Sexo para leer

#SexoParaLeer: No tenía agua en casa, pero él supo mojarme

Decidí pedirle la ducha prestada a mi vecino, cansada del racionamiento y sin agua en el tanque. Miguel, siempre enigmático, me arrancó la toalla y me reveló su lado más salvaje

Texto: Estefanía Barriere
Publicidad

Era domingo, y el calor de Guatire, como de costumbre, hizo que despertara sudada y sedienta. Dormir en camiseta y con mis cortos cacheteros no evitó que la caliente brisa se apoderara de mi cuerpo. Me levanté directo a la ducha. Me desnudé, ansiosa por sentir el agua fría correr sobre mí; pero no salió ni una gota.

Negada a bañarme con tobo, decidí buscar una solución. Seguro la mayoría de mis vecinos atravesaba la misma situación. Todos menos Miguel.
Alto, de espalda ancha, brazos velludos y fuertes rasgos, Miguel siempre había captado mi atención. Vivía solo. Lo sabía porque, por las mañanas, lo observaba desde mi balcón. No tenía pudor; no debía tenerlo. Seguro él sí tenía agua… al menos eso quería creer.

Salí del baño, me vestí con un ligero vestido y, con toalla en mano, crucé la calle hasta su casa. Toqué su puerta, mientras mi corazón latía fuerte. Miguel abrió, sin franela, revelándome las deliciosas pecas de sus hombros.

Tras acordar el préstamo, entré a su casa. Me dijo que la ducha de la sala estaba inhabilitada y debía usar la de su cuarto. Subí las escaleras, mientras el observaba mis muslos sin disimulo. Fue inevitable excitarme, sentir como mis pezones se hacían rígidos, mi piel se erizaba, mi respiración se aceleraba.

Ya en la ducha, no tuve otro remedio que tocarme. Me senté en el suelo, intenté ser silenciosa, mientras metía y sacaba mis dedos de mi vagina, expuesta al agua tibia, mientras mis caderas y mis nalgas se elevaban con ricos espasmos.

Con una mano me tocaba, con otra frotaba mi clítoris rápidamente, hasta que sentí bajar el exquisito néctar de mi orgasmo.
Fue sólo después de llegar al clímax que noté que Miguel me observaba, con la puerta semiabierta. Según me dijo con una voz varonil de locutor, mis gemidos me habían delatado.

Sólo nos separaba la puerta trasparente de la ducha, así que agitada, tomé el paño y me cubrí. Cuando salí, vi como su pene erecto sobresalía del bóxer. Él no quitaba los ojos de mis senos, de mis piernas. Yo, sintiéndome deseada, comencé a mojar de nuevo mi vagina. Quería que me penetrara; que lo hiciera sin compasión.

Miguel leyó mis pensamientos, mis ojos, mi fantasía. Me arrancó la toalla y, salvajemente, me recostó contra la pared. Bajé sus boxers con desespero. Sólo quería sentir su grande y grueso miembro dentro de mí. Comenzó a besarme, mientras subía sus fuertes y suaves manos por mis nalgas hasta mis hombros. Sin parar, tocó mis senos, bajó hasta mi cintura, y luego tomó mis caderas como si le pertenecieran.

Mis gemidos lo excitaron más. Yo lo masturbaba, mientras mordía sus excitantes y pecosos hombros. Entonces, me dio la vuelta, y con rudeza me penetró. Duro, sin sutileza, mientras tomaba mis senos, besaba mi espalda.

Nos entregamos al placer, hasta que su rico semen comenzó a salir. Me solté, bajé y tomé en mi boca lo que quedaba. Quería sentirlo dentro de mí, en todos los sentidos.

Mi caluroso cuerpo y su espalda arañada requirieron otra ducha. La faena nos dejó sin agua a ambos.

Publicidad
Publicidad