quemona” anticipó la marcha triunfal del machismo trumpiano.

Empezando por aquí: “La Quemona” es el producto de la unión de un DJ mocho, un rapero desfalleciente al que se le van unos cuantos falsetes en falso y la que no tengo duda en afirmar que es una de las voces femeninas más extraordinarias de la historia del pop en español, y que en realidad es la que convierte en antológica la grabación con su inflexión, amplio rango y timbre cristalino.

Y sin embargo, el nombre de la quemona de los siete orgasmos (incluyendo uno infinito en el epílogo, aunque en realidad el momento culminante es la meseta previa al clímax: “Dele, dele, dele, dele, papi, dele, dele, dele”) ha quedado sepultado en el más renegrido anonimato, todavía más que el del tal Mishelle Master Boys, y su ilimitado potencial vocal totalmente desaprovechado para cualquier otro género musical (solo se llega a escuchar algo parecido a “Mary” en el prólogo).

Explotación de la mujer como mano esclava mucho antes de que Donald Trump asaltara el cargo más importante del planeta. “Seguirá esta historia, seguirá este orden, porque Dios así lo quiso, porque Él también es hombre”, como proclamaba aquella letra de Los Prisioneros.

3. Porque “La Quemona” ni siquiera pertenece estrictamente al género bailable.

Habrá quien la haya bailado, seguramente, e incluso quien haya intentando hacer coincidir una eyaculación masculina, un orgasmo femenino y los orgasmos simulados de la adúltera protagonista. Pero en realidad “La Quemona” es antes que todo una canción para escuchar. También tiene un video oficial en Youtube, pero funcionó con vida propia sin necesidad de ponerle imágenes.

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4. Porque “La Quemona” se sostiene sin Viagra ni Cialis. Relacionado con lo anterior.

“La Quemona” dura seis minutos y pico, casi una eternidad en las escalas del pop. Y musicalmente es poco más que una melodía cansina de arbolito de Navidad o carrito de helado que alguien se olvidó apagar de madrugada con algunas pocas variaciones climácicas en la percusión. Sin embargo, más allá de algunas inconsistencias menores (la chama pide que le arranquen el calzón, o sea la pantaleta, y unos versos después se pone a hacer un strip), mantiene la atención a través de la hilación narrativa y de la fuerza del story telling que tanta circulación masiva le dio también a las gaitas de locas de Joselo o a los chistes del Conde del Guácharo.

La estructura del relato se divide en tres partes: la consumación adúltera con un tal Don Seca (¿Fonseca?) que se extiende durante toda una jornada laboral (“hoy le vamos a dar de seguida hasta las 4:00”), la posterior negación del sexo marital y un epílogo aleccionador: “La mujer que es quemona siempre anda al garete, y cuando ella lo quiere dar, hasta en el piso de un banquete (…), Sea en el monte, sea en el agua, ella lo da por donde quiera, y aunque tú me lo creas, hasta en la punta de un alfiler”.

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5. Porque “La Quemona” tiene algunos de los mejores contrapunteos desde los tiempos del dúo Pimpinela.
Los únicos momentos en que el trastabillante bardo masculino puede más o menos llevarle el compás a la exuberante voz femenina es durante un par de fugaces y chispeantes intercambios:

—¡Papito, te quiero para mí!
—¿Y el desagraciado ‘e tu marido?
—Que se muera ese infeliz.
Otro ejemplo:
—No pare, papito, porque esto es bendecido
—¿Y si viene tu marido?
—Pues lo boto al maldecido.

6. Porque “La Quemona” contribuye a la riqueza de la lengua castellana y al fortalecimiento de lazos entre pueblos hermanos.

“La Quemona” permite recordar, por ejemplo, que la palabra arrecha también tiene la connotación de “excitada sexualmente” en países vecinos. Además recupera vocablos como “petate” (estera para dormir), compila insultos sobre la unidimensionalidad masculina (“chulo, pendejo, cabrón, baboso”) e incluso una de las rimas parece hacer mención de un icono pop como Mumm-Ra, el Inmortal, de la comiquita de los Thundercats.

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7. Porque “La Quemona” es una reconciliación con nuestra esencia más salvaje y desenfrenada.

Una feminista defensora de lo políticamente correcto, de esas que arremeten hasta contra las princesas de Disney, alegaría que, después de todo “La Quemona” no es más que la perpetuación de las concepciones más bastardas sobre el sexo; que luego de un comienzo de aparente liberación (“esta sí es la vida que en verdad yo me merezco”), la conclusión sugiere que la protagonista no es movida por una búsqueda de placer genuino sino por un impulso mecánico. En todo caso, “La Quemona” alcanza algunos momentos de furor animal, desenfrenado, primigenio y festivo que envidiarían otros himnos eróticos reguetoneros más sofisticados como “Mala conducta” de Alexis y Fido con Franco el Gorila (“bien afeitadita, rosita, pa’ cométela todita”) o “Ginza” de J. Balvin (“vamo’ a pegarno’ como animales”). En algún momento se escucha un “deme como a rata” y, en el coro, un “dele como perro”.

La imaginación se desborda ante la promesa tendida por la amante de un nuevo mañana de infinitas posibilidades, en unas líneas que merecerían un acompañamiento de la Orquesta Simón Bolívar: “Yo lo estaré esperando en baby doll y brasilera (…) / Pa’ que hagamos cosas nuevas, que no se hayan inventado / Y que usted me dé tan duro como a un violín prestao”.

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