Sexo para leer

#SexoParaLeer: Mesa para tres

No se trata del típico relato erótico que siempre vemos en esta sección. Aquí más bien parece que el autor, en una suerte de crónica desenfrenada, nos quiere comunicar algo sobre su cotidianidad o la de los otros. Nos gusta pensar que la realidad es mejor que la ficción. 

Texto: José Antonio Parra. Ilustración: Joel Hernández
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Solo de recordarlo se me eriza la piel, ya hace un par de años de eso pero así ocurrió; mi novia y yo solíamos tener una vida sexual muy intensa. Muy morbosa, diría yo. Ella, en efecto, era igual a mí en eso del morbo y cuando no nos podíamos ver se masturbaba furiosamente durante todo el día.

Nos habíamos conocido por azar, pero nuestra perversidad era absolutamente compartida. Usualmente cuando hacíamos el amor teníamos conversaciones divinamente depravadas y fue así como llegó a ser tema favorito fantasear con Kiki —mi novia—, alguna amiga de ella y yo. Poco a poco, día a día, en el frenesí de esa frotadera, nuestra amiga preferida en todas las imaginaciones llegó a ser Ninuka, una antigua compañera de estudios de Kiki. El deseo, en el maremágnum de esa cosa jadeante, era ver a esas dos mujeres lamiéndose y besándose. Solo de recordarlo siento un apretón en mi pene.

De ensueño llegó a ser una fijación cómplice y fue así como nos vimos haciendo planes para seducirla. Hasta aquí todo va bien pero no sabría explicar el resto porque lo que procuro contar ocurre por perfecta mediación del azar, el azar más puro. Quien busca el trío nunca lo hallará. En cuanto a Kiki, Ninuka y yo, el asunto se volvió en salidas juntos. Ella sabía que la deseábamos y se vio en la misma fantasía, respecto a nosotros, sin que lo supiéramos. Comenzó a pasar que teníamos leves roces cuando ella se quedaba a dormir en casa porque era peligroso que regresase a la suya tan tarde en esta ciudad salvaje. En efecto, dormíamos en la misma cama.

Resultó, que una tarde que nos habíamos quedado juntos empezamos una leve frotadera. Todo se detuvo cuando Ninuka gimió dándonos la seña de comenzar. Mi novia y yo empezamos a desnudarla. Eran ganas acumuladas de verlas en pelotas, completamente desnuda. Le dejamos sus dos lolas al aire —unas 38D naturales— iguales a las de Kiki. Ambas empezaron por mirárselas mutuamente electrificadas. Uno que otro toqueteo. Era extraño ver eso; suaves besos y restregones.

En esas tardes era usual que dejase mi verga al aire mientras ambas me la lamían e intercambiaban lenguazos y miradas deprevadas. En otras oportunidades nos bañábamos juntos. Eran definitivamente ganas lo que nos teníamos. Aveces era gritar como animales heridos. Otros momentos eran para practicar cosas locas como sentarnos en un sofá y masturbarnos simultáneamente. Y muchas más fueron las que nos cogíamos en filas; yo cogiéndome a mi novia y ella con un strapcongiéndose a Ninuka.

Era la delicia del sexo contenido, aguantando el orgasmo hasta llegar al clímax infinito. Nuestra conversaciones eran sobre todas esas cosas que nos excitaban a mí y mis dos mujeres.

Entre nosotros todo estaba permitido, y como siempre nos vimos haciendo ideaciones; eran atmósferas púrpura. Todo apuntaba sin dudas a prácticas más grupales. El sexo en grupo se nos volvió en un fin último, Este tipo de prácticas plantea ver a otros también penetrándose y lamiéndose. En esencia las mismas cosas que uno hace. Es no solo ver lo escandaloso del sexo morboso, sino también lo receptiva que puede ser la esencia femenina. Mi pareja y Ninuka eran cómplices que se metían a hacer el amor en cualquier sitio público mientras yo vigilaba, al igual que mi novia vigilaba mientras yo se lo hacía a Ninuska.

En el sentido de la apariencias éramos personas muy correctas, pero al caer la luz nos volvíamos seres que se devoraban unos a otros. El placer que venía de ello era similar a eso que hacen sentir las imágenes más potentes que uno lleva en la memoria; una vecina con las tetas al aire, ver la fotografía de una mujer de lolas grandes mamando una polla de inmensas proporciones, la primera película porno que viste o cualquier hecho inolvidable.

Ninuka, francamente, no tenía límites; a veces parecía una desequilibrada cuando íbamos a una reunión y terminaba en toqueteo con algún hombre o mujer que desease. Era solo usar el poder de su escote e ir al baño para montarse sobre el lavamanos e iniciar un intensivo vaivén solapado. En esos casos el orgasmo venía pronto, somo suele ocurrir cuando uno pasa una temporada sin sexo y repentinamente se ve en una situación, que más que erótica, resulta en una fuerte descarga de adrenalina. Era superponer fantasías de cada uno de los tres y llevarlas a cabo.

Nuestra vida siguió como una montaña rusa en la que la feminidad salvaje se volvía sexo y fluido, olor y piel.

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