Sexo para leer

#SexoParaLeer: Antonio, Santo de mi devoción

Desde que cumplí la mayoría de edad, viajo por el país con mi adorado Jeep Toyota. Amo recorrer Venezuela y buscar leyendas de pueblo. Para ello, visito todas las iglesias que aparecen en el camino e indago en la historia de los santos venerados en cada una. Mi mejor amiga, Titti es mi compañera de aventuras

Fotografía: Diana Mayor
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Las costas de Venezuela brindan hogar a pescadores que rinden culto a San Antonio y a mujeres que veneran su imagen.  Se cree que este santo concede compañero a las damas solitarias. La leyenda cuenta que en menos de lo que canta un gallo aparecerá el esperado si se realizan los ritos pertinentes.

El camino por las costas lleva a montañas que bordean el mar. Sucre era nuestro destino, lugar donde San Antonio es muy popular. Sobre todo en las localidades de Caripe y Maturín, donde suele celebrarse su día onomástico. Queríamos hacer una promesa al santo para conseguir a nuestros sinvergüenzas. Dos años sin una pareja y un ardiente verano es más que suficiente para renovar la fe perdida. La cueva del guácharo en Caripe nos esperaba.

Lo primero que hicimos al llegar a este pueblo tan pintoresco fue visitar la iglesia para hacer nuestra promesa. Fui muy explícita, pedí un compañero fuerte en el sexo y bien dotado para que me aguantará el verano que había acumulado. A cambio vendría a visitarlo al menos dos veces por año. Titti pidió a dos sinvergüenzas para cumplir su fantasía. A cambio ofrecía quedarse un año en el pueblo veerando su imagen.

Salimos emocionadas de la iglesia dispuestas a cumplir nuestras promesas. Conocía una posada encantadora en pleno bosque que visitamos en unas vacaciones pasadas. El cuarto era de madera con dos camas grandes. Luego de bañarnos y cambiarnos, salimos directo a la Cueva del Guácharo. Queríamos ver la salida de las peculiares aves a las 6 de la tarde. Nos unimos a un grupo de guías para llegar a nuestro destino. Eran jóvenes estudiantes de geología que trabajaban en las tardes.

Uno de ellos me pidió que lo siguiera y nos desviamos hacia el salto La Paila, una caída de agua que formó un cráter enorme. Inmediatamente pensé en San Antonio y dispuesta nos metimos bajo la cascada desnudos. Después de observarnos por un largo rato, el guía ser acercó con su miembro notablemente erecto. No perdimos tiempo. Lo chupé, sorprendida por lo rápido del favor concedido. Sabía cómo apurar la llegada de su jugo en mi boca. Me llene de energía con su néctar, pero necesitaba tener mi orgasmo.

Urgida por el deseo, me coloqué en posición para que su inmenso y duro miembro entrara una y otra vez. Con dos largos y deliciosas envestidas terminé por correrme sin que lo sacara. Mi guía sí que sabía el camino a la gloria. Fue tan especial y caballeroso que no dudaría en decirle que sí al matrimonio.

Me cargo hacia la cascada y comenzó nuevamente a excitarme. Chupaba mis voluptuosos senos. Esta vez me penetró bajo el agua. Lo sentí más grande y grueso y así como conseguimos la victoria juntos. San Antonio es generoso en sus regalos, pero solo da uno por petición, por eso pensé: “Lo disfrutare así venga sinvergüenza”.

Después de un buen rato regresamos flechados por cupido. Me sentía enamorada sin explicación alguna. Busqué a Titti por todos lados pero no aparecía. En ese instante, los guácharos estaban por salir. Caminamos hacia la entrada de la cueva y divisé a mi amiga, a lo lejos, sentada en el medio de dos guías abrazados y muertos de la risa. Nos acercamos y al verme me saltó encima, llorando de alegría. Tenía sentimientos encontrados. Debía cumplir su promesa pero tenía a dos amantes que le dieron lo que nunca había tenido. A partir de ese momento las dos nos convertimos en fieles devotas de San Antonio.

Cuando un santo hace el milagro, sea santo viejo o santo nuevo, debes cumplir lo prometido. Por esta razón regresé a la ciudad sin Titti, que disfrutó todo el año de su favor concedido y yo volví al pueblo a los seis meses para disfrutar de mi sinvergüenza.

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