Sexo para leer

#Sexo para leer: lo mejor del Bus-Cama

No es mentira que la fantasía más recurrente de los viajeros es tener un encuentro sexual a bordo de un avión, pero para quienes les cuesta sacar el cupo Cadivi siempre existe la posibilidad de las rutas terrestres nacionales. Descubre cómo estos dos viajan cómodamente en transporte público en este relato erótico de Oriana Montilla

Texto: Oriana Montilla | Ilustración: Joel Hernández
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Julio vivía a cuatro horas de mi casa. Llevábamos tres años de relación a distancia, nos veíamos cada 15 días. Explotábamos de placer cada vez que nos reencontrábamos, la espera hacía nuestros orgasmos más intensos. Siempre jugueteábamos por teléfono o por mensajes de texto, las fotos y los videos no podían faltar. Muchas veces Skype era nuestro nidito de amor. Él me indicaba qué hacer mientras se tocaba y yo excitada le daba el show merecido a mi hombre.

Esta vez pasamos más de un mes sin vernos. Por razones de trabajo nuestros cuerpos no se sentían desde hacía varias semanas. Pero llegó el momento, ambos encontramos un hueco para escaparnos unos días y, queriendo salir de la rutina, decidimos irnos los dos. Despreocupados por el tiempo y por el viaje elegimos viajar en autobús y perdernos en el destino que fuera, nuestro objetivo era estar juntos sin importar el lugar.

“Susana, tengo tantas ganas de tocarte y voy a llegar más rápido de lo que quiero”, me dice mi amado en un mensaje de voz refiriéndose a que ya venía en camino y además me pedía que me fuera directo a la terminal de autobuses para perdernos enrumbados en otro autobús. Emocionada y feliz de por fin reencontrarme con mi hombre, añorando ya el sabor de su pene en mi boca, llegué a nuestro punto de encuentro. Al vernos se sonrió y al instante noté su erección fuerte y deseosa.

Nos abrazamos, mis pechos palpitaban al tiempo que mi concha lo hacía, mis pezones se irguieron casi traspasándome la blusa. Su miembro calentaba el blue jean y lo dejaba recostado en mi pelvis. Aún abrazados los besos no se hicieron esperar, besos mojados, besos intensos, besos profundos acompañados de manos en su cuello y en mi cintura, rodeándola casi hasta llegar a mis nalgas.

Sentimos la presión de las miradas y paramos. Con una risa nerviosa seguimos nuestro camino cabizbajos pero sintiendo placer y expectación. Yo estaba mojada, no quería más que su pene dentro de mí. Él caminaba encarpado, casi adolorido. Nos dirigimos a comprar nuestros boletos a un viaje sin destino, cualquiera, daba lo mismo, lo que nos importaba era “empiernarnos”.

Tomamos el autobús, un bus cama de dos pisos con asientos cómodos. No había abordado mucha gente cuando finalmente arrancó. Hacía frío, el aire recorría todos los puestos incluyendo el pasillo y mis pezones comenzaban a endurecerse. Mi concha se mantenía mojada y ahora el frío hacía que se calentará más, como un mecanismo de defensa.

Ya cómodamente sentados, Julio me miró, tomó mi cabeza y comenzó a besarme. Sin poder controlarnos se desató el frenesí. Mientras me besaba metió sus manos dentro de mi blusa, manoseó mis tetas y apretó mis pezones marrones y duros, yo desabroché rápidamente su jean y dejé expuesto su miembro para masturbarlo. Él bajó a mis pechos y mordiéndolos pasó su lengua por toda la zona. Yo nerviosa por la posibilidad de ser descubiertos miré hacia los lados para poder continuar tranquila. No había nadie cerca, solo tres puestos adelante viajaban algunas personas, nosotros estábamos en los últimos asientos. Calmada, continué mi labor.

Salivando de la ganas de pasar mi lengua por cada lado de su pene dejé de masturbarlo y llevé mi boca a él. Mientras él manoseaba mis nalgas y tocaba mi ano con sus dedos, suavemente me inspiré y me dispuse a hacerlo acabar en mi lengua. Como una paleta de helado lo lamí de arriba abajo, de un lado al otro. El líquido preseminal comenzaba a salir y los muslos de sus piernas se endurecían.

Acabó dentro de mí, encima de mi lengua, dentro de mi garganta. Saboreando y añorando esta sensación lo tragué mirándolo a los ojos y limpiando las comisuras de mi boca. Él, aunque hacía segundos había acabado, no soportó la excitación y entró al segundo round. Sacó sus manos de mi trasero y las llevó a mi vagina. Caliente y mojada, esperaba sus dedos con los ojos cerrados, metió un dedo, encontró mi almohadita y la empujó hasta endurecer. Luego, con dos dedos metidos hacia adelante y otro hacia atrás me hizo acabar estallando en llanto vaginal. Un squirt repentino nos sorprendió y sus dedos quedaron empapados de mí.

Exhausta de placer pero aún excitada lo miré y, casi agradeciendo, en posición de misionero me quedé. Bajé mi pantalón y dejé mis nalgas a su disposición. Acomodados en el asiento, como pudimos, me lo metió y yo me moví como pude, lento y con movimientos pequeños para no ser descubiertos. Me agarré del reposabrazos y, como bailando samba o una especie de zoka “portátil”, mis nalgas lo apretaban y soltaban como una máquina tratando de no mover las demás partes de mi cuerpo. Los gemidos no se hicieron esperar y la gente no tardó en voltear. Fingiendo que estábamos simplemente abrazados nos quedamos inmóviles. Su miembro palpitaba dentro de mí y yo no podía contener las ganas de moverme.

Al calmarse las miradas continuamos la sesión, esta vez más intensa; el hecho de que casi nos hubieran descubierto hizo que la excitación aumentara. Me moví como en trance y llegamos juntos en un orgasmo reponedor y recuperador del tiempo perdido. Mucho líquido corría por mi entrepierna. Él cansado quedó quieto abrazándome y así, casi esperando recuperarnos, nos quedamos dormidos rogando despertarnos antes de que terminara el viaje para comenzar de nuevo.

Texto: Oriana Montilla

Ilustración: Joel Hernández

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