Opinión

Así fue la última y nostálgica noche de Discovery Bar

UB Magazine se coló en la última celebración de Discovery Bar, local que marcó un antes y un después en la movida nocturna underground de Caracas y esto fue lo que pasó. 

Texto: Batita González (@batita_gonzalez) / Fotografías: @jloverafotos y @jonathanloaiza
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Viernes de quincena, son las doce de la noche y la ciudad parece desierta. Voy en el carro con un grupo de amigos, nerviosa. No es la soledad de las calles lo que me tiene así, acelerada. Es la expectativa. Esta noche cierra Discovery Bar. El primer bar donde vi un concierto de rock.

Discovery Bar tiene catorce años abierto allí, entre la Torre Impres y el restaurant Dena Ona del Rosal, pero desde hace diez se volvió la casa del rock nacional. La crisis económica ha golpeado duro y a los dueños no les queda más remedio que cerrar la Santamaría y entregar el local.

La noticia, la recibí hace relativamente poco, no sé si por un amigo o por algún chisme ‘’de la radio’’ y, desde ese día, me sentí menos libre, más incompleta y un poco más sola. Ventilé mi tristeza en un estatus de Facebook que llevó a que me pidieran escribir estas líneas. Hacer una especie de recuento de lo que viviríamos esa noche.

Nos bajamos del carro y vimos la larga cola que nos esperaba para entrar. En un país donde las colas por comida, por gasolina, medicinas… están a la orden del día, esta es la única que hago con gusto. El gentío es abrumador, siento que no podremos entrar y que terminaré escribiendo una crónica al estilo de Gay Talese –como si pudiera-, sobre lo que no viviré en el bar. El encargado de la puerta dice a viva voz, ¡solo efectivo, el punto de venta está lento!

Maldigo un poco. Miro decepcionada a mis amigos. ¿Quién tiene treinta mil bolívares en efectivo para pagar una entrada?

Reevaluamos nuestras posibilidades, esperamos unos minutos y la magia ocurre. Discovery Bar es nuestra casa y, una vez que la puerta se abre, siempre hay un conocido que saluda con cariño, lo que nos hace entrar. Respiro. Lo logramos.

Me abro paso con el grupo entre la multitud, hay un gentío. Suena algo de Los Paranoias. Miro los afiches de las paredes atestadas de historia. Recuerda mi primera ida al bar. Cierro los ojos un segundo y no soy yo, a los 27 sino a los 18 recién cumplidos y estoy entrando de la mano del tipo más guapo del local a un toque de una banda de la cual Cayayo Troconis era fan. Me río.

Pasan los minutos y el aire se pone denso, caliente. La gente se pega a la tarima. Mi ubicación es terrible, estoy al lado de una corneta y frente a los monitores, me voy a quedar sorda, le digo a una amiga y nos reímos. Las dos venimos de trabajar en la radio y de “managear” artistas, sabemos muy bien lo que implica el ruido de la corneta zumbando en los oídos.

Dos mujeres suben a la tarima. La Vero Gómez y Pata Medina, no puedo ocultar mi emoción, son dos de mis locutoras favoritas, a quienes –años y redes sociales mediante- puedo llamar «amigas’». Las dos tienen los ojitos aguarapaos, les toca despedir el local. Pata tiene una sonrisa pasada por agua, contiene las lágrimas porque, además de dar un breve repaso por la historia del bar, sabe que en pocos segundos, Chapis Lasca, su esposo, tocará el bajo en Gaélica, la banda pautada para la fecha. Llenas de nostalgia hacen comentarios sobre Discovery, todos los presentes reímos en distintos momentos, los más viejos se emocionan cuando escuchan a La Vero recordar las noches de dominó del local. Los jóvenes en cambio «vacilan’» con la mesa de futbolito que está en el bar desde hace relativamente poco.

Ambas sonríen, dan las gracias y presentan a la banda.

Gaélica sube al escenario. La masa se agrupa, hago un rápido paneo por el público, distingo a varias personas: Jhoabeat- beatboxer-, Max Manzano –locutor de La Mega-, Vadim Lasca –cineasta-, Natalia Román –actriz-, Marianna Gómez –periodista-, Gustavo Casas – músico y cantautor-, todos están aquí. Todos los rockeros vinieron a despedir al bar y a su equipo como merecen. No hay tristeza. Hay nostalgia. No estamos en el velorio de una etapa importante en la historia del rock nacional. No. No hay cabida para el duelo, esto es la celebración de algo que nos une. La música celta empieza a sonar. No es un velorio, es un ritual de despedida, todos llamamos a la buena muerte para que nos dé una esperanza, para que nos recuerde que, esto que sentimos ahora –la pérdida de libertad- nos tiene que guiar a algo distinto, Rubén Gutiérrez, guitarrista de Gaélica- canta «Intentar’», lo acompaño con lágrimas a punto de estallar. Una frase de la canción dice: «Tus miedos también son voluntad». Es eso, el miedo que sentimos a quedarnos sin espacios. A cederlos. Tiene que servirnos de gasolina, tiene que darnos la voluntad que falta para que cada calle tenga un bar, cada banda una disquera, cada estación, algo que no sepa a censura.

Entonan ‘’Buen día’’, el público es pura euforia. Entiendo que la unidad es eso, gente saltando en perfecta sincronía, coreando a todo pulmón ‘’es un buen día para brindar y creer, que peor no se puede estar”.

Todos pedimos «Brújula», confiando, quizá que si la cantamos con suficiente fuerza podamos retomar el rumbo. Encontrar el norte. Detener el tiempo. Nelson Müller, de Terra Nulius, es invitado en este tema, debe realizar las armonías y le cuesta, la voz se le quiebra pero insiste. Discovery ha sido su casa prácticamente de lunes a lunes, ya que es el encargado de hacer casi todos los tributos que el local presenta. Cierro los ojos nuevamente, quiero grabar todo esto en mi memoria, la banda enloquece, suben a Jhoabeat y terminan haciendo un mix entre beatbox y folk.

La noche avanza, entre champaña, birras, rones, una placa de reconocimiento a la incansable labor de los dueños del bar. Aplaudimos a rabiar a Alejandro Morao, quien ha dado la cara por Discovery ante cada mánager, jefe de prensa y banda, el siempre atento ‘’Morao’’. El que nunca rebotaba propuestas, sino que buscaba la manera de darte una fecha para que exhibieras tu proyecto, sin importar si era una banda nueva, rara, «emergente». Los famosos miércoles de rarezas, como me gustaba llamarles.

El mood sigue subiendo, la gente no deja de bailar, somos una masa que no para. Cantamos, reímos, nos sacamos selfies. Gritamos. Brindamos con extraños. Miro todo otra vez, no vaya a ser que algo se me olvide. Bohemia, una banda de versiones, se sube a la tarima. Rumba flamenca, covers de Guaco, hacen un repertorio que obliga a más de uno a soltarse el moño. Pasan las horas. Se acerca el final. Ponen ska, Desorden Público hace retumbar las paredes, cuarentones saltan y hacen ollas como en los 90’s para jugar ese baile de ‘pegarse’ típico del ska. «Zapatos nuevos me molestan’», canta un Danel Sarmiento a través de una cónsola vieja.

Son las 5 30 am. Es hora de irse. Le pido permiso a Morao para llevarme un afiche. Queda en dármelo. Recorro el bar por última vez, juego a despedirme. Estoy empapada de sudor, tengo un nudo en la garganta. Respiro y tomo la fotografía mental.

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Ahí, entre las mesas de madera y el área de fumadores, una generación que no vivió antes de la crisis hizo su burbuja, su lugar de encuentro. Salgo a la calle y me volteo. Nos despedimos todos del personal. No solo cierra Discovery Bar, se quedan sin casa miles de personas, pierden su trabajo una veintena de ellos.

Nosotros llevamos la promesa de verlos volver, de hacerlos volver. ¿Cómo? Es aún incierto, pero algo habrá que inventar.

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