Viciosidades

Yo soy Domingo Mondongo

Payaso, actor, director de teatro y conferencista: Jorge Parra salió un día de Argentina con la idea de aventurarse en México y en el camino se le atravesó Venezuela. Aquí se quedó, malabarista de plaza primero y fue logrando las conexiones para emprender una singular cantidad de proyectos artísticos y sociales que no paran: el clown del pelo verde hoy es un maestro empeñado en enseñar a vivir jugando

Fotografía: Alejandro Cremades
Publicidad

Esto era lo que sabía del país: el “Puma” Rodríguez, Ricardo Montaner, el Miss Venezuela, que no jugaban buen fútbol y que el presidente era militar. “Peor mierda no podía existir para mí”, dice. Era 1999. También había visto por televisión las imágenes del deslave de Vargas: “Pensaba que no existía más Venezuela, que todo estaba devastado y bajo el lodo”.

Su única referencia positiva era Cecilia Todd: “Cantaba con la gorda Mercedes Sosa y solo por eso en el pueblo creíamos que aquí debía llenar estadios, que se presentaba en sitios enormes. Hasta que la vi un día tocando en un lugar tan pequeño y tan cerca…”.

En resumen: Jorge Parra no conocía nada sobre su futuro hogar. Pero le hablaron de Choroní y le pareció buena idea echarse en esas playas un rato antes de seguir camino a México.
Ya era mochilero, ávido lector, aventurero, malabarista, clown de plaza, actor si hacía falta y vendedor callejero si las cosas se ponían difíciles. Y su plan era seguir de largo.

Jorge Parra es Domingo Mondongo, Domingo Mondongo es Jorge Parra. Le dicen Jorge y voltea. Igual si lo llamas Domingo, si lo llamas Mondongo. Es el argentino de pelo verde que tanto hemos visto por ahí en las redes, al que quizás viste haciendo malabares y pasando el sombrero en la Plaza de los Museos, el mismo que podrías haber escuchado dando una conferencia en una empresa muy seria de esas que han entendido la conveniencia de andar por la vía del humor. Y el mismo, claro, que ha cobrado mayor fama en Instagram debido a su más reciente proyecto en marcha: ser el papá de Paulina.

Jorge nació en Argentina, en un pueblo llamado Teodelina. Y hasta aquí la rima: en la Provincia de Santa Fe. “Un lugar pequeño, que entonces tenía 3 mil habitantes. Todo lo que tiene es vacas y sembradíos”.

Dice. Y recuerda un poco de su infancia: “Mi madre limpiaba casas y nos cuidaba a mí, a mi hermana y a mi abuelo. El viejo era el que nos inventaba los juegos con sus desvaríos. Tenía arterioesclerosis”. Los nietos planteaban cualquier cosa y le pedían permiso al abuelo, quien siempre aprobaba todo porque su cabeza andaba en otra parte. Y a la hora de los regaños presentaban la excusa: “El abuelo dijo que sí podíamos”.

“Éramos recontrapobres”, continúa memorioso: “Y en el pueblo no había ningún sesgo de tecnología. Recuerdo cuando llegó la radio por cable. Había una sola emisora y todo el pueblo escuchaba lo mismo. Uno podía pedir una canción para dedicársela a alguien pagando en la radio”.

Momento. ¿En qué año nació Parra? ¿En qué siglo?
-Nací en 1973.

Era, claramente un pueblo remoto Teodelina: “El periódico lo leías a la semana. O antes si con suerte algún conocido viajaba y lo traía”. Viajar era ir a Buenos Aires. Tomar uno de esos autobuses de la línea roja. O uno de la línea verde que salía por la vía contraria rumbo a Venado Tuerto.

Sí, Venado Tuerto. Es una ciudad al sudeste de Santa Fe. Importante por esas latitudes. Teodelina, más pequeño, está a 376 kilómetros de la ciudad de Santa Fe aunque, por otro lado, es vecino de la Provincia de Buenos Aires.

“Siempre escuchaba en la radio las noticias necrológicas porque cuando moría alguien conocido de mi mamá, ella me llevaba en autobús. Un día inventé que se había muerto un familiar solo para salir en autobús. Ah, el cagazo que se pegó mi vieja”.

Le gustó viajar desde pequeño. Y viajó. A los 12 años, salió del pueblo –comuna, es el término formal- a estudiar en una escuela técnica. Pero no alcanzó a ir muy lejos: solo 30 kilómetros. Regresó a los dos años a terminar la secundaria y allí encontró que le gustaba protestar y armar alborotos: “Yo era rebelde. Pero era rebelde y también boludo. Yo era el que se mandaba todas las cagadas”. También encontró que le gustaba algo más.

Tras el fin de la dictadura militar el país comenzó a aflojarse el cepo y la corbata: “Volvían a los pueblos los fenómenos culturales. Es decir, el arte, el teatro, la danza”. Y Jorge se hizo bailarín de folklore, lo cual le dio mejores razones y excusas para viajar: ya no había necesidad de matar a los parientes.

Con la peña folklórica Fortín Sureño a los 15 años iba de un lado a otro a los festivales de pueblos y ciudades vecinas en autobuses rojos, verdes y a dedo en la carretera. En ese ir y venir comenzó a conocer a gente de acá, de más allá y un día se le ocurrió simplemente aprovechar el aventón para irse de paseo a puro azar: “Me ponía a pedir cola y cuando alguien se paraba le preguntaba a dónde iba y a lo que respondieran yo decía que justo iba para ese lugar”.

Hasta que se fue otra vez. Llegó un poco más lejos: a Buenos Aires, con la excusa de estudiar Derecho. Lo recibió una tía solterona que lo terminó echando el día en que se enteró de que el sobrino no estudiaba sino que le había dado por hacer de extra en televisión. Para una telenovela necesitaban extras que supieran montar bien a caballo. Y Jorge, el teodelinense, sabía: “Ganabas más plata si montabas a caballo”. E incluso hablaba. Y ganaba un poco más. Y durante un rato se codeó con la farándula y hoy se ríe recordando que cuando iba al pueblo la gente hacia filas para ver los autógrafos que llevaba.

Todo eso, sin embargo, no era nada: un breve momento de suerte.

“Cuando la tía me botó de la casa entré a cagarme de hambre”, dice. Y el resumen de lo que sucedió es así: tenía 17 años, vendió latas de refrescos en las calles mientras duró la primavera y no pudo hacerlo más en invierno, limpió lugares a cambio de verduras, compartía vivienda con Calixto, un amigo en la misma situación; fumaba como un perro, empezó a estudiar teatro, repartió cartas gastando suelas por medio Buenos Aires y encontró la salvación en el incienso.

No exageremos. Fue más bien un salvavidas: “Calixto y yo empezamos a vender incienso en un paño tirado en la calle Corrientes. Hacíamos plata”. Otra exageración: ganaban lo suficiente para costearse comida, cigarrillos y vino. Y lo más importante: avanzar en la formación teatral. Por entonces estudiaba con el famoso actor y director Lito Cruz y luego se juntó con un grupo que operaba en General Pacheco, una ciudad de la Provincia de Buenos Aires a la que terminó mudándose con su paño de incienso: “En el Teatro La Escoba montábamos piezas de protesta y seguía con la venta en la calle. Un día escuché en la radio a un actor chileno diciendo que un verdadero actor no necesitaba gran cosa si realmente quería actuar, que igual podía hacerlo parado sobre un cajón de madera. Eso me pareció brutal”.

Y, claro, se buscó un cajón.

Dos, para ser exactos: en uno se paraba un amigo a tocar el acordeón y en el otro Jorge leía poemas. Aquellas fueron sus primeras actuaciones en la calle. Sobre el paño caían las monedas. La cosa iba bien, aunque solo los fines de semana. Así que decidieron moverse: subieron a los autobuses. “Pero ahí la poesía no funcionaba”. Y el amigo le dio otra idea: “Contate un chiste, che”.

-Y en un viaje ida y vuelta a Buenos Aires reuníamos bastante como para emborracharnos durante toda la semana.

Fue después, participando en un taller de Variedades (varieté, dice él) en el Centro Cultural Rojas, en Buenos Aires, cuando le recomendaron estudiar clown.

¿Qué es ser clown?
– Es un adulto cuyo enfoque es el juego.

El placer de jugar, de perder el miedo al ridículo, de improvisar, de crear al momento, de no ceñirse a un libreto, de transformar la dinámica de la actuación en un juego participativo. Jorge quería ser eso. Y también practicaba técnicas de circo: “Con otro amigo, Gonzalo, decidimos hacer un espectáculo de malabares en las calles de General Pacheco. Aprendimos a malabarear con botellas de vino blanco forradas”.

Leyendo encontró a su alter ego. Mientras vendía incienso mataba las horas pasando páginas. Y en las de El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano, se topó con un personaje: el negro Domingo Mondongo, un tipo sufrido con un nombre muy sonoro. “En Argentina la expresión negro se usa para demostrar cariño y también desprecio. Me quedé con ese nombre, hasta que en Ecuador, tiempo después, me di cuenta de que la gente pensaba que era una burla a la raza negra. Lo recorté a Domingo Mondongo”.

UB-JorgeParra-listo-2

Y se volvió a ir. Más lejos esta vez. Primero a cargar cajas en la producción de un espectáculo de pirotecnia en Ushuaia. Y otra vez un libro le dio una idea, otra vez Galeano: “Las venas abiertas de América Latina me comió la cabeza. Calixto me llevó a hacer ese trabajo en Ushuaia y estando allí le propuse irnos a Bolivia a mochilear. Nos subimos al tren y contamos chistes para poder terminar de pagar el pasaje. Llegamos a Potosí y la pasamos malísimo. Si andaba pelando bolas en Argentina, imagínate lo que era pelar bolas en Bolivia. Terminé trabajando en las minas y me enfermé. Y cuando pudimos nos regresamos”.

La mala experiencia boliviana no lo empujó a soltar la mochila. Todo lo contrario. Recorrieron Argentina viajando en maleteros de autobuses para ahorrar dinero. Y a donde llegaban comían y bebían gracias a los malabares callejeros. Fue a Chile, regresó, fue a Ecuador, a Colombia y allí se reencontró con Gonzalo, quien andaba de novio con una venezolana.

-Ellos siempre hablaban de Choroní. Cuando se nos venció la visa les dije: vamos a Venezuela, conocemos Choroní y de ahí nos vamos a México.

La pareja hizo el viaje en avión y Jorge por tierra. Y así fue a parar a Mérida en el año 2000. Pasó dos semanas ahí en la sorpresa: “Vivía de rumba en rumba, hacía malabares y lo que ganaba en una función era como diez veces lo que podía hacer en Colombia”. Pero el plan siguió siendo el pueblito ese costero. Y llegó a Caracas buscando a Gonzalo. El lugar de encuentro sería la Plaza de los Museos. Gonzalo no aparecía. Y mientras tanto Domingo Mondongo se convirtió en un personaje de la plaza: “Hacia shows de juglaría o ruedo callejero, como lo llaman en España”.

¿Qué es juglaría?
– Es lo que hacían los juglares en el medioevo, pequeños formatos de show de pueblo en pueblo. Combinaba técnicas de clown y de payaso con malabares.

Aquello era rentable. Domingo Mondongo recogía buen dinero. Y consiguió trabajo: “Me contrataron para una gira de conciertos con Pepsi. En esos espectáculos yo era el malabarista con fuego. Era un inútil, en realidad, pero era el único malabarista con fuego en el país. Era un momento de bonanza económica y podías vivir con poco. En un piojal, pero vivías”.

Por Choroní sigue aquí. Choroní fue la perdición. Aunque no por los motivos que se puedan suponer de entrada. Ahí estuvo en carpa a la orilla de la playa y una noche, al regresar de una función encontró que ya no tenía nada: le robaron hasta el pasaporte. Solo le quedó la ropa de payaso.

La Embajada podía resolver el asunto con un documento provisional, pero para poder continuar viajando necesitaba un pasaporte que debía hacerse en Argentina: “Eso tardaba un montón de tiempo. Y así me fui quedando y quedando. En Caracas conocí a Juan Carlos Souki, quien estaba preparando una obra llamada Clown y me pidió que le diera un taller a los actores. Allí conocí a Elías Muñoz, con quien luego hice otras cosas. Gonzalo se fue a Suiza. Yo pensaba en México, era mi meta. Pero me fui quedando”.

De la Plaza de los Museos a la de El Recreo haciendo malabares, lanzando cinco antorchas, tres diábolos, soltando chistes, pasando la gorra y empezando a recibir otras propuestas: “En 2001 me contrataron dos empresas para organizar sus planes vacacionales. Y en 2002 di un taller para los participantes del reality show Protagonistas de novela”. Domingo Mondongo rozaba la fama. O algo de ella.

A partir de ahí, expuesto como estaba, al personaje de pelo verde le fue tan bien que todavía hoy le cuesta creerlo. Se paseó por casi todo el país aportando juego a las dinámicas de fusión del Banco de Venezuela con el español Grupo Santander y al mismo tiempo se convirtió en un éxito en las piñatas: “Compré departamento, carro, todo gracias a las piñatas y los shows en empresas. Era muy común eso de las presentaciones corporativas. Me pedían malabares, acompañar a la gente con un personaje. Cosas así. El show era lo mismo que hacía en la calle, muy participativo. Y es lo que sigo haciendo todavía”.

Eran buenos tiempos. Casi suspira añorando eso que fue hace casi nada: “Era una locura. Un Día del Niño llegué a hacer hasta seis funciones. Todos los que estamos en esto teníamos mucho trabajo”.

También hubo espacio y ganas para inventar. Junto a Alejandro Valderrama, Jorge Eli y Arnoldo Maal creó y organizó la Convención de Circo, un evento abierto en el que el único requisito para participar dictando talleres o dando conciertos era no cobrar. Y estar dispuesto a irse a La Sabana, en la costa de Vargas. La primera edición se hizo en 2002 y asistieron alrededor de 600 personas. Al año siguiente eran 2 mil. Domingo Mondongo estuvo con ellos hasta la séptima.

Porque en el camino se iba gestando otro proyecto: Improvisto. “Comenzó como un taller de clown que debía convertirse en un espectáculo para público joven. En ese momento el teatro era para adultos o para carajitos, nadie se ocupaba de los jóvenes”, explica Jorge: “Y en este caso era un concepto planeado totalmente, desde su concepción hasta el uso de las bragas de colores que representan al trabajador. Entrenábamos como perros”. La idea fue de Jorge y la producción estuvo a cargo de Lilver Tovar, quien para entonces ya era su pareja.

“Tenía eso en mente desde 2004 más o menos. Quería enseñar técnicas de clown para luego hacer una muestra basada en improvisaciones”. Cuando el plan estuvo claro puso un afiche en el Cuartel San Carlos, la histórica edificación que por ese tiempo reunía a la “movida” de circo caraqueña. El taller fue dictado en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y el montaje, dirigido por él, se estrenó el 13 de mayo de 2005 en la que por entonces era la sede del Grupo Actoral 80. Posteriormente se mudó al Celarg y ha rotado por otras salas y por casi toda Venezuela: “Improvisto tiene más de 1.300 funciones”, celebra Jorge: “Ha ido a Miami, Costa Rica, Panamá y República Dominicana”. Y de esa primera formación hay nombres que suenan mucho en el mundillo del humor: Reuben Morales, Bobby Comedia, Carlos Lorenzo (Kabeto), Nadia María, Alejandra Otero y Ron Chávez.

UB-JorgeParra-listo-1

Alexis Alvarado, enfermero en el Hospital Clínico Universitario le hizo una propuesta un día. Más bien le pidió algo: que Domingo Mondongo se presentara en una fiesta para niños hospitalizados. Jorge aceptó con una condición: no limitarse a la fiesta, visitar las habitaciones. Y ese fue el chispazo para Doctor Yaso Payasos de Hospital, fundado en 2005 también con Lilver Tovar. “Pensamos que podía ser como el brazo social de Improvisto, pero creció tanto que se independizó”, cuenta Jorge.

Inscribieron el proyecto en el Concurso Ideas y lo ganaron en el 2006. Inicialmente estaban limitados al Hospital Universitario donde siempre contaron con la complicidad de Alvarado. “En los otros hospitales era recontraburocrático”, se queja. Lo del concurso permitió una estructura sólida y que garantizara la persistencia: “Nos convencieron de hacer un plan de negocios. ¿Quieren que los niños sean felices? Entonces la ganancia son las sonrisas. Nos dijeron, organicen talleres y a la gente que participe les van a pedir que paguen haciendo visitas a los niños, produciendo sonrisas”.
Y si en 2005 eran apenas tres o cuatro, el esquema y el apoyo de la empresa privada ha permitido consolidar a esta iniciativa en la que participan ya miles de voluntarios por todo el país.

En este punto de su historia Jorge toma un sorbo de su taza de café y pasa por un momento reflexivo: “Siempre he dicho que mis proyectos son como el cumpleaños feliz, que la gente lo canta para celebrar la vida y en realidad no sabe quién lo escribió”. Lo dice por el hecho de que hace ya cerca de tres años que no tiene responsabilidades directas en Doctor Yaso: Lilver Tovar es quien lleva las riendas de la organización civil. Y en Improvisto desde hace un par de años la dirección está a cargo de Nadia María.

¿Aflojó el ritmo Jorge Parra, alias Domingo Mondongo?

No, pero en junio de 2007 le cambió la vida: nació Camila, su hija mayor. En 2010 le cambió un poco más con el nacimiento de Marcelo y alrededor de 2015 le dio un giro con su nueva relación de pareja con Alejandra Otero. Y eso no es todo: el 18 de diciembre de 2017 nació Paulina, toda una celebridad en Instagram y a quien sostiene y alimenta mientras repasa su historia.

Pero volvamos al trabajo.

A la par de Doctor Yaso y de Improvisto fue desarrollando un camino inesperado: el de conferencista. Lo invitaron una vez a dar una charla para emprendedores en la Universidad Metropolitana y el temor a hacerlo mal lo condujo a preparar tanto sus palabras que resultó un éxito: “Quiero hacer esta vaina”.

Se dijo eso así mismo y a Alejandra y esbozaron el proyecto Alegría Productiva, al que se sumaron Nadia María y Ron Chávez y que contó con el apoyo de Maickel Melamed. “El clown se basa en descubrirse y poder compartir”, explica la base de esta idea: “El clown se esfuerza en intentar hacer feliz al otro. Y partiendo de ahí organizamos talleres para empresas y he tenido que generar mucho material para conferencias”.

¿Y qué le piden las empresas al clown?
– Desarrollo de trabajo en equipo, liderazgo, pensar fuera de la caja. Aportamos mucho a generar optimismo en la gente, cosa que es importante acá en este momento… El niño es optimista porque sí y con eso es con lo que tratamos de conectar.

UB-JorgeParra-listo-3.1

Y conectado con su hijo surgió otra iniciativa que también le ha perfilado como conferencista: “Marcelo es como yo multiplicado por diez. He aprendido mucho tratando de entender su forma de jugar y en ese proceso me hizo ver los esfuerzos que tuvo que hacer mi mamá por mí. Eso me llevó a escribir algunas historias que un día le mostré a Maickel Melamed”. Melamed lo vio de inmediato: hay que hacer algo con esto. Y esas historias y reflexiones están en la cuenta de Instagram @soypapapayaso: “Arranqué con eso y me entraron a pedir también charlas sobre paternidad”.

Así que este clown callejero y mochilero que entró a Venezuela el 13 de noviembre del año 2000 solo para pasar unos días de rumba en Choroní terminó convertido en maestro. Y sí, tal parece que lo es. Y ha querido concretar este papel. Hace unos siete años atrás impulsó la escuela Quilombo de Arte, un proyecto de vida breve: “Quería volver a hacer la escuela y me junté con María Alejandra Fonseca y Ron Chávez. Ella ha sido muy importante en darle forma y organizar esto que busca que el humor tenga una formación académica”. Se refiere a los diplomados de la Escuela del Humor en alianza con el Centro Internacional de Actualización Profesional de la Ucab: el primero, de stand-up comedy, se hizo en septiembre del año pasado. Luego hicieron el diplomado de improvisación y en mayo arrancó el de clown.

El afán por enseñar lo ha hecho incluso llevar el trabajo a casa. Literalmente: la sala del amplio hogar del que hoy disfruta se convirtió en el espacio de ensayos de Excéntricos El Predespacho, un show de comedia que dirige y presenta en el Centro Cultural BOD, en el que actúa parte de la primera cohorte del diplomado y que se estrenó el pasado 13 de mayo.

En esa misma casa se van gestando otros proyectos. El más cercano será, seguramente, un stand-up junto a Alejandra Otero que ya tiene un primer público seguro: Camila, Marcelo y Paulina. En esa sala despojada de mobiliario irá cobrando forma. Allí está siempre la vieja y colorida maleta de Domingo Mondongo como un recordatorio de cómo fue que empezó este largo recorrido desde la remota comuna de Teodelina hasta Caracas: todavía queda mucho por hacer aquí. México seguirá esperando.

Publicidad
Publicidad