Opinión

El día que vi a un fantasma... o algo

Es un viejo cuento: fantasmas, espíritus y demonios que aparecen de visita. Casualmente, la mayoría relata que su experiencia paranormal ocurrió en la oscuridad de la noche. Te presentamos dos escalofriantes testimonios de personas que vivieron una experiencia paranormal, incluyéndome

Composición gráfica: Juan Andrés Parra @juanchiparra
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Los científicos creen que tienen una explicación más racional y teorizan que las experiencias paranormales no tienen nada que ver con los fantasmas, sino que tienen que están vinculadas con los patrones de sueño. La profesora de psicología en la Universidad de Goldsmiths, Alice Gregory, cree que hay varias formas en que la interrupción del sueño puede confundirse con algún tipo de «espectro».

Lo que nos planteamos como tarea fue recopilar dos relatos contados por personas que vivieron «encuentros» con estos espectros, o creen haberlo hecho. Son libres de sacar sus propias conclusiones.

El hombre del sombrero

Mary vive entre Caracas y Puerto la Cruz. Ella recuerda que en su casa del oriente venezolano se presentaba una situación extraña e incómoda.

“Todo este peo empezó hace 3 años cuando mi mamá empezó a salir con un carajo. Cuando empezaron a tener una relación seria, empezaron a pasar cosas raras”.

La sala, según Mary, era donde sucedían los hechos paranormales, que se iban desarrollando en grado ascendente.

Al principio oía zumbidos extraños mientras dormía y unas “vibras” que describe como muy desagradables. Después objetos se comenzaron a mover por sí solos y hasta a caerse. La joven se fue asustando cada vez más.

“No me gustaba ni estar en la sala, la empecé a evitar y el novio de mi mamá evitaba la casa en su totalidad”.

Daniel (el novio de la mamá) prefería frecuentar a varias amistades que tenía como vecinos, antes de quedarse solo en la casa donde también vivía. Él sentía los mismos ruidos y en ocasiones se lo comunicaron entre los tres, pero no prestaron mayor atención.

Mary cuenta que la situación se salió de control: “Estaba en casa sola un día, a punto de dormir y sentí que había algo en el cuarto…”.

La solitaria mujer vio cómo al pie de su cama se apareció una figura que describe como un señor que al principio tenía los ojos cerrados, para después abrirlos y dejar ver el atemorizante blanco fantasmal que los adornaba, sin ningún tipo de vida.

“Yo grité porque no quise ver más y me arropé completamente. Llamé a mi mamá y esperé escondida hasta que llegara”.

Cuando llegaron la madre y su novio, los tres durmieron aterrorizados en la misma cama.

Posteriormente, la mamá de Mary contactó a una bruja para realizarle una limpieza a la casa. Cuando la señora fue, indicó que había una presencia allí y que se trataba de alguien conocido para la dueña de la casa.

“Hay un carajo que era el hermano de un novio que mi mamá tuvo a los 17 años. Él se murió en una carretera hacia San Felipe”, explicó Mary: “Mi mamá es de allá y siempre pasaba por el lugar donde murió y se persignaba”.

En la conversación entre la mamá y la bruja, se contaron que al fallecido le gustaba mucho la mamá de Mary. La bruja le dijo que al ella persignarse creó un puente entre ella y su ex cuñado, cuyo espectro o espíritu -o lo que sea- la siguió hasta su casa.

Cuando el fantasma vio la relación seria que sostenía su amor platónico, se «molestó», según la bruja y ahí empezaron las manifestaciones.

Después de la larga consulta, Mary le pidió ver una foto a su mamá de esa persona. Era igual señor que se apareció en su cuarto.

Quinta Chuara

La Quinta Chuara de una calle cuyo nombre no recuerdo, en la urbanización caraqueña El Paraíso, fue donde me comí mi primer bati-bati, donde jugué las primeras rondas de escondite, donde viví otra Caracas en la que podías caminar a la esquina sin el inevitable acecho de un ladrón (era posible, pero no certero).

La casa de mi abuela alberga en mi memoria un lugar especial. Fue sede de muchas primeras veces en mi vida, pero de sexo no porque se mudaron cuando tenía 12 años, mal pensados.

La primera y única vez que vi un fantasma fue también en casa de mi abuela.

En pleno paro nacional, mientras transcurría el mítico año 2002 en Venezuela, yo tenía apenas 8 años. Recuerdo que la producción de novelas y el elenco de las mismas se ubicaban en estándares muchísimos más altos que los de ahora, pero ese es otro tema. Entre estos dramáticos encuentros con la televisión nacional, recuerdo con especial cariño a Cosita rica, Mi gorda bella y por supuesto, La mujer de Judas.

Para mi generación, aparte de Escalofríos en Nickelodeon o Coraje, el perro cobarde en Cartoon Network; La mujer de Judas era esa aproximación de terror que daba un “shot” de adrenalina a los niños más valientes y pesadillas terribles a los que la veían por presión social.

Mis primos y yo, todos contemporáneos, disfrutábamos a escondidas de este privilegio. La trama me gustaba, pero confieso que me daba un miedo tremendo.

Al terminar un episodio, en una fiesta familiar que había en casa de mi abuela, jugábamos placenteramente entre los 4 primos a “la ere” o ya no recuerdo a qué.

La casa era de esas construidas en los años 40, que contaban con una sola planta. Una residencia constituida de un jardín frontal, la sala (donde jugábamos), un pasillo que para mí era infinito en ese entonces y varios cuartos que se extendían por el mismo. Al final del pasillo estaba una especie de depósito, el estudio de mi abuelo y un patio interno.

Me quedé paralizado recorriendo la sala de adultos altísimos y parlantes, miré hacia el extenso pasillo y divisé, al final, a una niña.

Recuerdo interrumpir el juego y agarrar por el brazo a mi primo Andrés.

– ¿La ves?, le dije apuntando con miedo.

-No, ¿Qué es?, respondió con una elocuencia y empatía digna de un infante.

Traté de ver otra vez, como si fuera un sueño a una niña de unos 11 años, algo mayor que yo. No podía ver su cara (supongo por la lejanía), pero sí que tenía un vestido blanco y el pelo oscuro.

Seguí paralizado y me atreví a acudir a los adultos: era un problema serio.

Le informé a mi papá y a mi tío, que estaban revisando, muy rutinariamente, una pistola y una escopeta que habían adquirido. Repito, era otra época.

Escucharon a un niño atemorizado asegurar que había alguien en la casa y no lo pensaron. Dos hombres de tres y cuatro décadas encima se lanzaron “a lo Robocop” a través del pasillo. Armas en mano y apuntando.

No encontraron a nadie.

Los adultos ya no hablaban, nosotros, los niños, habíamos sido apartados. Mi papá histérico cruzaba la casa hasta la sala para regañarme por mentiroso (o alarmista, pero yo sólo entendía lo de la mentira) y me castigó haciéndome ver hacia un rincón durante 20 minutos.

Pasaron los indetenibles años.

Tenía 17 en el año 2010. Mis abuelos tenían tiempo mudados debido al deterioro de El Paraíso, urbanización donde se criaron sus hijos.

Nos enteramos de que iban a derrumbar esa casa en la que cosechamos felices memorias y uno de mis tíos me invitó a verla por última vez. Antes de llegar, nos estacionamos en una bomba gasolinera de la zona. Reconstruíamos momentos vividos por medio de una placentera conversación.

-Diego, ¿Tu recuerdas una vez que dijiste que veías a una niñita?

Ahí me contó todo, desde que mi abuelo la veía a cada rato en su estudio o por el patio trasero, hasta que la niña, sobrina de la antigua dueña de la casa, había muerto ahí.

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