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Vinotinto en eliminatorias: no es la actitud, es el carácter

En esta columna, Carlos Domingues hace una revisión pausada de lo visto en los dos primeros partidos de la eliminatoria mundialista y se centra en el desempeño de uno de los jugadores más criticados de la Vinotinto: Tomás Rincón

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Vinotinto

El estreno de Venezuela en la eliminatoria al Mundial de Catar fue negativo desde todos los puntos de vista, independientemente de la catarata de dificultades que el grupo tuvo que enfrentar para disputar los dos choques en Barranquilla (3-0) y Mérida (0-1). Sin embargo, la crítica, incluso la especializada, disparó una carga de municiones descomunal contra jugadores, técnico, federación y todo lo que huela a Vinotinto.

Me cuestionaba junto con otros colegas si es que yo soy demasiado blando con la selección, en comparación con otros comunicadores. Digo esto porque los ataques fueron tan fieros que hasta denotados periodistas proponían nombres para sustituir a José Peseiro, algo que no ocurría con tal vehemencia tan pronto se estrenara un seleccionador en el banquillo (quizá solo en los peores momentos de César Farías y Noel Sanvicente).

Sin embargo, hubo un cuestionamiento que alcanzó al capitán, Tomás Rincón. Desde falta de liderazgo hasta poco compromiso en tirar del carro cuando se le necesita. Se cuestionó su nivel y la trascendencia de su labor en el campo. Y miren que esto me puso a pensar porque es real que, tanto en clubes como selecciones, siempre será vital contar con un futbolista que tenga una ascendencia tal sobre el grupo que sea capaz de despabilar y transformarlos anímicamente, un elemento que si bien no es determinante para la consecución de un resultado positivo, está por demás demostrado que sí causa un efecto en la actitud de todos, en la cancha y en el banco.

Carácter. Eso se le reclama a Rincón y él parece haber asumido la crítica posteando un mea culpa en su Instagram, donde habló de actitud: “Siempre será la misma que he tenido desde la primera vez que me puse la Vinotinto, la de nunca rendirme y siempre dar la cara por mí país”.

Creo que a Rincón no se le reclama su actitud; se reclama el carácter (que es algo muy distinto), algo que debe mostrar cuando cuecen habas, en los momentos más duros, como durante el desconcierto en Barranquilla o los momentos cruciales donde se terminó botando un partido ante Paraguay cuando se tuvo en las manos la posibilidad de ganarlo. Un grito de autoridad al grupo, al menos intentar cambiar el panorama con su voz de mando y algo extra con el balón en sus pies, agarrar la pelota en el penal contra Paraguay y pedir calma al resto, conversar con Peseiro y asumir los galones de, como capitán, explicar qué cosas bien se hacían y no hay que cambiar. Realmente no sé si eso ocurre puertas adentro, sin embargo en el campo, pareciera que no es así.

Y con lo que voy a explicar a continuación no quiero expiar las culpas de Rincón, pero sí hay elementos en nuestra identidad futbolística que nos ha hecho, a lo largo de nuestra historia, una selección que adolece de ese jugador que con su raza, al menos, intente cambiar las cosas. Con el respeto de todos nuestros capitanes, la lejanía con los portadores del brazalete que nos toca enfrentar en el continente en cuanto a carácter, es abismal. ¿Por qué pasa esto? La respuesta está, amigo lector, en el arraigo y la formación del futbolista.

El capitán de cada selección de Suramérica no va a la guerra en cada partido (me parece una comparación absurda), aunque sí sale a defender un legado, años de tradición futbolera, de raza, de una identidad clara. Tiene la responsabilidad y el compromiso, junto con sus compañeros de defender todo eso. Además, son tipos con recorrido, curtidos, ganadores en los principales campeonatos del mundo. Hoy el nuestro, si bien tiene una trayectoria intachable en Europa, lucha por no descender.

Raza. En Perú, un atacante con visibles rasgos indígenas como Paolo Guerrero va al choque contra centrales encumbrados en el mundo dejándose la piel con garra pura. Su fútbol destila algo más que una simple profesión. Juega por Perú, juega por su gente, juega porque en su alma está tatuada la banda cruzada roja. ¡Ni qué hablar de Arturo Vidal en Chile, Diego Godín en Uruguay o Gustavo Gómez en Paraguay! A Radamel Falcao García le habían tocado el ego. Queiroz lo mandó al banco y marcó el empate viniendo del banco contra Chile, con lágrimas en sus ojos.

Rescato lo que escribí por aquí unos años atrás: “El futbolista en esos países se desvive por defender los colores de su país, su gentilicio, su fútbol. Saben que detrás hay una historia que mantener, un patrimonio legendario que resguardar. Para ellos los títulos conquistados son valiosos, los hace grandes, pero más pesa sentir que preservan lo suyo, lo que los identifica. Saben que existieron los Spencer, Nasazzi, Carlos Alberto, Kempes y es un deber patriótico cuidan su memoria y legado”.

Es una forma de vivir el fútbol y sin ser suficiente, sirve muchas veces para que el equipo en el campo cambie su carácter. El futbolista juega como vive, es el secreto de esa profesión.

En las etapas de formación, cuando se es chamo, se hace el futbolista verdadero, jamás después. Luego el tiempo le dará la experiencia para solventar distintas variantes de la carrera, pero no sólo se deben inculcar aspectos técnicos y tácticos a los niños en su crecimiento y aprendizaje, sino también ese elemento intangible que crecerá en el alma, el identificarse con los colores, en sentir correr por la sangre un sentido de pertenencia.

Más que pedirle carácter, jerarquía y protagonismo a Rincón, hagamos lo posible que nuestros niños que comienzan a jugar fútbol amen lo que hacen.

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