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Leyendas Urbanas de Nuestra Sexualidad: pastillas para excitar vacas

Los recuerdos remotos de la infancia lejana descubren una de las más fantásticas leyendas sobre la sexualidad local. En una rápida investigación personal, el autor revela que las llamadas "pastillas para la excitación" no forman parte de ningún mito urbano

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Tendría 12 años la primera vez que escuché hablar sobre unas pastillas que servían para “excitar” a las niñas. Con el creciente interés que iba despertando el sexo opuesto en mi y mis contemporáneos varones las historias sobre besos, noviazgos y encuentros sexuales –que no llegaban a la segunda base- se fueron convirtiendo, poco a poco, en el eje central de nuestra mismísima existencia.

Según contaba nuestro amigo Napoleón, pretendiendo ser el más experimentado en el recreo de aquel remoto sexto grado, su papá veterinario guardaba frascos de unas pastillas enormes recetadas para provocar el celo a las vacas cuando no querían ser montadas. Servían también para caballos y animales de granja pero no fue hasta que su hermano mayor las molió para hacerlas polvo y las colocó en las bebidas de sus amigas de cuarto año, que aquella historia atrapó la atención de todos nosotros durante los meses próximos que quedaban para terminar el año escolar.

Al parecer, “las jevas se volvieron locas y se quitaron el sostén…”, en medio de una verbena del colegio San Ignacio y las tuvieron que ir a buscar sus representantes. En otra de las fantásticas anécdotas, “…un chamo se cogió a su novia y su mejor amiga” en una tarde de estudio de Ciencias De La Tierra en el comedor de su casa. Sin embargo, el inspirado cronista de chemise blanca marca flipper, aseguraba también que en algunos casos las pastillas no hacían el efecto deseado sino que provocaban un profundo sueño. Aquello sin duda, le otorgaba drama y legitimidad a los fascinantes relatos que se mantuvieron, al menos en el inconsciente colectivo, hasta casi llegada la adultez como parte de esas inciertas leyendas urbanas que nunca tuvimos oportunidad de comprobar.

Décadas más tarde, con la invención del Viagra y todos sus similares compuestos de sidenafil, las interrogantes volvieron a surgir: ¿pero qué tal si también existe una pastilla para mujeres? ¿Osea que nuestro amigo Napoleón de sexto grado siempre dijo la verdad?

Más recientemente, la salida al mercado de las pastillas Femgasm, Femini y otras similares que ayudan a la estimulación sexual del género femenino terminaron de despejar todas mis dudas. No solo era posible que aquellas pastillas existieran, sino que probablemente la versión “veterinaria” que guardaba el papá de Napoleón fueron, ciertamente, la fórmula química que antecedió a las que hoy se consiguen libremente en el mercado y que prometen convertirse en las protagonistas de la segunda revolución sexual de las mujeres.

Pero yendo más allá en la rápida investigación, he descubierto, justo antes de empezar a escribir este artículo, que las pastillas para excitar vacas siempre han existido en la industria médica veterinaria moderna. Se llaman Yumina y aún son empleadas en granjas, hatos y corrales. Y sí. Son unas pastillas idénticas a una aspirina pero del tamaño de una arepa.

Inmediatamente después reflexiono sobre lo perversos que pueden llegar a ser ciertos adolescentes en su búsqueda insaciable por el placer sexual instantáneo y la gratificación sensorial. Me horrorizo. Con drogas de diseño de todo tipo saturando el mercado legal e ilegal mundial no quiero imaginar cómo serán las fiestas de pro-graduación de mi hija de 8. Pero el deseo es inevitable y siempre busca como abrirse camino.

Siguiendo con el tema, vale la pena recordar que conversando con uno de nuestros queridos fotógrafos aquí en UB – no voy a revelar su identidad-, con años de diferencia e incluso sin habernos conocido antes de este trabajo, no solo me confesó que desde el bachillerato siempre había escuchado hablar de las famosas pastillas para excitar vacas, sino que hasta tuvo la osadía de ir con un “amiguito” del colegio a la tienda de trucos “La Casa Mágica” – otrora “El Mago Travieso»-que quedaba en el boulevard de Sabana Grande para comprarlas como si se tratara de “pan dulce”.

-Señor – dijo el niño sonrojado desde el mostrador- ¿tiene pastillas para excitar vacas…?

Y lo peor del caso es que –efectivamente- el complaciente bodeguero de la magia les vendió – a buen precio- una bolsa con unas pastillitas que resultaron ser de azúcar. Unas sacarinas.

Pero el cuento es verídico y se suma a los testimonios de cientos de varones criollos que crecieron en los colegios y liceos de Venezuela hablando sobre las fulanas pepas para vacas.

También reconozco que no es extraño entonces que seamos las mentes detrás de UB. Y que, ciertamente, hagamos nuestro trabajo con tanta pasión y entrega porque la semilla. O más bien, la pastilla, ya estaba sembrada.

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