Soy, como la gran mayoría de venezolanos, totalmente novato en materia económica. Y al igual que la gran mayoría de venezolanos padezco, en múltiples facetas de mi vida cotidiana, las consecuencias del mal manejo que ha tenido la economía en los últimos años. Sin embargo, a estas alturas de mi vida dudo seriamente de los políticos y especialistas que ofrecen soluciones mágicas, especialmente en un contexto como el actual, cuando Venezuela vive lo que sin duda es su peor crisis económica y social.
Precisamente la apuesta que hizo la sociedad venezolana en 1998, dándole un respaldo abierto y mayoritario a la figura del mesías, que encarnaba Hugo Chávez, simboliza esa idea de que un hombre o un par de buenas decisiones pueden cambiar a un país. Tras 20 años de aquella apuesta algo deberíamos haber aprendido: reinventar al país no es asunto de un solo hombre (ni siquiera si éste es Lorenzo Mendoza), ni la dolarización como medida para enderezar la economía nos traerá tranquilidad económica y paz social.
Teniendo serias dudas de que la dolarización sea la panacea económica y además creyendo, como creo, que nuestra elite política y económica debe darle al país un mensaje de este tono para afrontar la más grave crisis nacional: “aquí lo que toca es trabajar y producir”, si me pongo en los zapatos del análisis político-comunicacional la dolarización termina siendo una oferta populista que posiblemente haga click con el momento país.
La discusión sobre si efectivamente la dolarización resolverá o no los graves desequilibrios económicos de Venezuela se la dejo a amigos como Ronald Balza o Ángel Alayón. Invito a ver la propuesta de dolarización en clave electoral, en medio de una sociedad desesperada por la crisis que arropa cada día más, y teniendo enfrente a un gobierno que tercamente insiste en el modelo de autoritarismo económico que nos trajo hasta aquí.
Siempre recuerdo la puntualización que me hizo Friedrich Welch cuando revisaba, en su condición de tutor de mi tesis doctoral, lo que yo escribía sobre el populismo. Trataba yo, sin ser el centro de mi trabajo, de destrozar al populismo. Welch me ripostó: en política, y más en medio de una campaña electoral, una dosis de populismo es necesaria, diría que indispensable.
La dolarización en clave populista termina siendo un buen mensaje: es fácil de digerir en todos los estratos sociales, es una propuesta que el adversario político no puede tomar como suya y dada la falta de referentes en la vida cotidiana, la gente puede apostar a esta propuesta sin que la misma esté aún claramente definida. Más que una propuesta económica, es una idea-fuerza en medio de una campaña electoral.
El grueso de los venezolanos, atosigados al extremo del discurso ideologizado del control estatal de la economía, pueden encontrar en la dolarización una idea de un cambio radical en el manejo de la política económica.
La búsqueda de una panacea, de una salvación que provenga de otro, está arraigada culturalmente entre los venezolanos. El chavismo llega al poder gracias a esa condición de nuestra cultura política y la exacerba. Henri Falcón y Francisco Rodríguez intentan alcanzar el poder con la oferta de “salvación nacional” (el comando de campaña se llama de esa forma).
Una oferta populista, en medio de una campaña electoral, también puede tener éxito en la medida en que nadie esté interesado en leer la letra pequeña del empaque (de la oferta). La cuenta que sacan muchos en Venezuela hoy es que los bonos y ayudas del Estado o sus salarios pasarían a estar en dólares, y no se detienen en analizar el impacto general que tendrá una dolarización en los precios y costos de los bienes y servicios.
Faltan pocas semanas para las elecciones del 20 de mayo. En este tiempo veremos si esa oferta electoral de la dolarización pasa a ser el tema central de discusión en la campaña y luego si eso termina generando votos de forma mayoritaria.]]>