A las 7 de la mañana la avenida Venezuela de San Antonio del Táchira, frontera con el departamento Norte de Santander de Colombia, empieza a abarrotarse de personas que llegan en transporte público procedentes de varios municipios de la entidad, con la misma finalidad: cruzar el puente hasta llegar al vecino país.
Con prisa y arrastrando maletas, carretillas o con bolsos y cavas de refrigeración se ve a mujeres y hombres de todas las edades, algunos de ellos van acompañados también de sus hijos.
La particularidad que los distingue del resto de venezolanos que cruzan a diario la frontera, es que ellos no van a comprar alimentos, ni medicinas, tampoco abandonan el país. Se dirigen a la línea limítrofe a hacer su día a día, a trabajar.
Son decenas de connacionales que ante la crisis de falta de empleo en la región y bajos salarios han visto en Cúcuta y sus adyacencias una alternativa laboral que para mucho de ellos resulta no solo lucrativa sino hasta beneficiosa porque incluye alimentación gratuita.
Yesica Montañez es venezolana, vive en la población de Rubio, ubicada a 27 kilómetros de la frontera, a diario cruza el puente internacional Bolívar con su bebé de 11 meses para vender agua mineral en el corregimiento colombiano de La Parada. Tienen cuatro hijos más que deja en casa al cuidado de la abuela.
La mujer es auxiliada diariamente con desayuno y almuerzo que reparte la diócesis de Cúcuta en la iglesia San Pedro apóstol de La Parada, lugar donde funciona la casa de paso “Divina Providencia”.
“No conseguí trabajo en Rubio que me diera para mantenerme y mantener a mis hijos. Ya estábamos pasando hambre. Allá todo es muy caro y no alcanza un sueldo para vivir. Lo que hago aquí con la venta de agua a 300 pesos la bolsita (1600 bolívares) me llevo entre 40.000 y 60.000 bolívares diarios”, dijo la tachirense.
Desde inicios del año 2017, la diócesis de Cúcuta se ha dado a la tarea de auxiliar en tres parroquias de la ciudad a los venezolanos que se encuentran bien sea de paso o viviendo con escasos recursos en el vecino país.
Con las ayudas otorgadas por las ONG y sociedad civil se ha llegado a atender hasta 5.000 en un solo día, todos venezolanos en tres puntos distintos de la ciudad.
El padre Hugo Moreno, párroco de la iglesia San Pedro, apóstol de La Parada, comentó sobre la “difícil” misión que adelanta la iglesia católica en la zona.
“Aquí un se encuentra con gente muy diversa y por eso se optó por poner medidas de control más estrictas en el funcionamiento. Se entrega entre las 6 y las 9 de la mañana en la parroquia, un ticket a las personas que necesitan la ayuda. Esto garantiza que al llegar en el comedor tendrán un plato de comida para mitigar el hambre”.
Personas inescrupulosas señaló el sacerdote, estarían negociando con el ticket de las comidas, razón por la cual están extremando las medidas para la distribución de las comidas que se sirven de domingo a domingo.
La mayoría, sino es el total de los que se alimentan en la casa de caridad son venezolanos, en promedio diario acuden entre 1.200 y 1.300 personas, cifra que ha disminuido, teniendo en cuenta que en los días previos a las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente llegaron a 2300 personas diarias que se alimentaban solo en ese lugar.
“Siempre llegan personas nuevas, algunos se mantienen, hay quienes han tomado otros destinos en el interior del país o fuera de él, otros han encontrado trabajo, son algunas de las causas por las que ha disminuido también la entrega de alimentos”, explicó el religioso.
La mayoría de los comensales que empiezan a llegar desde las 11 de la mañana a la casa de paso son mujeres, niños y personas de la tercera edad.
“La iniciativa nace en vista de la crisis que hemos visto que están sufriendo nuestros hermanos venezolanos y la demanda de ayudas que ellos solicitan a la parroquia. La iglesia siempre ha estado abierta a la generosidad y caridad”, relató el párroco.
A la hora de ingreso a la casa de alimentación las colas se hacen grandes, se chequea el ticket al entrar sin embargo, El Estímulo pudo constatar cuando se establecían prioridades en el ingreso de personas a almorzar.
“Hemos empezado a establecer prioridades, en primer lugar pasan los niños, luego mujeres de la tercera edad, después las embarazadas, madres de los niños y minusválidos. Hay mucha gente joven que uno entiende que necesitan pero tienen salud para rebuscarse”, precisó el padre Hugo Moreno.
En el amplio patio donde se sirven las comidas, sentado en un comedor plástico almorzando y acompañado de dos de sus nietos, se encontraba Rafael Colmenares, un venezolano de 69 años, residenciado en San Cristóbal. Él como muchos otros a diario se traslada hasta la frontera para arrastrar una carretilla en la que traslada mercancía de un lado al otro del puente internacional, lo que le genera un ingreso mensual superior a lo devengado por pensión de vejes.
“Me vi en la obligación a trabajar como carruchero porque la pensión del seguro social no me alcanza para mantener a mi esposa y cuatro nietos que tengo a cargo. Ya las cosas están mejorando en la casa porque a diario me hago entre 60.000 y 70.000 bolívares. Aprovecho y aquí mismo compro mercado lo llevo a casa”, relató el jubilado con cara de satisfacción luego de haber comido.
Rafael y los dos nietos que lo acompañan, (mientras dura el periodo de vacaciones), desayunan y almuerzan a diario en el comedor de la diócesis. “Así rinde la comida que se compra para la casa. Allá se quedó mi esposa y dos nietos más que tienen que comer”
Responsabilizó de la dura situación que vive el pueblo “al gobierno comunista de Nicolás Maduro, que habla de una revolución y lo que han hecho es robarse todo”.
Por su parte Yesica Salinas, que tienen tres hijos, viaja a diario desde Rubio a La Parada para vender verduras (cebolla, cilantro, repollo) y ganarse la vida.
“En los pocos trabajos que logre conseguir me pagan muy poco y la comida es muy cara en Venezuela”.
A diario, hace un intermedio de descanso y se dirige al comedor de la diócesis donde recibe un almuerzo completo. Alimentación que agradece pero “no creo justo que en Venezuela se haya llegado a esta situación” de la que responsabiliza al gobierno nacional.
El sacerdote colombiano Hugo Moreno, comentó que existe una cantidad no precisa de personas durmiendo en la calle, en los alrededores del puente, tanto del lado de Venezuela como de Colombia.
“Aquí enfrente de la casa de paso tenemos la sede del antiguo colegio Frontera que el gobierno (Colombia), anunció que habilitaría para refugio con colchonetas, ventiladores y duchas para quienes no tengan donde dormir pero aún no está activado”.
Han llegado de más lejos
No solo los tachirenses han buscado en el vecino país un alivio a su diario trajinar y aumentar los ingresos con la venta de algo: Maltas, agua, galletas, chocolates y hasta artesanías.
Erika Quero, fue contactada mientras prestaba servicio de voluntariado en la casa de paso de la iglesia. Viajó desde Barquisimeto, hasta La Parada, con la intensión de ganar un dinero extra que le permita acceder a la lista de útiles escolares de sus hijos.
Quero es docente y pasó el periodo vacacional en la frontera para ganar un dinero extra. Concluida la hazaña dijo que regresa a Venezuela porque “no soporto ver el sufrimiento de tantos venezolanos que aquí están durmiendo en la calle”.
Ejerce como educadora en “La Casas del Maestro”, institución dependiente de la Gobernación del estado Lara y aseguró que su salario mensual está muy por debajo de lo que ganan los docentes en resto del país.
No es secreto que el gobernador Henry Falcón no paga los salarios que pagan los demás gobernadores de Venezuela. Mientras que un docente gana 150.000 bolívares al mes, nosotros ganamos 50.000…esa es la realidad de los docentes de Lara y por ese llegue aquí, necesitaba reunir para comprar los uniformes de mis hijos”.
La profesora colgó su título al cruzó la frontera y se ocupó en vender agua, refrescos y maltas a pocos metros del puente internacional Simón Bolívar, además combinó el trabajo con el arreglo de uñas y cabello, oficio con el que se ha defendido en Colombia y ha logrado juntar algunos pesos que se llevará a Venezuela.
“En una semana logré reunir un millón de bolívares, dinero que jamás haría en Venezuela en el mismo lapso de tiempo. Aquí el que sepa algún oficio puede ganar algunos pesos pero quien no sepa hacer nada la pasa muy difícil”, relató desde su experiencia.
Desde Barinas llegó Adalgiza Hoyos, fue contactada en el corregimiento colombiano de La Parada, a pocos metros del puente internacional Simón Bolívar. Iba acompañada de sus dos hijas, una de 8 años y otra de 11 meses. Entre las manos una pequeña cava de anime en la que guardaba agua mineral. café y maltas que vende a quienes transitan a diario por la calurosa vía.
“Vivía en Barinas, allá tengo mi casa pero no tenía trabajo, si comíamos en la mañana para la tarde no había comida, si almorzaba no había nada para la cena y así íbamos mi esposo, hijos y yo cada día”, contó la joven mujer.
Con el producto del trabajo diario vendiendo refrescos, Adalgiza y su esposo lograron alquilar una habitación ya no pasan las noches a la deriva como fue en un principio, tienen un espacio que a su vez subarriendan, en total siete personas conviven en el cuarto.
“No es nada fácil vivir fuera del país. Lo único bueno de aquí es que si hay comida, se puede comer todos los días pero el trabajo está también y difícil porque si no tienes los documentos al día nadie te emplea, por eso estoy desempeñándome en esto porque no tengo ni pasaporte, ni nada”.
El esposo de Adalgiza, trabaja como carruchero (lleva carga de un lado a otro del puente en carretilla) y entre lo que gana él y ella ahorran algo de dinero que envían a Barinas para la manutención de un tercer hijo que se quedó en Venezuela.
“Yo si pienso regresar a mi país pero cuando todo esté bien. Que voy a hacer ahorita si tengo tres hijas y no hay nada que ofrecerles allá. Aquí hay demasiados venezolanos y cada día las cosas se ponen más difícil”.]]>