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Vinotinto Sub 20: ¿Fracaso o debacle?

Siempre fui reacio a hablar o describir en el fútbol una derrota o situación adversa con la palabra “fracaso”. Acudo al diccionario de la RAE, porque luego de lo que ocurrió en Rancagua la noche de este domingo, el episodio parece no tener otro calificativo y encuentro distintas acepciones: 1. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio; 2. Suceso lastimoso, inopinado y funesto; 3. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento. Y todas se ajustan (salvo el término “funesto”) a lo que pasó con Venezuela en el reciente Suramericano de la categoría. ¿Entonces fue un fracaso? Veamos.

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FOTOGRAFÍA: CORTESÍA

Explicamos por qué es una debacle (aún no nos atrevemos a hablar de fracaso) enumerando las razones:

1. La preparación de la selección fue de altísimo nivel. Casi 30 módulos de trabajo, incluyendo concentraciones y partidos internacionales. Cuadrangulares, torneos, en año y medio de trabajo con una generación de futbolistas que si bien no tenían el talento personal que la subcampeona del mundo, tuvieron el tiempo suficiente para prepararse y el cuerpo técnico para identificar los 23 que irían al Suramericano a buscar un cupo al Mundial de la categoría. Dicha preparación incluso sacrificó la actividad de la selección absoluta que estuvo parada casi por diez meses, entendiendo que la prioridad, así expuesto por cuerpo técnico y federativos, era la atención a la Selección Sub 20.

2. El desempeño durante la primera fase del Suramericano fue el que se correspondía a las expectativas e incluso las superó. Rafael Dudamel encontró una forma de juego que rindió frutos y que hasta el partido contra Brasil en el hexagonal final, bastó para ser competitivo. Los resultados avalaban la idea. Algunas decisiones del estratega en el manejo del banquillo fueron positivas para general buenos resultados (como los cambios en la remontada ante Chile). Sin embargo, la poca alternabilidad en los nombres terminó por desinflar físicamente a un grupo de 13 jugadores que consumieron la mayoría de minutos. Otros 10 formaron parte del plantel pero su presencia fue meramente testimonial, lo que demuestra que la confianza del seleccionador en el grupo para responder a la exigencia estaba limitado a un puñado de jugadores. Queda demostrado que Venezuela tenía un once bueno más no un equipo. La fortaleza física de la primera fase se quebró en el tramo final del campeonato cuando la cabeza y las piernas temblaban.

3. La propuesta de juego no encontró una variante que respondiera a la necesidad de cambiar las formas cuando ya los rivales habían descifrado a Venezuela. Jan Hurtado explotó su potencia para ganar balones largos y generar peligro con su calidad, hasta que los centrales contrarios escalonaron su marca. Y cuando no estuvo por dos tontas expulsiones, se perdió todo el peso ofensivo. Ya nada funcionaba igual mientras el equipo mantenía la misma distribución de hombres en la cancha. Solo contra Ecuador, cuando el agua ya estaba en el cuello en el último partido, Dudamel puso dos delanteros en el terreno. Había desconfianza en lo que podían ofrecer como alternativa los muchachos en el campo: «No sentí, desde el entrenamiento, la fortaleza en el accionar de mis dirigidos para cambiar mi módulo táctico. Cambiarlo era generar dudas, fue lo que sentí», dijo el estratega en la rueda de prensa final. Se trabajó un módulo y el Plan B parecía no existir o no ser de confianza del mismísimo Dudamel.

4. La debilidad anímica acompañó el desgaste físico y de ideas. Tras derrotar a Brasil en el hexagonal por 2-0, el primer varapalo llegó contra Argentina. El 3-0 recibido no resultó ser un accidente sino la debacle de un equipo que llegó a creerse capaz de ser campeón del Suramericano. El grupo recibió el mazazo y de ahí en adelante fue una retahíla de errores individuales, colectivos y de decisiones técnicas que hundieron la mentalidad del grupo y fueron consecuencia también del descontrol emocional. Venezuela tuvo hasta tres oportunidades para ganar un solo partido que le permitiera clasificar al Mundial y no lo logró. El grupo se hundió en lo mental y la exigencia física acabó de matarlo. Primero sábado que domingo. Primero ganar y después pensar que se podía ser campeón, como se elevó la vara en el seno de la selección.

Ahora bien, si bien todo se derrumbó al final, es extremadamente severo hablar de fracaso cuando Venezuela apenas tiene dos mundiales de la categoría en su haber. Si bien lo alcanzado en 2017 en Corea del Sur rompió el molde de lo cotidiano con nuestro fútbol, el logro no representa la realidad del progreso de nuestras selecciones menores. Con esta es apenas la cuarta vez que la Vinotinto clasifica a un hexagonal, lo que invita a pisar tierra para volver a la realidad. Que haber vuelto a un mundial consecutivo era signo de progreso es algo realmente cierto, más no es la real vara por la que se debe medir si el fútbol formativo crece en nuestro país. Queda saber si esta camada puede lograr éxitos individuales y a nivel colectivo en una futura presencial en la selección absoluta. Ahí se sabrá si realmente fue una generación que se perdió en un supuesto “fracaso”.

Que hay responsabilidad del cuerpo técnico en el cómo se manejó esta selección desde la convocatoria y la disposición del plantel durante el Suramericano, la hay. La debacle fue consecuencia de lo que vino desde las órdenes dadas en el banquillo, incluso desde el control de lo emocional (para eso se trabaja también con psicólogos y coach motivacional), amén de que siempre son los muchachos los que están dentro de la cancha y sus decisiones pueden valer tres puntos.

Lo cierto es que a quienes piden la cabeza de Dudamel el favor se les hará tácito: había quedado establecido que éste sería el último proceso bajo la dirección de quien es también seleccionador absoluto, por disposición propia y mandato de la FVF. En adelante no compartirá funciones con la Sub 20, por lo que ahora el centro de atención debe concentrarse en el mea culpa que pueda hacer el cuerpo técnico saliente identificando y asumiendo los fallos, para que el nuevo entrenador tenga un plano trazado de lo que se hizo y lo que no se debe hacer.

La fuerza debe estar en identificar al estratega que tenga el rodaje y conocimiento necesario de cómo se manejan las selecciones menores en Venezuela. El fracaso de Rancagua no debe invertir tiempo en cortar cabezas y lanzarlas a una paila de aceite hirviendo sino inmediatamente designar quién se hará cargo del nuevo proyecto.

¿Fracasó la Selección Sub 20 en Chile? Sí, en la competencia sí. No dio todo lo que de ella se esperaba y de desinfló cuando había levantado tantas expectativas ilusorias. Pero esto es una selección formativa, ahora resta saber cuántos de estos muchachos aprovechan esta plataforma y cuántos explotan la vitrina. Cuáles de ellos llegan a ser fijos en la selección absoluta. Ahí se sabrá si en lo global, si ninguno llega, si esta generación realmente ha fracasado en todo.

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