Venezuela

Una semana sin balaceras en Petare: ¿terminó la guerra contra Wilexis?

El 2 de mayo empezó una guerra en Petare: Wilexis y El Gusano se disputaban a plomo cerrado el control del barrio José Félix Ribas. Los vecinos de la zona vivieron aterrados durante varios días y el miedo aumentó cuando las FAES decidieron irrumpir a darle cacería a Wilexis. La situación tuvo un giro inesperado cuando el Cicpc mató a El Gusano. Desde entonces se impuso una tensa calma que aun persiste. Así es la cotidianidad ahora: sin balas, pero con la angustia de no saber si volverán las noches de zozobra

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Daniel Hernández
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—Buenas —gritaron afuera. Alguien tocaba la puerta.

El corazón de mi mamá saltó. Abrió los ojos y me miró asustada. “Es la policía otra vez”, dijo en voz baja. Corrí a la ventana, pero me agarró del brazo y me impidió asomarme. Allí recordé una frase que ahora repite mucho: “En esta guerra, los varones siempre corren más peligro que las hembras”. Le hizo una seña con la boca a mi hermana para que ella se asomara y avisara. Yusbelly fue al balcón y lentamente se acercó a la reja.

—Buenas —volvieron a gritar.
—Sí, ¿qué desean? —preguntó, supongo que haciéndose la loca.
—¿Tienen refrescos?

¡Uf! Todos exhalamos de alivio. No era la policía, era alguien que venía a la casa a comprar un refresco. El negocio que montamos hace unas semanas pero que no ha dado los resultados esperados por la guerra. La gente sale a la calle solo por agua, comida y gas.

Le despachó su pedido y subió. Vino riéndose de la paranoia familiar, pero es que después del allanamiento de la semana anterior mi mamá quedó con los nervios de punta. Ella es hipertensa y en los últimos días ha estado muy alterada. Piensa que como soy periodista corro peligro, que soy uno de los flancos favoritos del gobierno chavista. A veces, cuando ve una patrulla, me da la impresión de que le teme más a Maduro que al hampa del barrio.

Han pasado casi dos semanas desde que empezó la guerra. ¿Parece mucho, no? Una pandemia, una crisis económica y ahora este conflicto en Petare. Y aunque las balaceras se terminaron desde que la zona fue tomada por varios cuerpos de seguridad del Estado, la tensión sigue latente. Ahora los allanamientos son aleatorios y a cualquier hora del día. A la casa de al lado ingresaron a las 3 de la madrugada. Aquí lo hicieron a las 8 de la mañana.

Lo que sí aumentó son los chismes y los rumores. Que esta noche se vuelven a meter, que ahora sí van a cobrar vidas, que Wilexis se fue o que está pactando con el gobierno. Cuchicheos aquí y allá.

La incertidumbre agobia en las escaleras y los vecinos tienen miedo. No hay certezas ni seguridad de nada. Las FAES paran a todo el que baja por la avenida principal. Revisan desde carteras hasta bolsas de basura. Se aseguran de que nadie esconda armas, porque para ellos todos los petareños son cómplices de Wilexis, “El Patrón”.

Dormimos preparados por si empieza otra vez el fuego y hay que encerrarse en el depósito. Han sido noches pesadas, largas y de mucha espera. No sabemos si nos tocarán la puerta, si volveremos a pasar otra madrugada en vela como la del viernes 8 de mayo, cuando irrumpieron en nuestra sala y revisaron los cuartos.

Y aunque en el cielo ya no hay helicópteros como ese día, sí reina un silencio tenebroso, como si algo estuviera pasando en algún callejón de estos cerros de casas sin frisar. Ni siquiera poner música cambia el ambiente. Nada es igual, no son los mismos fines de semana. Es una sensación rara.

El miércoles en la noche, cuando se fue la luz, mi mamá agarró el rosario y empezó a rezar. Ella es católica, pero ahora cree en todo. Tiene un puñado de estampas de santos a los que les pide por la protección de la familia. Cuando los evangélicos la invitan a una vigilia por la paz del barrio también asiste sin pensarlo, sin importar las contradicciones entre cultos y religiones. Hoy es una mujer de más fe que antes, rezar es lo único que está en sus manos.

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Mis tardes son de lecturas. Las de mi hermana en el teléfono y las de mi mamá son de hablar con la vecina. Mi papá duerme casi todo el día y el único que realmente pareciera divertirse es Erick, mi sobrino de 8 años, quien siempre sube a la platabanda a volar papagayos. Allí el viento es fuerte. Sin electricidad y sin poder salir, encuentra diversión al arrojar un hexágono de plástico y veradas al aire.

No es el único, en casi todas las platabandas del sector hay por lo menos tres o cuatro niños haciendo lo mismo. Ante el encierro de la pandemia, de la crisis y de la guerra, hallan libertad en un pedazo de nylon que se eleva alto en el cielo.

Un día de la semana pasada nos visitó una vecina, vino a pedir la manguera porque el agua estaba por llegar. Antes de irse, esperó estar a solas con mi mamá para decirle:

—Esta noche se meten otra vez, cuida a tu muchacho. Si se lo quieren llevar, lánzate encima y no lo dejes solo. Ya yo saqué a mi nieto de aquí, esto se va a poner feo.

Mi mamá no se aguantó y nos contó todo. Le dijimos que se calmara, que no había certeza de eso y que yo no estaba haciendo nada malo. Al rato se tranquilizó un poco, pero de nuevo volvió con el rosario, con la estampita de la Milagrosa y empezó a rezar otra vez:

—En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo…

Algunos vecinos se agrupan durante la noche en la zona 6 a hacer plegarias por la paz. Las vigilias a veces se prolongan hasta la madrugada y junto a ellos transitan patrullas y funcionarios de las FAES, quienes preguntan por Wilexis para asustar.

Todos sabemos que existe, que está escondido en alguna parte, pero no sabemos cómo es Wilexis. Nunca lo hemos visto.

Cuando mi mamá venía subiendo por la zona 8 se encontró con Yereny, la mamá de Brian, el basquetbolista que fue asesinado el día de la operación para capturar a Wilexis.

Aunque siempre se saludan, porque se conocen desde que eran representantes del colegio Rafael Napoleón Baute, esta vez Yereny no habló con la efusividad de siempre. Detrás de ella iba su hermana Leidiana, tía de Brian. Mi mamá le dio el pésame y ella sólo le contó que no pudieron enterrarlo en una tumba digna, sino que lo arrojaron a “La peste”, el sector del Cementerio General del Sur, en Caracas, donde echaron a los muertos del Caracazo en 1989.

Mi teléfono empezó a sonar apenas llegó la señal, eso significaba que la luz venía en camino. Entre tantos mensajes, abrí el de un amigo exmilitar del barrio que siempre nos informa sobre cualquier novedad. El mensaje tardó en abrir por la congestión de las redes, pero la angustia nos agobió de inmediato. No decía nada malo, pero sí nos hizo una advertencia:

—El Cicpc mató a El Gusano. Estén pilas por si se prende otra vez el peo.

No sabemos qué consecuencias traerá esto. No sabemos si Wilexis está pactando con el gobierno de Maduro. Pero de lo que estamos plenamente claros es de que el Estado ahora tomó el control de la guerra. Tal vez quiere demostrar que no es fallido como muchos dicen. Al menos no en eso.

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