Venezuela

Son políticos, no ángeles: La compleja cooperación al interior de la MUD

¿Cuál es la política que seguirá la MUD frente a lo que parece ser el ocaso del actual gobierno? ¿Acaso convergerán los partidos, y sus personajes más visibles, en torno a una fórmula única? ¿Quiénes de ustedes sueñan con ver, en una sola voz, a Capriles, López, Machado, Ramos y Falcón? Algo parecido al sentido común clama por la unidad y condena la disparidad de criterios.

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Texto por: Pavel Gomez

Hace unos días, un delirante gritaba en una esquina de Caracas que si cesan los partidos y se consolida la unión, la democracia plena podría regresar del sepulcro y liberaría a la felicidad secuestrada. Pero deténgase un momento, piénselo bien. Resulta que estos dirigentes son políticos, no ángeles. Y después de estos diecisiete años ya deberíamos aceptar que es mejor tener políticos conocidos que ángeles por conocer.

La unidad de la oposición es frágil. Lo que está en juego, al final del día, es quién se hace con el poder ante un eventual desplazamiento del chavismo. Usted puede argumentar que no debería haber algo distinto a una coalición con norte claro, pero recuerde que esa coalición requerirá un presidente, y que los potenciales candidatos son políticos, no ángeles. Y esto no es nada nuevo. Recordemos cómo, hace varios siglos, una disputa entre candidatos al trono facilitó a los españoles la conquista del imperio incaico. Y esos candidatos eran hermanos. Usted seguro conoce la historia, pero de todas maneras yo se la recordaré.

El imperio de los Incas abarcó casi toda la costa occidental de Sudamérica, desde la esquina más al sudoeste de la costa del pacífico colombiano, en el norte, hasta un poco más abajo de Santiago de Chile, en el sur. Su capital fue la hermosa ciudad de El Cusco, en lo que hoy es Perú, y para el año 1530 su dominio abarcaba una superficie de unos dos millones quinientos mil kilómetros cuadrados, con una población estimada entre nueve y dieciséis millones de personas. Uno de los últimos gobernantes o Incas, como se denominaba a los grandes jefes, fue Huayna Cápac, el undécimo Inca,  quien logró unificar el control político de sus áreas de influencia.

La etapa incaica fue la síntesis evolutiva de las culturas que previamente ocuparon la zona occidental de Sudamérica. Pero también fue, desafortunadamente, muy breve. Duró poco menos de un siglo: desde 1438 hasta el asesinato de Atahualpa a manos de los españoles, en 1533. Si usted visita la zona comprendida entre El Cusco y Machu Picchu, en Perú, podrá observar los vestigios de sus formidables desarrollos en astronomía, arquitectura, vialidad, o tecnología agrícola e hidráulica. Pero el barrido español de aquella civilización fue facilitado por dos elementos. El primero fue el arma más potente de los conquistadores: los virus. La viruela y el sarampión diezmaron a su población y alcanzaron al Inca Huayna Cápac. El segundo elemento, quizás el más potente determinante del debilitamiento de las defensas incaicas, fue la guerra por la sucesión que se desató entre dos de los hijos de Huayna Cápac: Huáscar y Atahualpa.

Aunque al final triunfó Atahualpa, la cruenta disputa por el poder entre estos dos hermanitos dejó a un ejército diezmado y a un pueblo dividido, con profundos resentimientos y desconfianzas entre las distintas facciones, y con ello le puso en bandeja de plata la posterior victoria a Francisco Pizarro. Recuerde que ayer, como hoy, quienes aspiran a controlar el poder son políticos, no ángeles, que no están dispuestos a ceder fácilmente el control a sus “hermanos”.

¿Cuál es la analogía con el caso de la oposición venezolana? Desde esta perspectiva, los grados de unidad logrados por la MUD son encomiables. Aunque todos reconozcan el valor de la coalición opositora, es conveniente recordar que los principales líderes de las facciones o partidos relevantes aspiran a ganar la presidencia, en un eventual gobierno pos-chavismo. Esto dispara una dinámica de competencia entre ellos, mientras al mismo tiempo abona un equilibrio precario de cooperación. Los partidos, y sus principales líderes, compiten para acumular apoyos a sus candidaturas y, a la vez, cooperan para mantener cohesionados a sus votantes.

Veamos algunos ejemplos de la competencia por el liderazgo opositor. Imagínese que la oposición tiene un líder, cuyo liderazgo proviene de su victoria en las elecciones primarias previas a la última elección presidencial. Llamemos Alfa a este líder. Tiempo después, otro personaje que también aspira a hacerse con el liderazgo opositor (al cual llamaremos Beta) realiza una jugada sorpresiva, que lo presenta ante su mercado electoral como el dirigente que está dispuesto a jugársela para romper un clima de resistencia pasiva. Al hacer esto, Beta etiqueta de manera tácita a Alfa, quien quiere seguir el camino político-electoral, como timorato o incluso como colaboracionista. Como resultado, Beta se posiciona en el liderazgo de las preferencias de los votantes opositores. Pese a que no haya un ataque directo, la jugada de la radicalización puede ser vista como un movimiento competitivo de Beta contra Alfa. En esta jugada, Beta estimuló unas protestas que terminaron en una acusación de rebelión, y en la entrega voluntaria de Beta a las autoridades. Beta ahora es un preso político que encarna la metáfora del mártir. A partir de un elevado costo personal, se ha posicionado en el liderazgo de las preferencias electorales de la masa opositora.

Tiempo después, la facción representada por Beta realiza una serie de actos de masas, cuyas principales consignas apuntan paralelamente a la libertad de los presos políticos y a promover una enmienda constitucional para acortar el actual período presidencial. Toda la oposición es convocada a sumarse a estas movilizaciones. La unidad es el desiderátum.

Imagine ahora que Alfa, el líder de la facción, tiene tres opciones: a) Sumarse a la  convocatoria que converge en la solicitud de enmienda (o renuncia presidencial), pero cuyo rostro más común, incluso impreso en franelas, es el del líder de la jugada sorpresiva que comentamos antes (Beta); b) No hacer nada; o c) Activar sus propias movilizaciones, y lubricar el engranaje organizativo de su propio partido, alrededor de una propuesta de transición alternativa. ¿Qué haría usted si estuviese en los zapatos de Alfa?

La respuesta ingenuamente unitaria es que todos los líderes deben aglutinarse alrededor de una sola propuesta de transición. Esto es perfectamente lógico cuando pensamos en la oposición como un todo, y probablemente la oposición encontrará pronto un mecanismo para la convergencia. Pero la pregunta alude a qué haría usted si fuese Alfa, no a cuál debe ser el desiderátum opositor. Veamos. Si Alfa escoge la opción (a) su posicionamiento de marca se diluye a favor de Beta, y quizás hasta termine con una franelita de esas que tienen el rostro de Beta impreso. Si escoge la opción (b), entonces se refuerza la imagen de pasivo, timorato o colaboracionista que describimos antes. ¿Acaso usted escogería la opción (c)?

Fíjese que desde el punto de vista de la competencia por el liderazgo electoral de la oposición, la forma que toma la opción (c) es irrelevante. Si Beta hubiese dicho “blanco”, Alfa debía decir “negro”. Si Beta hubiese dicho “negro”, Alfa debía decir “blanco”. Desde el punto de vista de la competencia por el liderazgo, lo que en realidad está en juego no es la escogencia entre “blanco” o “negro”, sino el posicionamiento de cada líder competitivo en las preferencias de la base opositora.

Aterricemos ahora en lo que usted ya sabe: Alfa es Henrique Capriles y Beta es Leopoldo López. Ambos saben que la unidad opositora es vital, y ambos cooperan para que esta se mantenga. Pero ellos son políticos, no ángeles. Ellos compiten por las preferencias electorales de la base opositora y esto, por más desagradable que resulte para algunos, es lo normal. Debe ser considerado lo normal frente a un proceso democrático que eventualmente terminaría en unas nuevas elecciones presidenciales.

Considere ahora que, además de estos dos líderes, también están María Corina Machado, Henry Ramos Allup y Henry Falcón. Estos últimos también tienen aspiraciones presidenciales. Es legítimo que sea así. Recuerde la idea que estamos machacando en estas líneas: los dirigentes son políticos, no ángeles. Por ejemplo, Henry Ramos Allup se sumó a los actos convocados alrededor de la enmienda y de la figura de Leopoldo López. Esto fue leído por muchos como un ejemplo de conducta cooperativamente unitaria. Pero debemos considerar que Leopoldo López está preso y Ramos Allup compite por parte de la base electoral de Leopoldo. ¿Usted cree que Ramos Allup seguirá sumándose a estos actos si Leopoldo sale libre? ¿Qué haría usted, si como Ramos Allup, usted también aspira a ser candidato presidencial?

El objetivo de presentar esta perspectiva de la dinámica democrática al interior de la MUD no es vender el cinismo como postura existencial ni analítica. La idea es comprender que las fuerzas que habitan en una coalición como la MUD son dirigidas por políticos, no por ángeles. Y estos políticos están convencidos, a menudo contradictoriamente, de que la unidad es importante pero que la defensa de sus opciones presidenciales también es importante. Aunque de lejos a veces no lo parezca, la MUD es un archipiélago de proyectos políticos, y la pugna entre potenciales candidatos presidenciales es también la natural competencia entre estos proyectos políticos alternativos. Y estas pugnas deben ser celebradas, pese a los riesgos de dispersión de esfuerzos, como el triunfo de la heterogeneidad democrática frente al proyecto político dominante, el cual persigue la hegemonía de un pensamiento único.

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