Hugo Hernández se acostumbró a hacer colas a sus 74 años. Bajo el sol y sin conversar con la gente. Espera paciente como el resto, con la esperanza de que haya billetes en el cajero automático. “Esto no debería ser. Uno debería poder sacar plata en todos lados”, dice, hastiado. Pero está consciente de que lo guía más la suerte que la certeza. Aunque sabe que el dinero de la pensión de su esposa está intacto en su cuenta corriente, desconoce si podrá el aparato escupirá los 10 mil bolívares ese día –el máximo permitido–. Comparte el mismo peregrinar con los demás adultos mayores en la cola. Su pensión se les hace impalpable.
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