“No es fácil”, dice Wilfredo; pero, trabajan tan duro, y son tan serviciales y amables, que eso les ha hecho ganar el aprecio y la fidelidad de la clientela. Clientes que, como yo, más allá de los quesos maravillosos que venden, vemos en Wilfredo y Lucrecia a esa Venezuela que se niega a tirar la toalla a pesar de las trabas, cada vez mayores, que les imponen en el camino.
En eso estaba, comprando el queso blanco, cuando en la cola, detrás de mí, se encontraron dos amigos. Coetáneos, cabellos grises, tal vez jubilados. Se saludaron como quienes tienen años sin verse. Preguntaron por las respectivas esposas, los respectivos hijos, “todos profesionales viviendo en el exterior”.
Terminaron hablando del tema forzoso. El deporte favorito de los venezolanos, apartando el Mundial de Fútbol que, también en estos días, es tema obligatorio: comenzaron a analizar la situación política/económica del país; pero, haciendo la salvedad del “buen precio al que venden los quesos Wilfredo y Lucrecia”.
Reconozco que lograron captar mi atención cuando uno de ellos argumentó que la solución a nuestra situación es “una dictadura de derecha”. Remarcando cada sílaba y alzando la voz para que, los que estábamos allí, oyésemos su osadía. Por supuesto que captó mi atención. Dejé de revisar el celular y paré la oreja.
“Una dictadura de derecha como la de Singapur. Igualita. Singapur era un nido de ratas y Lee Kuan Yew logró convertirla en potencia. La transformó en uno de los Tigres Asiáticos. No tenía piedad con la corrupción. Eso es lo que necesitamos aquí. Que llegue alguien de derecha, alguien preparado, y con unos buenos asesores, que saque a estos ladrones y los fusile en una plaza pública”.
-Pero, lo de Singapur tampoco fue un cuento de hadas –le refuta su amigo. El Primer Ministro impuso hasta el modo de caminar. Estuvo años en el poder. Dictadura es dictadura, venga del lado que venga. Las dictaduras comenten excesos. Incluso violaciones de Derechos Humanos.
-Es que con eso también tenemos que acabar –le ataja en el acto el otro. Primero, deberíamos salir de las organizaciones que defienden los Derechos Humanos, porque tenemos que castigar como se merecen a los malandros que le hicieron este daño al país. Y esas organizaciones, es verdad, tienen una misión altruista y bien noble; pero, después las ves defendiendo los derechos humanos de quienes han sido los esbirros, asesinos y violadores de tanta víctima. Ah, pero cuando están acorralados hasta se mean del miedo los pantalones.
“Para sanear al país –insistía- primero tenemos que acabar con los defensores de los derechos humanos porque, cuando se derroque esta tiranía comunista, no podemos permitir que quienes destruyeron a Venezuela salgan ilesos y libres. Y se vayan a disfrutar los reales que se robaron. Para salir de esta dictadura de izquierda, tiene que venir un dictador de derecha que comience a aplicar la ley como se debe y a fusilar malandros”; seguía espetando el señor jubilado que, dado lo acalorado de su arenga, volteé a ver e identifiqué como “el señor de la gorra del Barça”.
Confieso que, últimamente, mi nuevo pasatiempo es “ver, oír y callar”. Recoger de cada uno de los lugares que visito las inquietudes, ideas, reclamos, quejas y lamentos que, espontáneamente, se producen en panaderías, mercados, bancos, farmacias o centros comerciales. Escuchar los relatos de la gente común que vive a diario un calvario.
Las calles de Caracas se han transformado en los espacios de desahogo donde los venezolanos, estrangulados por la hiperinflación, elevan la voz para exigir soluciones o exponer las suyas; así suenen cruentas a oídos de los defensores de Derechos Humanos o la democracia.
Porque, para el señor de la gorra del Barça, quizá no fue fácil llegar a “su solución” que, tal vez, otros apoyan, desesperados por la precaria calidad de vida que tenemos en la actualidad. Porque en las épocas de crisis, así como crece el hambre y la pobreza; así también aumenta el desespero.
Se acrecientan la rabia y las ganas de acabar con lo que provoca tanto dolor. Porque, en medio de la desesperación, una dictadura de derecha para acabar con la dictadura de izquierda suena tan apetecible como el trozo de pan que se le ofrece a quien lleva días sin comer.
Porque, para el señor de la gorra del Barça, los saqueadores de Venezuela, merecen ser fusilados como una lección moral para las futuras generaciones de gobernantes, a quienes, según él “eso es lo único que podría enseñarles cuál es el destino de los que se atreven a robar el dinero del país”.
-No lo veas como algo terrible -le dice a su amigo para relajarle la cara de asombro. Una vez que se monte el dictador de derecha, éste lo que tiene que hacer es alquilarle el país por cinco años a Alemania o a Japón para que arreglen todo y nos entreguen a Venezuela acomodada. Como un proyecto llave en mano.
– ¿Y si a ese dictador de derecha le da por quedarse 20 o 30 años en el poder? Pregunta, escéptico el otro.
-Nada. ¡También lo derrocamos!