Para otros es importante aclararle a la ciudadanía que la venidera Asamblea Nacional es un poder del estado que ciertamente tiene sus atribuciones, pero que poco se podrá hacer para atender la diabólica conformación de la crisis económica y social en desarrollo, que con toda seguridad se expresará con crudeza en 2016.
También hay quienes matizan con renuencia el optimismo general existente, expresado en las cifras de las encuestas, alertando que una mayoría de votos, incluso si esta es clara, no garantiza necesariamente la conquista de la Asamblea Nacional, un cuerpo que, en un parpadeo, podría quedar integrado por fuerzas similares en tamaño, a las cuales les costará, incluso, integrar directivas y pactar un protocolo de funcionamiento.
Son todas salvedades, que tienen una matriz saludable, que es necesario formular en esta hora y que previenen con fundamentos las posturas optimistas insensatas.
Aunque los hados podrían traicionarla de nuevo, lo cierto es que cualquier interpretación medianamente literal, que pueda observar correspondencia, entre el malestar ciudadano y la intención de voto, tendría que favorecer ampliamente a la MUD en estas elecciones. De forma cabal, en estos términos, parecen tenerlo claro la totalidad de los observadores políticos y económicos, nacionales e internacionales, que siguen de cerca el problema venezolano
La coalición llega a la recta final con en medio de una campaña que, aunque limitada, fue coherente y no ofreció fisuras. A la MUD la alimenta todos los días la constatación del fracaso del chavismo, que es también, de nuevo, el fracaso de la nación.
El resultado de las elecciones puede quedar escamoteado con las maniobras que adelanta el chavismo con sus tentáculos estatales, amen de ser todavía un movimiento popular, pero cabe esperar que la hondura del problema que tenemos pueda ser la férula sobre la cual se construya el mensaje de una nueva voluntad en este país. Las cosas en Venezuela podrían estar bastante más claras de lo que la gente cree.
Si su conformación es clara, la Asamblea Nacional le va a regresar contenido y calidad específica a la política local, y podría abrir un interesante debate en torno a la radiografía de la crisis nacional, sus responsables y sus efectos. Es probable que asuma funciones respetando su fuero, que le pone límites en unas cosas y la faculta ampliamente en otras, y, al menos en principio, intenta hacer valer el ánimo de cohabitar, esto es, de lograr acordar un plan de recuperación económica que tenga carácter de estado en medio de un marco saludable.
Son todas iniciativas en torno a las cuales pueden trazarse políticas y buscarse desarrollos alternos. Tendrán lugar ante una población impaciente, padeciendo los efectos de la crisis. Algunos opinan que es imposible esperar que el chavismo acepte negociar, o abrirse a conversar, con la idea de cohabitar, y que sostener lo contrario es una candidez. Ciertamente, el chavismo podría tomar la decisión de no cohabitar: darle la espalda al Legislativo e intentar fraguar la revolución por cuenta propia, con la pata del Poder Ejecutivo. Si precipita de esa forma las cosas podría cometer uno de sus errores finales.
No parece tan probable, en cualquier caso, que el margen de maniobra de Maduro sea tan amplio. Las acusaciones sobre su entorno penden sobre su figura; una derrota política podría dejarlo bastante arrinconado.
Tendría la Asamblea Nacional en ese caso que asumir sus facultades constitucionales para convocar una consulta popular que pueda recomponer el mapa de gobernabilidad de la nación sobre la base de decisiones responsables e inspiradas en el bien común.
Puede que no sea necesario llegar hasta ese punto. Pero la Asamblea Nacional tiene esa, y otras atribuciones, todas de carácter consultivo y popular, para atener la disfunción institucional existente. La presión popular, probablemente, irá indicando la velocidad de las cosas.