Venezuela

Así vive la mamá de un preso político en Venezuela

Podría culparlo por todo lo que ha vivido. Pero habla a diario con él. Confiesa no ser una devota, pero Dios se ha convertido en uno de los mejores amigos de Katiuska Ravelo. Esa amistad se estrechó desde la mañana del 8 de mayo de 2013 -Día de la Madre- cuando la Guardia Nacional arrestó en un campamento estudiantil en Caracas a su hijo Ángel Contreras. Una detención que para Katiuska se manifiesta como una prueba diaria de amor.

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TEXTO: ANDREA HERNÁNDEZ Y JOHANN STARCHEVICH | FOTOS: ANDREA HERNÁNDEZ

Desde el arresto de Ángel, Katiuska incorporó a una pulsera con el tricolor venezolano y un rosario a su vestimenta diaria. Dos pequeños lazos de satén también adornan a sus camisas y blusas. Sea cábala o cuestión de fe, promete que se quitará la pulsera cuando su único hijo varón obtenga su libertad. Una tarea que no es fácil, toda vez que el joven, de 30 años, es un preso político del gobierno de Nicolás Maduro.

Ángel Contreras es uno de los cuatro jóvenes que todavía sigue detenido luego del allanamiento del campamento que se apostó a las puertas de la sede del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en la avenida Francisco de Miranda, para apoyar a las violentas protestas contra Maduro, que dejaron 43 muertes en las calles, según balances oficiales.

Esa detención ha estado plagada de trabas e irregularidades para dilatar el caso en los tribunales, asegura esta trigueña de 46 años. A pesar de los altibajos –más bajos que altos–, su sonrisa nunca se desdibuja. Katiuska es la viva personificación de la esperanza y el coraje.

Por eso ha asistido religiosamente a las más de 30 audiencias de su hijo que los tribunales han diferido o suspendido, con la esperanza de ver un avance a un juicio, en el que -paradójicamente- no espera justicia por parte de las autoridades.

Desde que comenzó el caso el 19 de noviembre de 2014, Katiuska se levanta a las 5:30 am en su apartamento en Loma Linda en Guatire (en las afueras de Caracas) que mantiene con su madre y la pareja de Ángel, Alba Fariña, una delgadísima morena con quien Ángel tuvo tres niños: unos morochos de tres años y Victoria, una niña de año y medio que nació con su padre detenido en la sede de la policía política Sebin, al suroeste de la capital.

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Después de atender a los niños, prepara un café –sin azúcar porque no consigue– y se marcha apurada a los tribunales en Caracas. El estado de ánimo de Ángel preocupa a la madre. Y con toda razón: tres intentos de suicidio ha cometido su hijo en sus dos años de detención.

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-Dos carritos y 11 estaciones-

El arresto del joven se ha convertido en una carrera de largo aliento para Katiuska. En días de audiencia, debe tomar dos carritos y 11 estaciones de Metro para llegar a la sede del Palacio de Justicia, en el centro de Caracas. Ese trayecto dura más de una hora y se lleva mucho dinero para el bolsillo de alguien que no tiene un sueldo fijo.

Ella trabaja como contratada en el Consejo Municipal de Zamora para hacer labores sociales del organismo. Se redondea con la pensión de su madre y las comisiones que obtiene la pareja de su hijo en una zapatería.

Cuenta que debe decidir entre llevar comida a la casa o visitar a Ángel en el Sebin, que se le permite dos veces a la semana. Desde hace dos meses no ha podido visitar a su hijo porque ir a verlo con toda la familia puede significar Bs 7.000 para su restringido presupuesto.

Entre Guatire y Caracas, también cuenta los momentos más duros que ha enfrentado en este trance. Su sonrisa hace pausa cuando recuerda el último cumpleaños que compartió con el joven el 11 de junio de 2015. Ese momento de alegría se convirtió en uno de desgracia, cuando se enteró que -días después- Ángel se cortó las venas en un último intento de suicidio.

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Con los ojos bañados en lágrimas, Katiuska recuerda su primer encuentro con Ángel tras lo sucedido. Ella no lo regañó, sino que lo consoló. Le prometió tiempos mejores. Él insiste en ser una carga para ella.

Su familia permanece unida a pesar de que la adversidad los condenara a navegar contra el viento. Su madre está enferma de la tiroides; la hermana de Ángel lucha contra una constante pérdida de peso, y su nieta menor estuvo hospitalizada, algo que su hijo no sabe.

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A pesar de estar acompañada por sus familiares y la solidaridad mostrada por sus conocidos en las calles de Guatire, ella dice sentirse sola. Cuenta que muchos familiares de presos políticos han abandonado la comunicación luego lograr una sentencia. Muchos han recogido lo poco que tienen para irse del país y otros intentan desentenderse de lo vivido. Lo cierto es que cada vez quedan menos.

Después de una hora, llega a la estación de metro Capitolio. En tacones, sortea a los motorizados y las humaredas que expiden los buses para alcanzar el final de la avenida Bolívar, donde se erige el Palacio de Justicia.

Con las audiencias, Katiuska aprendió a evadir el hambre: empata el desayuno con el almuerzo al mediodía. Se repite como un mantra que cualquier penuria que ella esté pasando no se acerca a lo que viven su hijo y los otros muchachos detenidos del Sebin.

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Al arribar al Palacio, se encuentra con algunos familiares y novias de los reos. Apenas llega, le cuentan que la audiencia fue diferida otra vez. Es la cuarta seguida que posponen. Siente rabia y con los brazos cruzados comienza a hacer las preguntas respectivas: ¿Qué pasó? ¿Dónde está la jueza? ¿Hasta cuándo la difirieron?

Los abogados del Foro Penal Venezolano Gonzalo Himiob, María Fernanda Torres y Juan Carlos Herrera les responden a las puertas de los tribunales: “No había despacho, la jueza María Eugenia Núñez nadie sabe, nadie supo dónde está, la pospusieron hasta el 24 de mayo”.

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-Murphy retorna a casa-

Los dos carritos, el trayecto en metro, la caminata no valieron de nada. Sorprendentemente, ella es una de las que menos kilómetros recorre para estar al lado de su hijo.

En su vuelta a Guatire, desliza un comentario que recuerda a Murphy y a su famosa ley: «Cuando crees que todo está mal puede empeorar». Katiuska dice tener un fibroma que dejó de atenderse cuando el encarcelamiento de su hijo la obligó a ser la madre de un preso. Además, los médicos le aseguraron que el último embarazo de su nuera tuvo implicaciones cancerígenas.

Como es su costumbre, suelta una sonrisa intentando bajar las preocupaciones. Asegura estar contando con Dios: “Me queda respirar hondo y mirar al cielo”.

Tal vez desde allí vea a un Ángel en libertad.

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