Venezuela

Aquí no se compra carne…

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Así, entrecomillado, “aquí no se compra carne, ni aquí, ni aquí… ¡solamente aquí!” reza un juego muy venezolano para hacerles cosquillas a los bebés. Lo trágico es que el juego se convirtió en desoladora realidad. De ahí que el título de este artículo vaya sin comillas. En Venezuela, ya no se compra carne, ni pollo, ni leche, ni huevos, ni harina, ni… porque el régimen desbarató el aparato productivo y quebró PDVSA. Se escribe en una línea, pero las consecuencias para el país son fatales.

La foto que acompaña este artículo es lo que queda de una de las mejores carnicerías de Caracas, situada en Baruta. ¡Tantos negocios que han quebrado a lo largo de estos casi veinte años!… ¡Trabajos de toda una vida que siguen desapareciendo bajo la garra de una revolución anacrónica, acomplejada y anti histórica!

Si por algo tendrá que responder Hugo Chávez ante el país y la historia será por la desvalorización del trabajo. Eso de hacerle creer a la gente que el trabajo es un castigo, que lo que uno no tiene fue porque otro se lo quitó, es una de las mayores falacias que se han dicho en Venezuela. Esa noción de que el Estado tiene que regalar todo es una falsedad montada por Chávez y su círculo –haciéndose eco de las premisas socialistas- para captar seguidores. Regalaban estratégicamente aquí y allá, creando falsas expectativas en quienes no habían recibido dádivas. En vez de invertir ese dineral que se gastó (más lo que se robaron) en educar, otra sería la historia. Ahí está Noruega como ejemplo de cómo prospera una nación que invierte sus recursos con sabiduría y probidad. Pero en Venezuela no ha habido sabiduría, mucho menos probidad.

El Jeque Yamani dijo que “la Edad de Piedra no terminó por falta de piedras” refiriéndose a que la Edad del Petróleo no iba a terminar por falta de petróleo y el chavismo se afincó en depender única y exclusivamente de un recurso que cada vez se vende menos y cuyos precios tienen el techo del mercado del fracking. La época de las vacas gordas se acabó para siempre. Más aún cuando el deseo de raspar la olla antes de que todo termine se intensifica. Quienes venían a reivindicar socialmente al pueblo venezolano resultaron ser los ladrones más ladrones que ha habido en nuestra vida republicana (y ése ya era un récord lastimoso). La danza de los millones de los gobiernos de Hugo Chávez se convirtió en la danza de la miseria en el de Maduro. Y ahora les molesta que la gente proteste. ¿Cómo no van a protestar, con todas las expectativas que les crearon? Así como en la época de la república civil los damnificados volvían a construir sus precarias viviendas en el mismo talud de donde se habían caído para volver a cobrar, ahora esperan casa, equipamiento mueble, comida, medicinas, hasta viajes…

La inversión en educación es más lenta, pero es segura. Reconstruir el país de esta debacle tomará al menos un par de generaciones. Y si se sigue posponiendo el tema educativo, tal vez más de dos… Si Hugo Chávez se hubiera dedicado a dar apoyos sociales mientras apalancaba la educación, hubiera pasado a la historia como un prócer. Pero no, pasará como el gran destructor y Maduro como quien lo superó en una estadística tan triste. En  Venezuela hay que trabajar por la igualdad de oportunidades. No repartir limosnas que, de paso, no alcanzan para todos.

Mientras tanto, seguiremos viendo cómo el país se cae a pedazos, como la carnicería de Baruta. Aquí no se compra carne, ni aquí, ni aquí, ni aquí… ¡porque no hay carne que comprar!

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