Venezuela

Sin agua en Petare: “Dos pimpinas por persona y bórralo”

Mientras muy pocos corren con la suerte de recibir agua por tuberías, otros hacen sacrificios para que les llenen unos cuantos tobos. La lluvia es una bendición. Los pozos, reservas de lujo. Los pipotes se comercian por las escaleras y la ley de Wilexis impone el orden de las pimpinas

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Fotos: Daniel Hernández
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Faltando 15 minutos para la medianoche sonó el teléfono. Era un mensaje de Eleonora: el agua. Ada, cansada y casi dormida, fue por las pimpinas para llenarlas antes de que la cola se hiciera larga.

—¡Malena, párate que llegó el agua!, le gritó a su hija desde el baño.

Sin pensarlo tanto, Malena se levantó y se puso sus cholas. Estaba esperando esa orden desde temprano. Cada quince días, durante los fines de semana, llega el agua. Más o menos. Los tobos y pipotes están vacíos. El agua de lluvia que recogieron hace unos días solo alcanzó para lavar la ropa.

Rápido, comenzaron a trasladar los envases vacíos hacia la casa de Eleonora. Algo que ya es un hábito. Esa noche se trató del agua, pero en otras se trata del gas o del CLAP. Entre la salsa de la fiesta del vecino y las ráfagas de tiros, en Petare la gente no duerme, siempre está despierta esperando algo. Resolviendo algo.

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Los vecinos de la zona 9 del barrio José Félix Ribas tienen años sin recibir agua por tuberías. No saben a ciencia cierta por qué. Un día no llegó más.

Creyeron que era un problema pasajero. Ya han pasado más de 5 años. Hay quienes aseguran que la masificación de viviendas por la zona norte del sector cortó la presión. Esto habría afectado a los que viven en la parte baja, quienes al abrir el grifo no reciben más que unas cuantas gotas o nada. Pero otros denuncian que la culpa es de algunos que taparon unos tubos a propósito para poder proveerse.

Nadie ha visto al alcalde por esos lares. Ni tampoco a los dirigentes de la oposición que parecieran estar en campaña desde hace meses. Los dos consejos comunales que funcionan en la zona están divididos. El de abajo no se lleva bien con el de arriba. Las cisternas solo abastecen a los que viven en la calle -abajo- y cuando alguien de las escaleras -arriba- baja un pipote no le dejan llenar porque le dicen que sus servicios dependen del otro consejo comunal.

Hasta ahora, “los de abajo” han solucionado llenando desde la zona 10. La casa de Eleonora se encuentra entre las faldas de ese sector y la zona 9; ubicación que la convierte en la única vecina en recibir agua. Un privilegio que no duda en compartir con los demás habitantes.

Por eso cuando en la noche del sábado escuchó sonar el grifo, le mandó un mensaje a Ada para que le avisara al resto. No importa cuándo, para el agua siempre se saca tiempo.

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Una hilera de pimpinas rojas comienza en la puerta de la casa de Eleonora y termina unos 50 metros más allá.

En la oscuridad de la noche casi no se distingue nada. Los vecinos alumbran con el celular para pisar firme, porque transitan un camino empinado, tupido de monte y pantano. Si se resbalan, pierden el agua y, entonces, deben empezar de nuevo. No hay de otra.

Tanta es la cantidad de gente que asiste que muchos ni siquiera se conocen. Hacen amistad frente al suplicio que significa recorrer la ruta del agua. Sin embargo, no todo es cordialidad, a veces las peleas también hallan espacio.

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Dos filas transitan por un camino, cargadas de garrafones en los hombros identificados con nombres y apellidos para que los más vivos no se las roben. Las personas avanzan apuradas, como hormiguitas. Cada paso debe ser preciso porque el equilibrio es crucial. El trayecto es un desafío extremo. Hay quienes, en broma, lo comparan con algún reality show de la televisión. Gente que hace grandes esfuerzos para sobrevivir.

Pero es la vida real y no hay cámaras: así es como sobreviven los petareños en 2021 ante la escasez de agua, pisando firme sobre caminos de arena, como camellos en el desierto.

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Yonny y Norbelis son dos hermanos que vienen a llenar las pimpinas desde la zona 8. Se las venden a otros vecinos entre 3 y 5 dólares. De eso viven, de llenar y cargar agua.

Yonny tiene 13 años y Norbelis 15. Su mamá, Nohelkis, de vez en cuando los ayuda. Desde que empezó la pandemia, comercializar el agua se convirtió en rebusque familiar. De los 6 hijos que tuvo, a Nohelkis le quedan 5. Julio César, el mayor de los varones, fue atropellado por una camioneta de pasajeros en la zona 7, en junio de 2019.

Pedro no quiere decir cuántos años tiene, pero todos le calculan más de 60. Quedó desempleado por la cuarentena y la pensión no le alcanza para nada. Ahora se rebusca con el agua. Vive de eso y de los escasos bonos que recibe del gobierno.

A diferencia de Yonny y de Norbelis, Pedro no vende agua, sino que la carga a cambio de comida, casi siempre por pasta, lentejas y arroz, que es lo que más traen las cajas CLAP. Se alegra cuando alguien le da azúcar y café porque con eso pasa la tarde.

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Aunque son varias las tomas de agua que se encuentran dispersas por el barrio, los de la zona 9 prefieren la de la casa de Eleonora.

En palabras de algunos vecinos, la del manantial de la zona 8 no es apta para beber, es “babosa” y corta el jabón. Es agua con microalgas, que proviene de manantiales y pozos. Tiene apariencia cristalina pero no necesariamente es limpia. Esa la utilizan para lavar y fregar, no para beber ni bañarse. Es habitual encontrar grandes agujeros en las casas. Algunos en el patio y otros en el medio de la sala, todo depende por donde pase la corriente de agua en el subsuelo. De tanto uso, muchos de esos pozos tienden a secarse.

La cola se disuelve cuando llega la lluvia. No huyen de ella, la aprovechan para llenar. “Es una bendición”, dicen los evangélicos. Están preparados: tienen canales hechos con zinc para facilitar la recolección.

De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos (OVSP), solo 25% de la población recibe agua potable. El estudio presentado en marzo de 2021 dice que 10,1% recibe el servicio dos veces por semana, 9,4% de tres a una vez por semana y 8,4% no recibe nada de agua. Petare está entre estos últimos.

Después de la lluvia, los habitantes de la zona 9 de José Félix Ribas vuelven a la cola, como las hormigas al hormiguero. Sin mucho alboroto porque cuando la situación se sale de control, la voz de Wilexis, el “juez de paz” que controla la zona desde hace unos varios años, se hace escuchar y respetar:

—Dos pimpinas por persona y bórralo.

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