En busca del sentido en medio de todo este caos
No hay nada en el mundo que nos haga sobrevivir, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido. Para Nietzsche “quien tiene un porque para vivir puede soportar casi cualquier como”.
No hay nada en el mundo que nos haga sobrevivir, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido. Para Nietzsche “quien tiene un porque para vivir puede soportar casi cualquier como”.
Cuando la vida se va en una cola para adquirir productos básicos. Cuando la inflación y la escasez te comen. Cuando los servicios públicos no funcionan. Cuando en cualquier esquina se puede activar la ruleta rusa del hampa y acabar en un solo instante con los sueños tuyos y de los tuyos. Cuando sientes que todo puja para que seas más de allá, que de aquí, aun cuando sabes que eres más de aquí que de allá. Cuando no ves la lucecita al final del túnel, puesto que el país se vuelve cada día más oscuro y frágil y parece no importarles a algunos y sientes que estás en el medio de un silencio inquietante ¿Cuál es el sentido?
Buena parte del mundo y en especial el país, viven en el medio de una neurosis colectiva. Son incontables las amenazas a la vida y a su desarrollo pacífico. Nuestro pensamiento racional y nuestro funcionamiento social, familiar y personal está comprometido y es difícil hallar una psicoterapia colectiva para vencer la neurosis que se devora nuestras entrañas.
No encuentro una voz más autorizada para comenzar a buscar “el sentido” que la del psiquiatra austriaco, Viktor Frankl (1905-1997), fundador de la logoterapia (psicoterapia que propone que la voluntad de sentido es la motivación primaria del ser humano).
Viktor Frankl sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau. Autor de numerosos libros, su obra más conocida, y de la que extraeré algunos párrafos es “El hombre en busca de Sentido”
El Dr. Frankl en el medio de las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, como las que puede experimentar un ser humano en un campo de concentración, en donde las probabilidades de sobrevivir eran de 1 de cada 28, señala que el hombre puede encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual.
Tampoco se trata de dejarse llevar por esos optimistas incorregibles, que como indica Frankl “eran los compañeros más irritantes”. Esos que en el medio de un extraño conformismo, yo llamo los “por lo menos” (por lo menos dejaron el agua un día, por lo menos no me mataron, por lo menos conseguí un paquete de arroz, por lo menos la inflación llegó a tanto y no a otro tanto) y que siempre cierran con un “con el favor de… todo se va arreglar” como si la magia y los milagros estuvieran a la orden en cualquier esquina. Siempre digo, para los que creemos en Dios, que no se mete en política, o al menos administra muy bien sus milagros.
Para Frankl, aun en el campo de concentración era posible practicar el arte de vivir, aun en el medio de un sufrimiento omnipresente. Ese sufrimiento omnipresente, aunque tenga manifestaciones distintas, activado también por múltiples y diversas razones, tiene una misma dinámica. No voy a entrar en la radiografía que del mismo hace muy apropiadamente la doctrina budista, pero para Frankl éste (sufrimiento) es absolutamente relativo “ya que la cosa más nimia puede originar las mayores alegrías” (La sonrisa de un niño, un atardecer, un anuncio sincero de acuerdo nacional, etc).
Abordar este asunto es complicado. ¿Cómo conseguir consuelo en el medio de condiciones de vida extrema, en el medio de una neurosis colectiva, inclusive cuando se llega al punto en el que no se espera nada de la vida? Frankl nos dice que: “No importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros” Agrega: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”. Allí es donde según Frankl la vida tiene sentido y propósito. No se trata de inventarle un sentido a la vida, sino como Frank señala, de descubrírselo.
Pero esa búsqueda y su consecuente descubrimiento tienen siempre múltiples obstáculos. No solo de circunstancias, sino de personas que dificultan las circunstancias de las otras.
Por eso, más allá de colores políticos, de credos ideológicos o religiosos, de nacionalidades, Frankl dividía a los seres humanos en dos, y así lo creo yo. “Hay dos razas de hombres en el mundo, los decentes y los indecentes”. Estos últimos son los que a cualquier precio tratan no solo de manipular, beneficiarse y destruir vidas humanas, sino también de aniquilar el sentimiento de individualidad, de ser pensante, de ser libre y valioso.
Viendo esas dos categorías de hombres, Frankl se pregunta: ¿Qué es el hombre? Y responde de una manera contundente: “El hombre es siempre lo que decide ser” Nos dice: Es aquel ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración, cualquiera que está sea.
De allí que Frankl insistía tanto en la importancia de la “Voluntad de Sentido” que algunos seres humanos tienen y que otros descubrían a través de la logoterapia. Voluntad de Sentido, distinta a la voluntad de placer del psicoanálisis freudiano y de la voluntad de poder de la psicología de Adler.
“El sentido no es solo algo que nace de la propia existencia, sino algo que hacer frente a la existencia” “La autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando se le toma como efecto secundario de la propia trascendencia”.
Así cada ser humano tiene el potencial de ser auto-trascendente, cuando descubre que la consciencia del amor propio “está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales, que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración”.
Un día narra Frankl, en el medio del suelo fangoso, de la miseria más abyecta, de la desesperanza más profunda, de la brutalidad más injustificada, los prisioneros veían el bello resplandor del cielo “y entonces, después de dar unos paso en silencio, un prisionero le dijo a otro – ¡Qué bello podría ser el mundo!”.
Así es, aunque suene cursi, aunque suene trillado, aunque suene a película dramática en la que repentinamente entra de fondo para generar una atmosfera de esperanza “Un Mundo Maravilloso” de Louis Armstrong. Si, ¡Qué bello podría ser el mundo! ¡Qué bella podría ser Venezuela! si solo algunos, no muchos, así lo quisieran.