Venezuela

La guerra desigual

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Son jóvenes. Son guerreros. Van adelante con sus escudos, su cascos y sus rostros cubiertos. Algunos mueren. Es una guerra diferente, extraña, lenta, pero una guerra al fin. Una contienda en la que uno de los bandos, el más grande, el que tiene el apoyo mayoritario de la población, camina desarmado en contra de tanquetas, ballenas, bombas y fusiles. En 1814, José Félix Ribas, a falta de soldados, armó a unos 800 estudiantes de entre 12 y 20 años de colegios y seminarios de Caracas. La madres se oponían porque los jóvenes, casi niños, inexpertos en la guerra, morirían en el combate. Los patriotas se enfrentaron con las fuerzas realistas en la batalla de la Victoria. “Defenderéis del furor de los tiranos el suelo de la patria”, arengaba José Félix Ribas. En honor a esos jóvenes, precozmente muertos, celebramos, desde el año 1947, el día de la Juventud. Pero también los represores, los soldados que siguen las órdenes de los oficiales desalmados de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional Bolivariana, son jóvenes. Entre ambos grupos media la rabia, el odio, como si no fueran la misma gente. Lo curioso de los guerreros es que luchan por algo que nunca conocieron: la libertad y la democracia. Todos, a su vez, pertenecen a una generación nacida en la decadencia, sometida por el Estado omnipotente, maleada por el clientelismo y la renta petrolera, obnubilada por la propaganda, atosigada por el adoctrinamiento y la deformación educativa, crecidos bajo el engaño de una clase dominante caracterizada por el cinismo. Y, sin embargo, como portadores de un inconsciente colectivo que cobija la memoria de los pueblos, esta nueva generación que azuza y aviva las calles, retoma el mensaje con el que la generación del 28 moldeó la Venezuela posible. A diferencia de la batalla de la Victoria y de otras de las grandes confrontaciones de nuestra guerra de independencia del poderío español, la nueva contienda que libramos hoy los venezolanos se singulariza por la desigualdad. Con un ocupante extranjero indefinido y oculto bajo el antifaz bolivariano, Cuba, el poder constituido con el monopolio de las armas forjó una fuerza asesina entrenada para dejar salir sus instintos sadistas sobre una población indefensa, obsesionada con recuperar el futuro y la esperanza en paz. Y a pesar de ello, no obstante la disparidad de fuerzas, en todos los rincones del suelo nacional crece la convicción de que ya no hay vuelta atrás, que el ciclo chavista terminó porque bajo su mirada no hay lugar al cual volver. Por más que el gobierno logre prolongar su existencia con armas y represión, la revolución bolivariana ya no tiene capacidad para restaurar el orden y sacar a Venezuela de la anarquía, ya no cuenta con posibilidades ni recursos para recuperar la economía, principalmente porque agotó su tiempo y extenuó su discurso. Su estrella pasó.]]>

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