Venezuela

FOTOS | La ruina del Metro también embiste al arte

"¡Caracas reacciona!" Decía una vendedora de peines en uno de los vagones del Metro de Caracas. Ella hablaba de la situación del país, pero sus palabras se vinculan con el abandono del subterráneo. No sólo en sus instalaciones, si no en sus valiosas obras de arte que son iconos de la metrópolis.

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FOTOGRAFÍAS: DANIEL HERNÁNDEZ

En algún momento este medio de transporte fue ejemplo de vanguardia en Latinoamérica. Ahora, son muchos los usuarios los que resienten el deterioro y el vandalismo desatado en sus pasillos.

El subterráneo capitalino cuenta con 46 estaciones y 36 esculturas repartidas en 22 paradas. En Chacao y La Hoyada se erigen la mayor cantidad de estas creaciones, cinco en cada una, exhibidas en las áreas de mezzanina y las cercanías a las entradas.

Jazmín Brion, nombre de la vendedora de peines, afirma que ha visto la destrucción del Metro de manera progresiva. Lleva cinco años en ese trabajo y vende estos artículos de cuidado personal, porque es lo único que tiene a la mano. Hay días que llega a las 11:00 AM y por lo general regresa a las 9:00 PM  a su casa en Petare, por lo que su día a día es recorrer vagones, bajarse en los andenes y ver al bullicio pelearse por no quedar a las puertas del tren.

«El gran problema del venezolano es que perdimos la conciencia de todo lo que tenemos. El metro es nuestro y el país también, pero preferimos ensuciar e ignoramos el valor de las cosas. El detalle es que en el subterráneo hay algo que sobrepasa la suciedad y es el destrozo al patrimonio», criticó.

Las emblemáticas obras del artista Jesús Soto, expuestas como la principal atracción de la estación Chacaíto son el vivo ejemplo. A pesar de su fama y valor cultural, la basura se escabulle entre las varas metálicas amarillas y negras. Muchas de estas fueron arrancadas o cayeron al suelo por falta de mantenimiento. Su belleza permanece, pero el olvido les otorga un nuevo foco que le arranca de cuajo esa majestuosidad que se alza en una grafiteada plataforma de mármol bajo el nombre “Cubo virtual azul y negro”, el cual por un orificio se conecta con la planta baja de la mencionada estación, en donde una estructura triangular apunta al cielo con simetría, ante la ausencia de todo un tramo de estas varas cuyo paradero es desconocido.

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Las demás obras de esta zona viven el mismo descuido. Tres cubos rojos apoyados sobre uno de sus bordes fueron el trabajo que la artista Teresa Casanova aportó para embellecer la transitada área. Hoy sobre su superficie se observan grafitis en casi todas las caras de las figuras geométricas.

Bajo el suelo, cerca de las taquillas de pago se muestran otras dos. Ambas pareciesen estar en buen estado, pero al mirar con detenimiento se percibe que faltan piezas. En el caso de “Kaleidoscopio”, una figura de bronce en la que se emula la silueta de una mujer caminando en distintas direcciones perdió una de sus piezas y ahora sobre la pared se observa el pedazo de metal en donde se sostenía ese fragmento de la obra, creada por Beatriz Blanco.

A unos metros de ahí hay otra estructura de un representante del cinetìsmo, Narciso Debourg, elaborada con distintas figuras cilíndricas. A simple vista parece completo, pero en el extremo izquierdo falta una de las piezas y otras tiene un orificio, mientras el polvo y las manchas producidas por el tacto se exhiben sobre su superficie.

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Estas obras fueron realizadas entre los años 1982 y 1996, sin embargo la mayoría se crearon en la penúltima década del siglo XX.

Darwin Colmenares está apoyado en uno de los pasamanos de la estación La Hoyada. Usa el servicio los siete días de la semana, desde Sabana Grande hasta Chacaíto y el deterioro de las obras no pasa desapercibido para él. “Este lugar da asco”, dice mientras observa una bolsa con desperdicios. Parece ignorar que al frente se exhibe con decadente majestuosidad la obra de la que fue una de las artistas sudamericanas más importantes de los años 60 y 70, la germano-venezolana, Gertrud Goldshcmidt,“Gego”. Considera inconcebible que ese monumento llamado “Cuadrilátero” tenga capas de hollín y sucio de un grosor de tres dedos, adheridos a la superficie de tubos metálicos que generan la sensación de una telaraña de acero.

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Tanto Jazmín como Darwin coinciden en que la culpa de lo que se vive en el Metro y con las esculturas está divida entre el ciudadano -a quien ambos acusan de desconsiderado- y al gobierno por su desatención a la preservación de espacios.

24 obras se encuentran en la línea uno, 11 en la dos. En la tres y la cinco; una en cada una. Esta última es la más reciente, que fue inaugurada en 2015.

El mayor de los descuidos ensombrece una obra que data de 1984 y que con cierto toque infantil adorna la entrada del Parque del Oeste. A las afueras de la estación de Gato Negro y sobre una alfombra de basuras, cartones, orín y heces fecales, se alza “El Colibrí y la Culebra” del italiano Doménico Silvestro. Desde la avenida Sucre, pareciese que lo más descuidado es la grama que crece incipiente, pero en la parte trasera la obra que simula a una víbora que entra y sale de tierra, está marcada con grafitis rojos y blancos.

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Algo similar ocurre en la estación Miranda, en la salida a la avenida Francisco de Miranda tres estructuras rojas circulares y hechas de hierro, que también fueron víctimas de la ociosidad de los grafiteros, pero a pesar de esto, es el metal oxidado y retorcido el que más llama la atención. Sentado al lado de la obra, un recogelatas llamado José Luis Domínguez, con su bolsa llena de recipientes vacíos, dice que en los 10 años que lleva recorriendo la zona el único cambio es que el deterioro creció.

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En la línea dos, la estación La Paz es la galería para un vitral que brilla con la luz solar, sin polvo y sin sus cristales rotos. Sin embargo, hay un enorme nacimiento hecho de papel y cartón,  enjaulado con una malla de hierro oxidada en la que los usuarios arrojan billetes de dos y de veinte bolívares, lo cual deja a la obra de Héctor Poleo opacada ante una propuesta que algunos usuarios catalogaron como “fea”.

En la antesala de esa estación, otra obra cúbica y roja es la pizarra para escritos sin sentido pintados con aerosol por parte de ciudadanos inescrupulosos, pero también esta estructura cayó en un tercer plano ante la presencia permanente de buhoneros que colocan sus productos de segunda mano en el pedestal de la figura, mientras bachilleres se sientan a jugar pelota y a besarse con sus parejas.

Quizás una de las pocas estaciones que mantiene a sus obras en todo su esplendor que debieron tener en los años dorados del Metro son las ubicadas en El Silencio. Una se encuentra en el túnel de transferencia con la de Capitolio. Las paredes del corredor están cubiertas por baldosas de cerámica que acompañan al recorrido de los usuarios hasta el final del camino. Se trata de “Ambientación Subterránea” de Leonor Arráez y que abre paso a otras obras como “Homenaje al Trabajador del Metro” y “Puntas de Plata”, la cual reposa suspendida sobre los rieles del tren en medio de las tinieblas causada por la múltiple falta de bombillos.

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Domínguez y Colmenares coincidieron en que la crisis económica, política y social son los factores principales para el descuido del ciudadano a su entorno. La razón que dan va vinculada en que dentro de la cabeza del venezolano, sólo hay un tema que ocupa su día y noche: sobrevivir.|

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