Venezuela

Una periodista fue torturada por militares en un edificio de Pdvsa

Mireya Vivas es una periodista. Trabaja en el portal elhatillano.com y el 10 de julio de 2017 salió a cubrir la actividad convocada por la oposición, denominada "el trancazo". Por interceder ante uno guardias nacionales que golpeaban a un señor en la calle, Vivas fue arrastrada por el piso, golpeada y amenazada con una agresión sexual.

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TEXTO: GABRIELA GONZÁLEZ @gabygabygg | FOTOGRAFÍA: IMAGEN DE REFERENCIA

Mireya se encontraba en la zona de El Cigarral en El Hatillo, municipio ubicado en el sureste caraqueño.
Allí, fue testigo de cómo funcionarios de la Guardia Nacional golpeaban con la culata de la escopeta a un señor, de quien horas después, sabría que había tenido múltiples fracturas en el rostro.

Al ver esa imagen, un hombre en el suelo y un guardia golpeándolo, Mireya decidió levantar sus manos y pedir que cesara la agresión. Lo que no imaginaba Mireya era que el guardia, sí, pararía la agresión pero para, ahora, agredirla a ella. La agarro por el cabello y la trasladó al CIED, el edificio de la corporación Pdvsa ubicado en el sector de La Boyera.
Aún y cuando se identificó como prensa. Incluso, su casco tenía el nombre del medio para el cual labora. Nada de eso importo. Mireya estuvo detenida por varias horas. Horas interminables. Horas que nunca debió pasar allí. A Mireya, la arrastraron por un cuarto cuyo piso estaba lleno de orine; le rociaron polvo de lacrimógenas en la cara y luego, le echaron agua y, mientras estaba en una esquina, cada vez que pasaba un Guardia, le pegaba con el casco.
Para los uniformados, aquellos que juraron que «el honor es su divisa», le dispararon perdigones de goma a quemarropa. No le decían mucho. Solo que era una «guarimbera». Además de los golpes y los tragos crueles, la amenazaban con violarla. «Parece mentira pero mi edad me salvó», dice Mireya, de 49 años, con un rostro que narra solo todo lo oscuro que vivió.

Y es que, Cuando le preguntaron su edad y Mireya respondió, los Guardias dijeron que podía ser «su mamá. Debería estar en su casa y no en la calle». Mientras, ella pensaba en sus hijos. En su familia. El menor de ellos cumplía años este martes y Mireya sólo le pedía a Dios que le permitiera pasar con él ese día. Que le permitiera verlos.
El vídeo de su detención se viralizó en las redes sociales y, cree ella que, gracias a la presión pública se logró su liberación. Mireya tiene miedo. Se le nota. Sus heridas son para eso y más. Pero es un miedo valiente. Sí, un miedo lógico luego de lo atroz que vivió pero valiente porque sigue firme. Sigue convencida en que trabaja por un mejor país y ese convencimiento la motiva a seguir adelante.
Confiesa que «ajustará» ciertas cosas en su rutina pero que seguirá informando lo que ocurre. Mireya y sus heridas sanarán. Así como, dice, sanará un país dividido y polarizado. Mireya y sus heridas, esas heridas infringidas por quién debía protegerla, recordarán ese episodio para que más nunca se repita. Para que no haya más Mireyas ni más heridas como las que ostenta ella, una mujer, una madre, una periodista cuyo honor sí se divisa.

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